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Historias de Gipuzkoa
El camión de la muerteDesde hace casi cien años el mes de junio está marcado por un círculo con el color rojo de la sangre y el dolor para muchas familias de Zumaia. Ocho menores, de entre 17 y 11 años de edad, fallecieron y una decena de adolescentes resultaron heridas. Ocurrió el 9 de junio de 1928 y supuso uno de los accidentes de tráfico más mortíferos ocurridos en Gipuzkoa. Aunque hoy en día sería algo impensable, todas las víctimas viajaban a bordo de un camión cargado con piedras que se precipitó al río Urola desde el puente cercano al balneario de Zestoa. El siniestro tuvo una amplia repercusión mediática tanto a nivel local como estatal. Hay que tener en cuenta que el centro termal era un famoso destino de los veraneantes, sobre todo madrileños, y que más de uno sufrió un siniestro mortal en esa peligrosa carretera, diseñada más para los vehículos de tracción animal que de caballos mecánicos.
El periódico 'La Voz de Guipúzcoa' publicó en su edición del 10 de junio de 1928 un amplio despliegue informativo, con enviados especiales. Dedicó dos páginas a una detallada información sobre lo ocurrido, testimonios y llamativas fotos del mortal accidente.
Esta trágica historia comienza alrededor de las once de la mañana del 9 de junio de 1928. Un enorme camión de la marca U.S.A., con matrícula BI-1962 y que podía pesar hasta cinco toneladas si iba cargado a tope, era conducido por Agustín Imaz Echeverria. Transportaba piedra extraída en el monte Igeldo de San Sebastián para la construcción de la casa de un político guipuzcoano en Azkoitia. En un punto de la carretera entre Getaria y Zumaia caminaban a pie una veintena de menores de edad que habían finalizado su trabajo en una empresa italiana dedicada al salazón de pescado. Se dirigían a la segunda localidad, donde residían. Según la versión de algunas de ellas, pidieron al chófer que les acercara a sus casas. El hombre les invitó a subir y se acomodaron, no sin peligro para su integridad física, encima de las piedras y en la cabina del conductor.
Sus alegres risas y cantos a coro sorprendieron gratamente a algunos viandantes que se cruzaron con ellas. Parece que a nadie le preocupaba que viajaran de esa forma tan insegura en el 'autocamión'. Hoy en día una imagen así sería imposible. Cuando estaban a punto de llegar a su pueblo las muchachas preguntaron al camionero a dónde se dirigía. Este les respondió que debía descargar la carga en Azkoitia y que luego comería en Zumaia para poner fin a su jornada laboral en San Sebastián. Las invitó a acompañarle. Las jóvenes aceptaron, deseosas de una divertida excursión, pero que finalmente terminó en una inolvidable tragedia a las dos de la tarde. A esa hora el camión llegó al puente situado cerca del famosos balneario de Zestoa. Se trataba de un punto peligroso para todos los conductores ya que la carretera se convierte en una curva peligrosa. Ajeno a todo esto, el chófer charlaba animadamente con las muchachas. Según algunos testigos, circulaba a gran velocidad, se empotró contra el pretil y lo rompió. El vehículo cayó al río desde una altura de siete metros, no sin antes dar una espeluznante vuelta de campana en el aire. Quedó en el río con las ruedas hacia arriba. Fue entonces cuando las jóvenes salieron despedidas, una de ellas unos diez metros.
Muchos cuerpos quedaron atrapados en el agua bajo el vehículo pesado. Se da la circunstancia que en la cabina viajaban cuatro niñas, dos a cada lado del conductor. Una de ellas logró salir del habitáculo antes de que se estrellara en el río, cayendo al suelo en tierra firme y sufriendo algunas contusiones y una ligera conmoción.
El estruendo por el impacto de la chapa del 'autocamión' contra el fondo del río y los incesantes gritos de auxilio y de dolor de las adolescentes fueron vividos con pavor por un grupo de sirvientes del balneario que se encontraban limpiando los cristales de una de las galerías. Alarmadas por el dantesco escenario, informaron al resto de la plantilla de la tragedia y unas cuarenta personas acudieron rápidamente al lugar del siniestro para ayudar a las víctimas. Muchos hombres se lanzaron completamente vestidos al agua, que alcanzaba una altura de unos 35 centímetros, para proceder a las labores de salvamento. En pocos minutos se logró rescatar a la mayoría de las jóvenes que salieron despedidas del camión. Presentaban heridas de todo tipo, contusiones y hasta conmoción cerebral. Más difícil era auxiliar a las víctimas que se habían quedado atrapadas debajo del camión.
