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Iker mira por una ventana al exterior, donde confía dejar a un lado sus problemas con las drogas y fotalecer la comunicación con sus padres. Los gtres trabajan para ello el día que recupere su libertad. Iñigo Royo
«Lloré a la jueza para que me ingresara en este centro; aquí me han entendido»
Menores internados

«Lloré a la jueza para que me ingresara en este centro; aquí me han entendido»

Un centenar de jóvenes de entre 14 y 18 años cumplen medidas judiciales en alguno de los seis centros educativos de justicia juvenil del Gobierno Vasco. DV visita el de Aramaio

Oskar Ortiz de Guinea

San Sebastián

Domingo, 12 de noviembre 2023, 01:00

Iker apenas había aprendido a hablar cuando fue adoptado en Euskadi, donde halló un hogar pero no un entendimiento con sus padres. Con 13 años ya conocía los servicios sociales. Su válvula de escape fueron las tinieblas de la calle, las drogas. Con 17, se había convertido «en un yonqui. Estaba ya tan demacrado en la calle, con tantos problemas, que busqué la manera de volver a ingresar aquí». 'Aquí' es el centro educativo de justicia juvenil Txema Fínez, uno de los seis existentes en el País Vasco –más tres pisos– donde los menores de edad cumplen las medidas de internamiento dictadas por los tribunales, ya sea en régimen abierto o cerrado. Este joven, que ya tiene 18 años, había pasado siete meses en un ingreso anterior en este mismo recurso de la localidad alavesa de Aramaio, limítrofe con Arrasate. «Yo tenía una orden de libertad vigilada y la incumplí para volver a entrar. En el segundo juicio le lloré a la jueza para que me metiera aquí. Bueno, ella iba a decidirlo y le dije que lo necesitaba. Es donde mejor me han entendido y donde me han enseñado a expresar lo que siento, a comunicarme con mis padres». A ver la luz en su oscuridad adolescente.

Como cualquier día, al joven lo escuchan David Hernández y Héctor Vergara, director y responsable educativo del centro, que abrió sus puertas en 2011 tras la remodelación del antiguo Mendixola. Su labor, y la del resto del equipo de psicólogos, terapeutas y educadores es, entre otras muchas, proporcionar a los internos –un máximo de 12, aunque ahora hay 11, uno guipuzcoano– las «herramientas» que les permitan comprobar que la vida es más bonita fuera que dentro de esas paredes. Una metáfora de todo ello nos sacude nada más nos abre la verja el guarda de seguridad: mientras contemplamos las magníficas vistas al Udalaitz y al Anboto, llega un coche patrulla sin distintivos del que baja un chico esposado. No habrá cumplido ni los 17.

Entre este recurso y los otros cuatro de nivel II con los que cuenta el Gobierno Vasco, todos ellos en Bizkaia o Álava, un total de 61 jóvenes –14 chicas– cumplen actualmente alguna medida judicial en régimen abierto o semiabierto, o también cerrado de corta duración. El único de nivel I es el de Ibaiondo en Zumarraga, donde 28 chicos dan cuenta de medidas más restrictivas, de larga duración. Las tres capitales albergan sendas residencias de nivel III: cada una con seis plazas reservadas a la última fase del internamiento, antes de que los menores sean derivados a casa o a un centro tutelado. En estas unidades convivenciales a menudo se les intenta alejar de su entorno, de la tentación del mal. Salen y entran para asistir a clase, a terapia...

«El éxito es que quien apuñaló porque la víctima 'se lo merecía' vea que no es normal portar navaja»

Héctor Vergara

Responsable educativo

En busca de la reinserción

Los centros educativos de justicia juvenil, en los que actualmente se atiende a 88 chicos y 14 chicas, son el último eslabón de una cadena de recursos institucionales con numerosos centros, organizaciones, programas y terapias.

David Hernández y Héctor Vergara han atendido a adolescentes que han apuñalado, violado, pegado a sus padres... Cuando empezaron a trabajar en justicia juvenil al inicio del siglo, la bibliografía disponible, la de «grandes autores psicoanalíticos como Otto Kernberg, decía que un chaval que había cometido un delito de transgresión seria antes de los 14 años tenía 0% de opciones de reinsertarse en la sociedad». En estas dos décadas han tratado de «estructurar maneras de intervenir para que eso no sea así», para posibilitar la reinserción. Los datos de reincidencia delictiva parecen darles la razón: casi el 87% no recae. Otros son «carne de cañón».

«El objetivo no es que no tengan problemas fuera, sino que los resuelvan de otro modo»

David Hernández

Director

Sin embargo, advierten de que «nadie sale curado» de este recurso. Básicamente, no disponen de «tiempo material» para ello y además las situaciones que llevan a un joven a cometer un delito «suceden fuera, no aquí dentro». Así, durante los 6-9 meses de media que se alarga un ingreso, intervienen con el adolescente... y su entorno, en el caso de que tenga una red.

«Trabajamos –explican– con procesos de larga duración y terapéuticos. Por ejemplo, un caso de violencia filio-parental es un proceso muy complejo que no tiene que ver con el enfado entre una madre y un hijo, sino con cómo se establecen las relaciones, con qué pasa en ese vínculo, qué angustias hay, qué miedos aparecen... En esos nueve meses de internamiento, trabajaremos con ese hijo y esa madre para que entiendan que el problema es cómo manejan esas angustias. Les orientamos para que hagan esa terapia, pero ese proceso va a durar dos años». Y además debe realizarse fuera del centro, donde suceden las cosas, los conflictos.

