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A izquierda y a derecha, hay multimillonarios que utilizan su dinero para impulsar las ideas políticas en las que creen, como los hermanos Koch, que ... financiaron el Tea Party, o Warren Buffet, que dejó de ser el hombre más rico del mundo porque donó el 99% de su fortuna a diferentes causas, la mayoría filantrópicas. Elon Musk parece haberlo hecho por el capricho de comprarse un asiento figurativo en el Gobierno de EE UU, del que ya se ha cansado.
Durante una entrevista virtual en el marco del Foro Económico de Catar, el hombre más rico del mundo y principal donante de la campaña de Donald Trump anuncio espontáneamente que «en el futuro» invertirá «mucho menos en causas políticas». ¿La razón? «Ya he tenido suficiente», itió con expresión de fastidio. Con eso no cierra la puerta y dice estar dispuesto a seguir donando a causas políticas «si ve una razón para hacerlo», pero ahora mismo no encuentra un buen motivo.
Algunos interpretan este paso atrás como una decepción con las políticas de Trump, en particular con los aranceles que ha criticado públicamente. Otros creen que simplemente se ha cansado del juguete nuevo al frente del Departamento de Eficiencia Gubernamental ( DOGE), que en cualquier caso dijo que utilizaría durante tres meses antes de volver a sus negocios. Además, «menos» significa solo eso, porque ya tiene comprometidos cien millones de dólares para las campañas de congresistas republicanos en las legislativas de noviembre del año que viene.
Su trabajo al frente del departamento creado a dedo por Trump para desmantelar otras agencias de gobierno que consideraba un desperdicio por servir a políticas de diversidad o dar ayudas exteriores y el despido de cientos de miles de funcionarios le ha costado una importante caída de popularidad, que también ha repercutido en sus empresas. La imagen de la motosierra que le regaló Javier Milei en el escenario de la Conferencia de Acción Política Conservadora le marcará para siempre. Desde enero, las encuestas muestran un descenso generalizado en la percepción pública de Musk, Tesla y SpaceX. Sus declaraciones incendiarias en X, la red social que compró cuando era Twitter, el privilegiado al Despacho Oval y su figura como 'copresidente' de facto son algunas de las cosas que han sido recibidas con recelo incluso por sus antiguos iradores, muchos de ellos seguidores de Trump.
Para llegar ahí Musk ha invertido en los últimos dos años más de 250 millones de dólares en la reelección de Trump, así como otros 19 millones en respaldar a candidatos republicanos al Congreso. Financia, además, uno de los comités de acción política más agresivos del país, America PAC, que este año se volcó en la elección de un juez conservador para el Supremo de Wisconsin… y perdió. Ese revés supuso un antes y un después para el empresario, quien entendió que su éxito depende inevitablemente de Trump. Si albergaba alguna ilusión de ascender a la política por su cuenta, los votantes de Wisconsin demostraron que solo es una ficha más en el tablero de ajedrez MAGA, donde Trump es el rey.
Uno de sus asesores citado por la NBC asegura que el alejamiento es más estratégico que ideológico. «Reducir su perfil público no merma su influencia, puede incluso afilarla», afirmó. «Musk puede seguir financiando iniciativas o candidatos en silencio, sin generar ruido innecesario». El empresario ya había anunciado en abril que iba a «reenfocarse en el negocio», donde los inversores le reclaman.
Su implicación directa en la política también ha hecho sufrir a algunas de sus empresas, en particular a Tesla, cuyas ventas globales han caído un 13 % en el primer trimestre del año. El pionero de los coches eléctricos ha visto también erosionada su imagen de marca. Sus vehículos han sido objeto de sabotajes, incendios y actos vandálicos en varias ciudades de EE UU. La cotización de sus acciones perdió más de un 30% en los dos primeros meses del año, aunque ha empezado a recuperarse.
Eso no quiere decir que la inversión en política le haya salido mal. Space X, por ejemplo, recibió un contrato de 5.900 millones de dólares por parte de la Fuerza Espacial estadounidense para apoyar el lanzamiento de cohetes y operaciones satelitales hasta 2029. Ese acuerdo forma parte de otro más amplio de 13.500 millones, que también incluye a United Launch Services y Blue Origin, con el objetivo de poner en órbita satélites sensibles de la seguridad nacional de EEUU.
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