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Jon Rivas
Martes, 13 de mayo 2025, 20:35
Vuelve el Giro a Italia y también la fiesta que se convoca en sus carreteras al paso de la caravana ciclista. Atraviesa Fran Muñoz, asturiano ... de origen, catalán de adopción, los pueblos blancos del tacón de la bota itálica, escapado de larga duración, y lo reciben con toda la gente en la calle, multitudes, balcones adornados de rosa, hasta paraguas colgados en el cielo con los colores de la bandera del país, o de la carrera.
En Putignano esperan las figuras gigantes del carnaval más antiguo de Europa, y en San Pancrazio Salutino, donde se disputa un sprint, se han engalanado como en las fiestas grandes, con arcos decorativos tan abigarrados que ni siquiera permiten que el helicóptero consiga una toma aérea del paso por la línea.
Las razones comerciales empujan a sacar el Giro de su entorno natural, como en la escapada a Albania, pero las sentimentales regresan cuando otra vez se corre en su territorio. Sus paisajes, su gente, el fervor popular hacia una carrera que forma parte del patrimonio de Italia, porque el ciclismo es parte de la cultura y sus ciclistas de todas las épocas son tratados como héroes. Han pasado muchos años desde su inicio en 1909, pero pocas cosas han cambiado, al menos en la esencia de la carrera italiana. En realidad, ha cambiado todo, pero todo es igual.
Hay otro clima con el Giro en Italia, hasta en etapas en las que el desenlace está cantado desde antes del inicio. Desde Alberobello hasta Lecce se suponía un trámite a resolver entre los llegadores en el complicado último kilómetro, y eso ocurrió, y el esfuerzo del equipo Picnic, que por su nombre parece más de ocio que de trabajo, concluyó feliz con la victoria del joven neerlandés Casper van Uden, su quinto triunfo desde que es profesional, y que entregó su tarjeta de visita al resto de especialistas. «No creo que esta victoria sea una sorpresa; sé que mis compañeros creen en mí. A veces tengo que creer un poco en mí mismo. Eso ayuda», explicó.
Fue un podio virtual, en una región plagada de olivos, en el que olía a tulipanes, porque con Van Uden entraron dos de sus compatriotas, Kooij y Zijlaard, segundo y tercero. Pedersen, de rosa, fue cuarto, y sigue de líder, pero anduvo un poco al garete durante toda la etapa, con una caída al principio, sin daños aparentes, y un calentón durante la primera vuelta al circuito en Lecce, tras el enganchón de un compañero y el retraso en volver a arrancar para alcanzar de nuevo al pelotón, que ya no estaba en disposición de bajar el ritmo.
Mientras, Roglic parece encantado con su papel hasta el momento, y cree que no debe meterse en el trabajo de los demás. «No soy el único protagonista, hay chicos como Pedersen y otros», dice. «Son sus días, no quiero hacer lo que les toca. Pusimos al equipo a tirar en la tercera etapa de todos modos, como debe ser», añade. Y finalmente confiesa: «Disfruté las etapas en Albania, me divertí».
Por las carreteras de la región de la Apulia, en el sur, entre casas blancas, viñedos, olivos y campos de trigo todavía verdes, además de centenares de es solares, solo la aventura de Fran Muñoz le puso algo de emoción a la etapa, y no por la posibilidad de que ganara en Lecce, ya que la diferencia que alcanzó nunca superó los tres minutos, sino por saber si sería capaz de convertirse en el aventurero con más kilómetros en solitario del presente siglo. Consiguió esa marca, con 133 kilómetros, muy lejos, claro de la de Lauro Bordin, que en 1914 recorrió 350 sin compañía de nadie, hasta que fue alcanzado a 64 de la meta. Claro que aquella etapa, entre Lucca y Roma, fue la más larga de la historia del Giro, con 430 kilómetros.
Cuando fue cazado Muñoz, del equipo Polti, la cantera que gestiona Alberto Contador, los llegadores ya espoleaban a sus domésticos para que cogieran la velocidad de crucero, inspirados tal vez en el Nardò Ring, ese circuito circular peraltado de 12 kilómetros, a poca distancia de la meta en Lecce, que Porsche le compró a Fiat para hacer pruebas de sus vehículos a máxima velocidad.
Ahí el pelotón rodaba ya en modo llegada, con varios equipos interesados, y el Picnic fue el que mejor lo hizo. «Lo hicimos con todo el equipo», apuntaba el ganador. «No sentí viento hasta que faltaban 200 metros para la meta, y entonces supe que tenía un buen 'sprint' largo, así que me lancé y esperé lo mejor», declaró el vencedor de la primera etapa en Italia.
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