Fue necesario el uso de dos grúas del balneario, manejados por los empleados Suso y Meoqui, según se destaca en la información de 'La Voz de Guipúzcoa' para reflotar el vehículo pesado. Se logró rescatar a dos muchachas con vida. Fue un milagro si se tiene en cuenta la gravedad de sus heridas. Por desgracia, una de ellas falleció pocas horas después. Tampoco se pudo hacer nada por la vida de otras seis menores y de un niño de once años de edad. Los siete fueron declarados muertos cerca de las 15.30 horas de la tarde.
Las víctimas
Fallecidos Adoración Zubia Aipurua, de 16 años, y su prima carnal, Cándida Zubia Ugarte, de 15; las hermanas Adoración v María Erquicia Eizaguirre, de 14 y 12 años; Manuela Cárdenas Galarraga, de 13 años y su hermano Juan, de 11; María Echave Egaña, de 17 años, y Teodosia Álvarez Beristain, de 13. Todos vecinos de Zumaia.
Heridos Tres eran de gravedad: Trinidad Oliden Egaña, de 18 años. sufría conmoción intensísima, con embotamiento de los sentidos y pérdida del oído. Los médicos tenían la esperanza de que recobrará con el tiempo. Epifanía Estal Imaz, de 16 años, presentaba una herida cortante en el cuero cabelludo, de 12 centímetros de longitud, con hematoma y ligera conmoción cerebral. Toribia Iraundegui Egaña, de 21 años, pues tenía partidas ambas piernas, la derecha por el muslo y la izquierda por la pierna propiamente dicha. Los demás lesionados fueron: Martín Cárdenas Galarraga, de 11 años, hermano gemelo del muerto Juan y de Manuela: María Beristain Azurza, de 17 años; Amalia Osa Iraundegui, de 19; Ángela Iraundegui Egaña, de 16; Juana Lucía Lazcano, de 14, y Ángela Goicoechea Cendoya, de 19. Sufrieron ligeras contusiones y alguna conmoción cerebral que se fue disipando rápidamente, según los partes médicos facilitados a la prensa.
El chófer Agustin Imaz Echeverria también quedó atrapado debajo del camión, pero según los testigos, de un modo inexplicable, salió del agua por sus propios medios y se quejaba de agudos dolores. Presentaba abundantes contusiones y una herida cortante en la cabeza. Sufrió un momento de gran excitación nerviosa, debido, probablemente, a que comprendía la gravedad de su situación, más que al dolor de las lesiones. Empezó a grandes gritos y tuvieron que aplicarle una inyección de morfina.
En todas las informaciones aparecidas en la prensa local y madrileña en los días posteriores se puso en valor el papel del gerente del balneario de Zestoa, Franciso Larrañaga. Se encontraba en San Sebastián cuando se produjo el accidente y llamó por teléfono a su establecimiento. Ordenó que todo el personal y cuantos elementos tuvieran a su alcance, fueran puestos al servicio de las autoridades para salvar a las víctimas. Esto evitó más muertes como consecuencia del trágico accidente.
Nada más tener conocimiento del terrible suceso, se personó en el lugar Pedro María Marroquín, juez de Instrucción de Azpeitia, a cuya demarcación correspondía Zestoa. El magistrado era muy conocido en Gipuzkoa, ya que fue el responsable máximo de las diligencias judiciales por el conocido como 'crimen de Beizama': El 14 de noviembre de 1926 se descubrió el asesinato de una madre y su hija en un caserío de Beizama. Hubo una treintena de detenciones, desde la familiar más cercana a las víctimas a vecinos y conocidos. Todos quedaron en libertad tras una tortuosa investigación y el escabroso caso sigue abierto, dando pábulo a todo tipo de especulaciones.
