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Dos millones de palestinos se enfrentan a la hambruna en Gaza tras haberlo perdido todo bajo las bombas. En Sudán, escenario de la mayor crisis ... de refugiados del mundo según la ONU, 14 millones de personas han tenido que huir de sus hogares. Yemen, Congo, Somalia… Ninguno de los desafortunados que sufren en esos «agujeros de mierda» a los que una vez se refirió Donald Trump, encuentra hoy refugio en EE UU, que ha cerrado sus fronteras al dolor del mundo. Salvo los afrikáners, la minoría blanca sudafricana de origen holandés, amparada por las teorías de la conspiración que el presidente ha hecho suyas.
«Lo que está ocurriendo allí es un genocidio, algo terrible, solo que ustedes no quieren escribir de ello», sermoneó el lunes el presidente a los periodistas que atendieron su última conferencia de prensa en la Casa Blanca antes de partir. Su certidumbre hizo dudar a algunos. ¿Sería verdad que Sudáfrica está «matando brutalmente» a los agricultores blancos para quedarse con sus tierras y el mundo no se ha enterado? El mandatario volvía a reescribir la historia de acuerdo a teorías de la conspiración, ampliamente desacreditadas, que su círculo le ha susurrado al oído durante años.
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«Para quienes crecimos bajo el régimen del apartheid, rodeados de carteles de 'Solo Blancos', cuando los chicos blancos perseguían a los negros por deporte, esto es un verdadero puñetazo en el estómago», dijo el profesor de historia de la Universidad de Princeton, Jacob Dlamini. Los blancos son el 7% de la población en Sudáfrica pero poseen el 72% de todas las tierras de cultivo, arrebatadas a los indígenas a principios del siglo pasado. La legislación de los colonos prohibió a los negros adquirir propiedades fuera de las pequeñas reservas que se les marcaron.
La primera ley que firmó Nelson Mandela al llegar al poder en 1994 fue para corregir ese pecado original con una reforma agraria que no ha llegado a producirse, pero que cada vez más una buena parte de la población pide a gritos. El año pasado una Ley de Expropiación que permitiría incautar sin compensación tierras no cultivadas para usarse «con objetivos públicos» si han fallado las negociaciones exaltó el pánico de los propietarios blancos. La norma, que sustituye a la de la era del apartheid, no ha sido implementada aún, pero en la cabeza de Trump, «los granjeros blancos están siendo brutalmente asesinados y sus tierras confiscadas».
Los 59 «refugiados» que integran el primer grupo acogido por EE UU esta semana no han tenido que probar nada. En contraste con los venezolanos que cruzan la selva del Darién con los papeles a cuestas o los centroamericanos que huyen de carteles y pandilleros con lo puesto, a las familias regordetas de cachetes sonrojados EE UU les puso un vuelo charter. Les bastó con inscribirse en una lista que recoge el AfriForum, una organización ligada a los movimientos fascistas de Francia, Italia y Alemania, que Heidi Beirich, director de Inteligencia del Souther Poverty Law Center, ha calificado de «supremacistas blancos en trajes de chaqueta».
El subsecretario de Estado Christopher Landau les recibió en el aeropuerto Dulles de Washington en representación del secretario de Estado, Marco Rubio, que hubiera querido estar presente para ayudarles a «construir un futuro mejor en EE UU», leyó Landau en su lugar, pero acompañaba al presidente en su primera gira al extranjero. «Nadie debería temer que se le confisque su propiedad sin la debida compensación o convertirse en víctima de ataques violentos debido a su etnicidad», entonó con una promesa: «En los próximos meses continuaremos recibiendo a refugiados afrikáners y les ayudaremos a reconstruir sus vidas en nuestro gran país».
La mayoría ha sido reasentada en Texas, aunque algunos se han repartido por los Estados de Nueva York, Carolina del Norte, Idaho y Iowa. El Gobierno les ha facilitado un hogar temporal, asistencia para ropa y comida, ayuda para encontrar trabajo y la posibilidad de solicitar residencia permanente al cabo de un año.
Uno de ellos, Charl Kleinhaus, de 46 años, ha saltado rápidamente a los periódicos al conocerse una publicación en Twitter en la que calificaba a los judíos de «un grupo peligroso en el que no se puede confiar». El hombre se ha distanciado de esos comentarios y ha borrado la cuenta. Entrevistado en el aeropuerto por varios periodistas, dijo haber aprovechado «la oportunidad» que le ha presentado el Gobierno de EEUU por el futuro de su hija y su nieto, que le acompañan, ya que en su país se discrimina a los blancos en las entrevistas de trabajo, aseguró. En realidad, según datos del Banco Mundial de 2022, en Sudáfrica los blancos cobran tres veces más de media que la población negra, pero la minería y la agricultura siguen siendo la principal actividad económica.
El pasado 7 de febrero, Trump firmó una orden ejecutiva por la que retiraba toda la asistencia a Sudáfrica, estimada en 320 millones de dólares anuales (alrededor de 286 millones de euros), y acusaba a este gobierno de implementar «políticas de odio racial contra los propietarios racialmente desfavorecidos». El embajador de la nación del arcoíris, Ebrahim Rasool, negó las acusaciones, que consideró destinadas a movilizar al supremacismo blanco, por lo que Rubio lo declaró persona non grata y lo expulsó de Estados Unidos. Ahora Trump ha amenazado con retirar a su país de la cumbre del G20 prevista en Sudáfrica si el país no «resuelve» la situación. Su intervención en la delicada transición que vive el país desde que abandonó el apartheid ha revuelto la conciliación que se intentaba obtener en uno de los territorios más desiguales del mundo, para decepción de quienes no ven los cambios prometidos.
En la mira pública está la influencia del sudafricano Elon Musk, pero en realidad la llamada 'Mafia de PayPal' que rodea al presidente de EE UU lleva años influyéndole en este ajuste de realidades. David Sacks, Peter Thiel y Lana Marks son algunos de los multimillonarios sudafricanos de su entorno que han alimentado esa narrativa y han impulsado el nombramiento del activista conservador pro apartheid Brent Bozell como embajador estadounidense en la nación del arcoíris, dispuesto a acabar con «el genocidio blanco».
El presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, tendrá la oportunidad de rebatir esos argumentos el miércoles, cuando visite a Trump en la Casa Blanca para defender su papel comercial, si es que no se encuentra con una encerrona como la de su homólogo ucraniano, Volodímir Zelenski en el Despacho Oval.
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