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Tanya y Cándido hablan junto al fuego con Anttoni Ibar y su marido Juan Joxe.

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Tanya y Cándido hablan junto al fuego con Anttoni Ibar y su marido Juan Joxe. Morquecho

«Ojalá algún día Pablo pueda volver a Gipuzkoa»

Urtain Berri. Tanya Ibar y sus dos vástagos visitan en Zestoa el caserío de la familia de su marido, quien confía en que otro juicio lo libere de la cárcel

Oskar Ortiz de Guinea

San Sebastián

Miércoles, 24 de noviembre 2021, 08:38

Pablo Ibar era un niño de 4 años la segunda y última vez que vino a Gipuzkoa y correteó por los prados del caserío Urtain, en Zestoa. Era 1976. Su padre, Cándido, recuerda que después «vivimos una época difícil, no nos podíamos permitir venir y, como buen vasco, nos dedicamos a aguantar» en Estados Unidos, donde era pelotari. Desde 1993, volvió «todos los años», pero ya sin su hijo. Lleva contados los «33 viajes» realizados desde que Pablo entró en prisión, acusado del triple asesinato ocurrido en Florida en 1994. En agosto de 2019, unos meses después de que su hijo fuera condenado a perpetuidad tras abandonar el corredor de la muerte, el hermano de 'Urtain' sintió la «necesidad de salir» del país que lo acogió y regresó a Zestoa para recuperarse del nuevo mazazo judicial. «Fue un palo, no lo esperaba».

Ayer, sin embargo, vivió una jornada cargada de emoción, al ejercer de anfitrión en la primera visita a Gipuzkoa de los dos nietos que le han dado Pablo y su mujer, Tanya. Giorgio y Javi (Javier Andrés) tienen ya 14 y 11 años, y ayer cumplieron un viejo deseo. «Querían ver de nuevo a aitita y conocer el lugar donde nació», comentaba Tanya, que a diferencia de su madre, Alvin, no habla castellano y solo se maneja en inglés, salvo para referirse a Cándido como «aitita» y a Pablo como «aita». «Para aita era importante que sus hijos conocieran sus orígenes».

Ocho años después

Tanya vuelve a Gipuzkoa para tratar de recaudar fondos con los que «luchar» por la libertad de Pablo Ibar

El reencuentro familiar no fue en el caserío Urtain –vendieron una mitad–, sino a medio centenar de metros, en el Urtain Berri, construido hace dos décadas en las campas donde se apilaban las metas con la hierba cortada y donde de pequeño jugueteó Pablo. Los Ibar Azpiazu fueron diez hermanos –cuatro chicas y seis chicos, incluido el legendario boxeador de los años 60 y 70 del siglo pasado–, de los que sobrevive la mitad. En el nuevo caserío residen Anttoni y su marido, Juan Joxe Lizarralde, y hasta ahí se acercaron ayer su hermano Josetxo, Alberto, viudo de la primogénita Mari Carmen y varios primos y primas de Pablo. También estuvo Javier Luariz, amigo de la infancia del preso de origen guipuzcoano. «Nos criamos juntos en Miami», recordó, hasta que con 14 años regresó con su familia a Gipuzkoa y reside desde hace años en Tolosa.

Tanya y sus hijos llegaron sobre las 10.30 horas a Urtain Berri, donde en el exterior aguardaba Cándido. Ambos habían comparecido la víspera en Vitoria para detallar el recurso mediante el que esperan lograr la celebración de un cuarto juicio para Pablo. Tras el saludo, ella se apresuró a «saludar a 'my tía'». Llevaba ocho años sin ver a Anttoni, quien ayer conoció a Giorgio y Javi.

Visita de los hijos

Giorgio y Javi, de 14 y 11 años, conocieron ayer el lugar que su aita visitó por última vez con solo 4 años

«Teníamos ganas de venir», repitió Tanya, que permanecerá en Euskadi hasta mañana. «Nuestra ilusión era hacerlo con Pablo. Proyectábamos incluso una vida en el País Vasco, donde la gente se ha portado muy bien con nosotros, pero por el momento no puede ser. Ojalá algún día...», explicó. «Pablo quería que nuestros hijos conocieran sus orígenes», insistió. Se mostró emotiva en sus palabras. «Soy enfermera, y con el covid he pasado dos años muy duros, con semanas de 70 horas en el hospital. Vi morir a mucha gente. En esas circunstancias, solo quieres que tu marido te espere en casa, y durante casi un año no pude ni verle porque prohibieron las visitas». Ahora que los vuelos transoceánicos son posibles, «hemos venido. Igual se complica la pandemia y nos vuelven a confinar», precisó. «Queremos ver a aitita, me decían los hijos. Aunque el viaje sin Pablo sea agridulce, estoy feliz».

La cifra

  • 250.000 dólares es el coste que va a suponer la apelación de Pablo Ibar. Si prospera, afrontará un cuarto juicio cuyo coste rondará «casi un millón de dólares».

Sus hijos solo han conocido a su «aita» en prisión. «Se divierten conmigo –añade Tanya–, pero para ellos es duro ver a otros niños que juegan con su padre. En las visitas pueden hacerlo con Pablo. Es entrañable verles cómo con una goma y una tela hacen un balón en forma casi de salchicha, y se lo van pasando. Pablo hace lo que puede por que la situación sea lo más normal posible. Nos adaptamos a lo que hay».

«Le mandamos vídeos y fotos»

El o con Pablo es todo lo fluido que puede ser con alguien que está entre rejas. Hablaron con él el domingo, cuando «nos llamó para ver qué tal habíamos llegado. Estaba emocionado». A través de la aplicación Jpay «podemos mandarle fotos y pequeños vídeos» que le dan luz a una persona que lleva más de media vida en penumbra. «Nos dijo que se recupera bien de la operación que le han practicado en un brazo. ¡Se lesionó jugando a béisbol como si tuviera 16 años!», sonríe.

Apelación judicial

Cándido recuerda que si en un año prospera el recurso, el proceso podría alargarse «otros dos años»

Pablo tiene ya 49 años. Tras el revés que recibió en mayo de 2019 con la sentencia condenatoria, «se sintió muy mal» pero luego recobró el «ánimo» y la «actividad» que le han mantenido lúcido durante todo este tiempo. Cándido explica que «da charlas a otros presos» para que «no pierdan la esperanza» aunque caigan en el corredor de la muerte. «Se ha graduado como carpintero –la profesión de Cándido– y hace trabajos de mantenimiento». Fuera de la prisión de Okeechobee (Florida), su familia y abogados también tienen tarea, con la presentación de una apelación que les va a costar 250.000 dólares. Su resultado se conocerá en un año. Si es itida, se abrirá el cuarto proceso judicial, con una única esperanza: «Nunca lo considerarán inocente, pero que al menos lo declaren no culpable. A ver si llego a verlo», suspira aitita.

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