En ese proceso está inmerso Iker con sus padres. «Yo antes las liaba y ellos no se enteraban por mí –explica–. No teníamos buena comunicación, no sabía expresarme. Aquí he aprendido a hablar con ellos, a decirles lo que me pasa, lo que quiero. Y ellos confían más en mí». ¿Es la luz al final de su túnel? «Antes ha habido otras oportunidades», responde. «Ahora –añade– tengo otra visión de mis padres, cada vez son más mayores y no quiero hacerles sufrir, y sobre todo que no me vean sufrir».

«Ahora tengo otra visión de mis padres; no quiero hacerles sufrir ni, sobre todo, que me vean sufrir a mí»

Iker

Interno

Cada puerta que atravesamos en nuestra visita se abre y se cierra con llave. Clac, clac. Pero, igual que dice Iker, privado de libertad es como «mejor» se siente Moha, de 16 años. Tenía 15 cuando junto a varios amigos se subió a una patera con 30 personas a bordo. Tres días les llevó la travesía de Azemmour a Tarifa, donde aguardaban «la Cruz Roja y la Guardia Civil». Los adolescentes fueron subidos a un bus con destino a un centro de menores andaluz. En cuanto pudo se vino al País Vasco e ingresó en otro recurso, aunque vivía como en Casablanca: me junté con mis amigos y se sucedieron las fechorías. No se presentó a un juicio por robo con fuerza, y recayó en Aramaio. Lo primero que hicieron con él fue enseñarle castellano, porque «la comunicación y el diálogo es la vía» para canalizar cualquier conflicto. Lo dicen ambos especialistas, que son dos armarios. «Alguna vez hemos tenido que intervenir en un conflicto y practicar reducciones», pero dirigen la terapia hacia tratar de hacer ver que la autoridad no tiene nada que ver con la fuerza física, y menos con el género, algo que refuerza la labor de las mujeres del grupo terapéutico.

David Hernández y Héctor Vergara, director y responsable educativo del centro Txema Fínez, lideran un equipo de trabajo formado por una quincena de personas: coordinador, tres maestros, psicóloga, terapeuta familiar, cocinera, limpiadora... Iñigo Royo
Imagen principal - David Hernández y Héctor Vergara, director y responsable educativo del centro Txema Fínez, lideran un equipo de trabajo formado por una quincena de personas: coordinador, tres maestros, psicóloga, terapeuta familiar, cocinera, limpiadora...
Imagen secundaria 1 - David Hernández y Héctor Vergara, director y responsable educativo del centro Txema Fínez, lideran un equipo de trabajo formado por una quincena de personas: coordinador, tres maestros, psicóloga, terapeuta familiar, cocinera, limpiadora...
Imagen secundaria 2 - David Hernández y Héctor Vergara, director y responsable educativo del centro Txema Fínez, lideran un equipo de trabajo formado por una quincena de personas: coordinador, tres maestros, psicóloga, terapeuta familiar, cocinera, limpiadora...

El día a día está muy marcado desde que se levantan a las 8.30 de la mañana: desayuno, charla donde se analizan las dificultades halladas la víspera o las expectativas para esa jornada, actividad (aula, ebanistería o jardinería), hamaiketako, nueva actividad y comida. Por las tardes, alternan el gimnasio sin pesas con actividades lúdicas o psicoterapéuticas, en las que acaban compartiendo con el resto sus interioridades: por qué lloran, pegan, o apuñalan... O qué les aterra. Ellos mismos se ocupan de las tareas domésticas. A su ingreso, a cada uno se le facilita un manual con la normativa de convivencia, y las posibles faltas acarrean la imposición de tareas –también para la plantilla– o pasar algún rato de tiempo libre en su cuarto. Consideran que «la soledad psicotiza» y todas las habitaciones son dobles, para lo que estudian «mucho» su distribución según el perfil de cada uno.

Moha agradece que «aquí hay disciplina y todo el mundo te respeta». El equipo terapéutico sabe que es algo que el chico y sus compañeros valoran dentro del centro, pero también fuera, donde el respeto del grupo se mantiene haciendo lo mismo que les recluyó en Aramaio. Y en esta brecha tratan de meter el bisturí. «Buscamos fallas en sus narrativas, en la manera que tienen de justificar lo que han hecho», explican los expertos.

«Al llegar a Euskadi me junté con mis amigos y liamos algunas. Aquí me siento mejor: hay disciplina y se me respeta»

Moha

Interno

Y tras una tarea de pico y pala, logran que quien apuñaló porque la víctima «se lo merecía», entienda que llevar una navaja no es «lo normal» como pensaba, sino porque tiene «miedo y la lleva para defenderse»; y que quien pega a alguien porque le tocó el culo a su novia, no lo hizo «para defenderla a ella, sino para demostrarle su virilidad»; y que a una madre no se la golpea porque se es más fuerte, sino porque «ella te cuida y a cambio le regalas la autoridad».

David Hernández y Héctor Vergara dicen que «lo importante no es que estos problemas no se repitan fuera, sino que cuando se den tú los resuelvas de otro modo y no sea por miedo a la consecuencia. Pero eso requiere más tiempo».

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