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Fue tras un incendio durante la guerra sertoriana (del año 82 al 72 a.C.) que quedó sepultado el que hasta ahora es el testimonio escrito más antiguo de la lengua vascónica, antecesora del euskera. Se trata de cinco palabras en cuatro líneas, conformadas por cuarenta signos, e inscritas en una lámina de bronce con forma de mano derecha que ha sido hallada en el yacimiento del monte Irulegi, en el Valle de Araguren (Navarra).
'Sorioneku' ha sido la única de las cinco palabras inscritas en la pieza que ha podido ser descifrada. Su parecido con el vocablo 'zorioneko' (de buena fortuna) ha sido suficiente para poder ratificar que «los vascones eran un pueblo alfabetizado, que sabían leer y escribir, y eso no estaba demostrado». Algo que hicieron «hace más de 2.000 años, a inicios del siglo I a.C.» usando «un sistema gráfico específico, derivado del signario ibérico, llamado signario vascónico». Un descubrimiento que introduce novedades significativas en el mundo arqueológico y lingüístico.
La 'mano de Irulegi', como ha sido bautizada por los arqueólogos, es una de las piezas más «excepcionales» de todas las que se han extraído en esta campaña que la Sociedad de Ciencias Aranzadi, con subvención del Gobierno de Navarra, inició hace ya cinco años en la zona. El Palacio de Góngora acogió este lunes el acto de presentación al que acudieron representantes institucionales y algunos de los protagonistas de las excavaciones como el director del yacimiento Mattin Aiestaran, la restauradora Berta Balduz, el experto en Paleolingüística Joaquín Gorrochategui, y el experto en epigrafía Javier Velaza.
La pieza está formada por una lámina de bronce, lisa en el lado de la palma, y en cuyo dorso presenta la forma de unas uñas que no se han conservado debido a su fragilidad. Las medidas que presenta son de 14,3 centímetros de altura, 12,7 de anchura y un grosor de poco más de un milímetro. Su peso casi alcanza los 36 gramos.
«Su pátina es de una aleación antigua de estaño y cobre, con un mínimo de plomo», explica Juantxo Aguirre, antropólogo y secretario general de Aranzadi. «Llama la atención la técnica que se utilizó para realizar la inscripción, primero rayada y luego de forma puntillada». En lugar de realizar la incisión con un buril, las letras se trazaron esgrafiadas con un instrumento afilado que iba haciendo la escisión sobre el bronce.
En el centro del extremo más cercano a la muñeca se encuentra una perforación que, tanto por dónde fue localizada la pieza como por su morfología, da a entender que se trataba de un objeto decorativo que colgaba sobre la puerta de entrada a la vivienda. «Justo debajo de donde estaba la mano descubrimos restos constructivos de madera de algún tipo de viga, lo que nos dio a entender que ese orificio servía para que se pudiese colgar», describe el director del yacimiento Mattin Aiestaran. «Probablemente tenía un efecto apotropaico dado que, por el significado de la palabra descifrada, debía servir como objeto ritual para proteger el hogar, dar la bienvenida, alejar el mal y acercar el bien».
Incluso se ha podido llegar más allá. «Sabemos que el clavo que sostuvo esta mano no era de hierro, porque no hay residuos de corrosión de ese metal en ninguna de las zonas de perforación. También sería de bronce», asegura Carmen Usúa, restauradora de Patrimonio Mueble Arqueológico.
Como concluye Aiestaran, esta es «una imagen congelada de la fase final de la Edad de Hierro». «Según las fuentes grecolatinas, los pueblos que vivían aquí eran vascones cuando llegaron los romanos en un contexto de guerra civil».
El general Sertorio había regresado a la Península Ibérica para proclamarse procónsul de la Hispania Citerior y el Senado decidió enviar a Pompeyo a enfrentarse con él. En ese contexto bélico, la población indígena se vio condicionada. «Los habitantes huyeron del lugar abandonando todas sus pertenencias en sus hogares, que son las que ahora estamos encontrando», añade el arqueólogo.