El juez Marroquín comenzó enseguida con las diligencias sumariales por el accidente. Tomó declaración a los heridos y dispuso la detención e ingreso en la prisión de Azpeitia del chófer del 'autocamión' en cuanto recibiera el alta médico. Asimismo, ordenó el levantamiento de los cadáveres y su traslado al depósito del cementerio de Zestoa para las correspondientes autopsias. Las víctimas fueron colocadas en colchones y trasladadas por el vecindario basta el camposanto. constituyendo el paso del cortejo una escena que emocionó a todo el pueblo, según remarcaron los periodistas presentes.
A las diez y media de la noche de ese fatídico 9 de junio de 1928 se celebró un pleno extraordinario en el Ayuntamiento de Zumaia. Se acordó que todos los gastos fueran por cuenta de la corporación, además de la apertura de una suscripción popular para ayudar a las familias de los fallecidos y heridos, con un ingreso inicial por su parte de 1.000 pesetas. Asimismo, invitó al resto de localidades del territorio a sumarse a esta iniciativa.
El domingo, en ataúdes enviados expresamente por el consistorio zumaiarra, fueron sacados los cadáveres del cementerio de Zestoa, organizándose la comitiva, que contó con una nutrida representación de todos los ámbitos políticos, sociales y eclesiásticos del territorio. Según recogen las crónicas de la época, fue una imponente manifestación de duelo. Se rezó un responso y se emprendió la marcha hacia Zumaia. En esta villa aguardaban, sin poder ocultar su consternación, las autoridades locales, junto a del clero y la gran mayoría de los vecinos del municipio costero.
Los restos mortales fueron trasladados al cementerio y al día siguiente se celebraron los funerales en la iglesia parroquial de Zumaia. Los ocho féretros fueron conducidos en un coche especialmente dispuesto, al que acompañaba la Banda Municipal interpretando una marcha fúnebre. Se convirtió en la manifestación pública de dolor más grande de las registradas hasta entonces en Gipuzkoa, según destacaron los periodistas presentes.
La solidaridad estuvo presente desde el primer momento. El domingo por la tarde en el hotel Oyarzábal de Zestoa se abrió una suscripción a favor de las familias de las víctimas, y en un momento se recaudaron más de 800 pesetas. Durante varios días en 'La Voz de Guipúzcoa' se fueron publicando listados con personas que aportaban dinero a favor de las afectadas.
El 4 de noviembre de 1928 una información de ese periódico señalaba que el chófer sería juzgado en la Audiencia de Azpeitia acusado de un delito de imprudencia temeraria. Diecisiete días después se conoció la condena impuesta a Agustín Imaz Echeverria, un año de prisión.
Los periodistas de 'La Voz de Guipúzcoa' se desplazaron de Zestoa a Zumaia para entrevistar a una de las jovenes supervivientes, Epifanía Estal Imaz, de 16 años. Les llamó la atención su temple y el hecho de que se acordara perfectamente del accidente. La muchacha se felicitó de su buena suerte y lamentó la desgracia de sus amigas. Aclaró que cuando se encontraron con el camionero iban de Getaria a Zumaia divididas en dos grupos algo distanciados. Primero subieron unas al camión y al llegar las otras -entre las que se encontraba Epifanía-, acuciadas por la invitación de las compañeras también se acomodaron como pudieron entre las piedras que transportaba el vehículo pesado y la cabina del chófer.
Ante la pregunta de cómo se atrevieron a viajar a Azkoitia con un desconocido, Epifanía Estal Imaz respondió: «Es que era muy temprano y pensamos volver a Zumaya para la una y media, a comer. Pero en Azcoitia tuvimos hambre y fuimos a una tienda a comprar bollos de leche. Cuando íbamos por las calles do aquel pueblo todo el mundo se nos quedaba mirando: unos decían que éramos pescadoras de Ondárroa y otros hacían otras suposiciones. Nos hemos reído mucho paseando por las calles». Reconoció que cuando se produjo el accidente en Zestoa ocupaba uno de los extremos del volante. Cayó debajo del camión, pero con medio cuerpo fuera y pudo moverse un poco para salir. Rápidamente acudieron a su auxilio, la llevaron al balneario y los médicos la atendieron en seguida.
