Aunque a veces parezca que no hay entendimiento posible entre los seres humanos, pienso que cada vez que cruzamos un puente, montamos en un ascensor ... o dormimos en la décima planta de un hotel –no importa en qué parte del mundo estemos– manifestamos una fe incuestionable en la ingeniería, o lo que viene a ser lo mismo, una fe en el 'otro'. Yo también me declaro devota de esa religión civil y confío mi integridad física en cálculos ajenos; sin embargo, cada cierto tiempo, así como el pecado asiste a la virtud, esa fe se me quebranta. Sucedió hace poco, cuando supe que habían creado y comercializado vehículos eléctricos sin haber ideado un sistema eficaz y rápido para apagar sus baterías en caso de incendio. ¿Cómo pueden funcionar las cosas así? Cabe preguntarse, porque a muy temprana edad aprendemos que no debemos encender nada, ni material ni inmaterial, que no pueda apagarse. El corazón de la ingeniería debería saberlo.
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