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Nadie en Las Arenas podía imaginar que el pequeño Fernando, el hijo mediano de Ramiro Prado y María Gloria Ayuso, que pasaba más tiempo en las calles de su pueblo que los propios bancos del parque, aquel alumno que tanto renqueaba en el colegio, donde era más fácil encontrarlo en todas las travesuras que hincando los codos, aquel niño despierto y alegre, aquel adolescente que no se perdía las fiestas de ningún pueblo de alrededor, algún día sería no ya obispo reflexivo y sosegado, sino ni siquiera religioso. Pero de la misma manera, nadie de las personas que conocen de cerca su trayectoria dudan de que el nuevo prelado está «sobradamente capacitado» para dirigir con atino desde este sábado la Diócesis de San Sebastián, gracias a la misma fórmula que le ha llevado a encandilar hasta al propio papa Francisco: su nivel intelectual, capacidad de trabajo y naturalidad para ganarse a la gente.
Fernando se lleva cuatro años con cada uno de sus dos hermanos, Ignacio, el mayor, y Javier, el pequeño. Este último relata que se criaron en el seno de «una familia católica, muy normal». Se criaron en Las Arenas de Getxo, el pueblo de su padre, Ramiro. Su madre, María Gloria, procede de la localidad burgalesa de Quintanar de la Sierra, desde donde su familia se trasladó a Bilbao. Ahí conoció a su futuro marido, con quien se estableció en Las Arenas, donde sigue residiendo ella, de 79 años de edad.
Fernando y sus hermanos vivieron una infancia como la de «cualquier niño» en la Euskadi de los años 70-80, según recuerda Javier, que es abogado. Toda su formación desde EGB hasta COU la realizaron en el colegio Andrés de Urdaneta de los padres Agustinos de Loiu. En las vacaciones de Navidad, Semana Santa y verano, los Prado Ayuso se desplazaban a Quintanar de la Sierra a visitar a la familia materna, Ayuso Ucero. «De más mayores, veraneamos en Alicante, pero seguimos yendo a Quintanar», desde donde este sábado se desplazarán amigos y familiares. Cada verano Fernando Prado reserva una semana para ir al pueblo y pasear por la Sierra de la Demanda. Últimamente iba con su madre y su sobrino, Yen.
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Fuera del colegio, Fernando hizo lo que muchos chavales en aquella época: estudiar solfeo y/o practicar algún deporte, en su caso, ambas actividades. Pese a la época gloriosa del fútbol vasco, con la Real y el Athletic repartiéndose ligas, él no era ducho ni tampoco muy aficionado al balompié, pero destacó haciendo judo, deporte en el que logró varias medallas en campeonatos locales, aunque nunca llegó a cinturón negro. En la música, aprendió a tocar la guitarra de oído, de la misma manera que ahora «escucha una canción y es capaz de sacarla con la guitarra», recuerda Javier. Años después las seis cuerdas de este instrumento amenizarían muchas tardes-noches en los campamentos durante su pastoral en la ikastola Mariaren Bihotza de Donostia, de la congregación claretiana. También hizo sus pinitos con el piano.
Ni el judo, ni la música, ni sus largos en la piscina calmaban la actividad que Fernando desbordaba por entonces. «Era un guindilla. Hizo 1.500 trastadas», recuerda Javier con una sonrisa y un halo de nostalgia. «Más de una vez llamaron a casa del colegio» para contar alguna fechoría para «disgusto» de sus padres, que estaban «muy vinculados» a la parroquia Nuestra Señora de las Mercedes de Getxo, adonde llevaban a misa a sus tres hijos «todos los domingos», y donde antes de la pandemia Fernando dio alguna misa.
Su vocación no despertó hasta avanzada su adolescencia. Fue en el entorno de los grupos de Confirmación de la iglesia getxotarra, rondando los 16 años. Fue algo paulatino, porque también tuvo tiempo para catar algo las fiestas de los pueblos y las discotecas, así como incluso tener «alguna novieta», según recuerda Javier. «Era alguien muy normal», y de la misma manera, «sigue siendo alguien muy normal y cercano».