Un equipo multidisciplinar de arqueólogos, geólogos, restauradores, químicos, epigrafistas y lingüistas trabajando codo con codo desde el año 2017 ha ido destapando recipientes de cerámica, objetos metálicos y restos orgánicos de antiguas zonas de combustión. «Han sido más de 940 metros de excavaciones en el monte Irulegi que comenzaron con una radiografía del suelo para descubrir qué estructuras podía haber bajo él», relata Aguirre. Así es como delimitaron las plantas de varias viviendas y se decidieron a realizar la apertura de dos de ellas.
«Se marcaron los muros y fuimos viendo que una de ellas tenía un atrio, cómo se conformaban los diferentes departamentos, la conexión con la cocina, los zócalos de mampostería de sus suelos, la zona de taller e incluso el establo». Pero también los restos de un neonato, enterrado junto a un poste «que podría ser parte de un ritual para darle protección en el más allá».
Previamente a comenzar con la excavación se habían realizado hasta 27 sondeos arqueológicos para conseguir determinar la edad de los restos. «Se introduce un tubo en el suelo para recoger una muestra vertical de cómo están dispuestos los estratos de los que está formado el subsuelo», añade Aguirre, «entre otras cosas había manchas de combustión lo que indica que allí se había producido un incendio».
Un incendio que probablemente fuera el motivo que llevó a aquellos vascones a abandonar sus hogares pero que a día de hoy, para los arqueólogos, resulta «positivo», pues «nos permite recoger muestras de todo aquello que dejaron detrás. Por protocolo, cuando sale algo metálico, tenemos que hacer sombra para proteger las piezas del calor del verano».
La mano de Irulegi
La 'mano de Irulegi' fue hallada el 18 de junio de 2021 junto a la entrada de una de esas viviendas, pero no fue hasta siete meses más tarde cuando, en las labores de restauración y limpieza, fue descubierta su inscripción.
El experto en epigrafía Javier Velaza afirma que se trata de «un texto en caracteres paleohispánicos y en lengua vascónica que constituyen el primer documento escrito en esta lengua». Y es la palabra 'sorioneku' la que da pie a esa interpretación, sobre el resto «no son inmediatamente comprensibles».
Derivado del sistema ibérico, Velaza asegura que es una «adaptación» que añadió alguna «creación particular de fonemas que no existían en el ibérico», como la 'T' mayúscula, que no existe en ninguno de los 2.500 testimonios de la época y que solo se conocía por dos monedas acuñadas en la zona, por el mosaico de Andelo, el bronce de Aranguren y por una inscripción sobre piedra en Olite.
«Los pocos testimonios vascones que existían estaban en escritura latina, no en paleohispánica», relata Joaquín Gorrochategui, catedrático de Lingüística Indoeuropea en la UPV/EHU. «Este es un texto que nos lleva al mundo anterior a los romanos».
Dice el director del yacimiento arqueológico Mattin Aiestaran que su «hipótesis es ser cautos, por eso nos hemos centrado solo en el estudio de la primera palabra». El arqueólogo prefiere citar a Velaza y a Gorrochategui como fuentes linguistas que han establecido varias conclusiones sobre este hallazgo.
Por un lado «sí supone certificar que los vascones eran un pueblo alfabetizado, sabían leer y escribir, y eso es algo que aún no sabíamos más allá de algunos indicios en monedas».
Por otro, la forma en la que está escrito refleja una modificación de la lengua ibérica «para adaptarla a su forma de comunicarse». Esto supone que «no esté escrito en un alfabeto, sino en un sistema gráfico semisilabario, estrictamente vascónico». Es decir, que recuperan el sistema ibérico noroccidental al que añaden algunas letras «que desconocemos y que estamos encontrando ahora».
Como conclusión, Aiestaran argumenta que 'sorioneku' es «la primera palabra que se entiende desde el euskera actual, las otras 2.500 inscripciones ibéricas no se parecen en nada». Pero el arqueólogo advierte: «no es el euskera, sino el vascónico, como lo es el latín para el castellano. Nos quiere sonar, pero no lo reconocemos».
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