Otra versión de un periódico de Madrid es totalmente diferente. En el diario 'La Voz' del día 11 de junio se asegura que, cuando las vio en la carretera que conduce de Getaria a Zumaia, el camionero «invitó a las muchachas a dar un paseo corto». «Al pasar por Zumaya, las muchachas quisieron bajar del vehículo; pero el 'chauffeur' se negó a ello, aceleró la marcha y pasó por Azpeitia, hasta detenerse en Azkoitia para descargar las piedras que transportaba. Según la información, un miquelete que estaba de servicio en Zumaia, advirtió al camionero que «no debía llevar a las muchachas a la viva fuerza», ante lo que el chófer le dio a entender que iba a dejarlas enseguida. Sin embargo, le había mentido y siguió su camino a «una velocidad excesiva».
El informador detallaba que el dueño de la camioneta era un contratista de obras de San Sebastián, y que no estaba gravemente herido, «como se dijo en un principio».
Otras fuentes periodísticas llegaron a asegurar que el conductor dijo a las muchachas que las invitaba «a pescar a Azpeitia».
Los informadores de 'La Voz de Guipúzcoa' también fueron testigos de que «la pintoresca villa está consternada por la tragedia». «Doblemente dolorosa -relataron- porque las familias de las víctimas son gentes de la más humilde condición social. La historia de estas familias, abatidas por el dolor de la tragedia, es terrible. Parece que la adversidad se ha enseñoreado con ellas. Y nuestros corresponsales nos hacen un relato espeluznante». Este es el texto de la noticia:
«Los hermanos Juan y Manuela Cárdenas Galarraga y el herido Martín, hermano también de aquéllos, son hijos de Francisca Galarraga. Esta pobre mujer quedó viuda en 1918 durante la epidemia de gripe, y tuvo que hacer frente a la vida sin recursos para mantener a cinco hijitos de corta edad. Sé dedica a la venta de cacahuetes, churros y castañas. Es popularmente conocida en la villa por 'La churrera'. Uno de sus hijos murió. Y ahora que estaban ya crecidos y empezaban a trabajar y ayudar a la casa, el accidente de ayer le arrebata dos hijos más y la dejan sumida de nuevo en la miseria.
La joven de 16 años Adoración Zubia Aizpurua, muerta en el accidente, es hija de otra pobre viuda, conocida por el mote de 'La sacristana' porque en la iglesia parroquial se ocupa de la colocación de sillas y otros menesteres. Esta pobre mujer perdió a su marido, el célebre patrón de remeros Manuel Zubia, que en las regatas de Bilbao llegó en segundo lugar, detrás del famoso 'Quirico' donostiarra; su esposo fue recluido en un manicomio y falleció poco después. La pobre tiene ocho hijos y la ayuda valiosa de la hija que perdió ayer le crea una situación ruinosa.
La madre de Cándida Zubia Urbieta, otra de las muertas, estuvo recluida en un manicomio. Cuando sanó y se reintegró a su hogar, perdió a su marido. Poco después tuvo enfermos, con el tifus, a sus cuatro hijos, y uno de ellos murió. Ayer perdió a Cándida.
En la familia de otra víctima, María Echave Egaña, hace tiempo que se ha ensañado la desgracia. Aún hace poco tiempo que murió, trágicamente como su hija, el padre de María, llamado José María Echave. Se encontraba trabajando en las obras del ferrocarril del Urola, entonces en construcción, y cuando maniobraba con una pala hubo un desprendimiento de tierras. Al caer sobre él uno de los bloques, la palanca le penetró por el pecho, saliéndole por la espalda y murió instantáneamente. Está enterrado en el cementerio de Cestona, donde en estos momentos se encuentra el cuerpo de su hija.
Las hermanas Adoración y María Erquicia Eizaguirre son hijas de un humilde montador de cables eléctricos, llamado Luis. La pérdida de estas dos muchachas, de catorce y doce años, sume en el dolor este hogar y aumenta la intranquilidad económica, pues al matrimonio le quedan otros dos hijos pequeños.
Por último, la muerta Teodosia Álvarez Beristain es huérfana de madre y su padre es un carabinero que actualmente se encuentra destinado en Madrid. En este abandono vivía con sus pobres abuelos maternos, residentes en Zumaya».
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