Una figura clave en esta época de pastoral juvenil con los claretianos del colegio Askartza de Leioa fue el sacerdote Koldo Iribarren, hoy amigo personal. El actual párroco de Errenteria era entonces monitor de tiempo libre en la parroquia getxotarra, donde ambos coincidieron durante cuatro años. «Era un chico muy curioso, con una gran inquietud», recuerda sobre Fernando.
Fernando satisfizo su curiosidad e inquietudes estudiando la carrera de Ciencias de la Información en la UPV/EHU. Para entonces había cristalizado un cambio en su interior. Ya no era el alumno al que había que estar «encima para que sacara el curso» y colmó su expediente universitario «de matrículas y sobresalientes», apunta su hermano. Se licenció en 1993, antes de comenzar el noviciado en Vitoria, donde emitió la primera profesión en agosto de 1994. En la capital gasteiztarra volvió a coincidir con Iribarren, con quien consolidó los cimientos de su «buena amistad».
Cada día viajaba de Vitoria a Bilbao para acudir a las clases de los Estudios Eclesiásticos en la Universidad de Deusto, donde se licenció en 1998. Ese mismo año obtuvo también el título de euskera (EGA) y, tras realizar la profesión perpetua, fue destinado a la Ikastola Mariaren Bihotza, en el barrio donostiarra de Gros. Aquí dio clases de Primaria y Secundaria y ejerció de coadjutor en la parroquia. También participó en los grupos de tiempo libre, donde coincidió con donostiarras como Ana Soret y Edurne Loyarte, que subrayan cualidades como su sencillez, su formación intelectual y cultural, su sentido del humor, su cercanía. Era el primero en coger la guitarra y amenizar la velada o calarse una peluca verde si la ocasión lo requería. Tampoco escatimaba consejo a quien se lo pedía.
Javier Prado | Hermano del nuevo obispo
Koldo Iribarren | Párroco de Errenteria y amigo
En el ecuador de sus cuatro años de estancia en Donostia, fue ordenado sacerdote el 7 de mayo de 2000, de manos del entonces titular de la diócesis, Juan María Uriarte. El propio Fernando confiesa que estuvo «muy a gusto en Donostia», pero su siguiente estación religiosa fue Madrid, donde el hoy cardenal claretiano Aquilino Bocos lo destinó a la comunidad de Buen Suceso. «Le dio pena dejar Donostia –ha solido participar en la Tamborrada de Claret–, pero Fernando siempre ha dicho que tiene un corazón misionero, dispuesto a ir adonde se le asignara. 'No tenemos pertenencias, sino equipaje', suele decir», apunta su hermano.
Aún amplió su formación con un máster en edición y comunicación en la Universidad de Salamanca y la licenciatura de Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca. Durante los últimos casi veinte años ha dirigido la editorial Publicaciones Claretianas. Su sello argentino publicó varios libros de Jorge Bergoglio antes de que fuera nombrado papa Francisco. Ese pequeño vínculo abrió a Fernando las puertas de al pontífice, con quien terminó publicando su célebre libro-entrevista. Entre ambos se ha fraguado una relación «cercana» pero «tampoco una amistad», matiza Fernando, que la última década ha dado clases de Teología en el Instituto Teológico de Vida Religiosa de Madrid. También colaboraba con la obra del Padre Ángel en la iglesia de San Antón, donde el domingo ofició la última misa, a la que acudió Aquilino Bocos.
Cuando Fernando Prado recibió la noticia de su designación para dirigir la diócesis de San Sebastián, sintió «vértigo» al asumir por primera vez semejante «responsabilidad», pero «no miedo». En el fondo, se siente preparado y siempre ha sido más de «ocuparme que de preocuparme». Tanto su hermano Javier como Koldo Iribarren se muestran seguros de que «con un poco de suerte», puede ser «un buen obispo». Creen que con su formación, talante, cercanía y mano izquierda, será capaz de aglutinar todas las fuerzas de la Iglesia en Gipuzkoa. Que nadie espere que será un elefante en una cacharrería. «Primero escuchará». Es algo que aprendió de sus padres. Su madre, Gloria, acudirá hoy al Buen Pastor. Normalmente es su hijo quien le visita un fin de semana al mes en Las Arenas, donde debe prepararle su plato favorito: txipirones en su tinta.
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