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Cuando fue anunciada entre las 22 películas que compiten por la Palma de Oro, 'Eddington' de Ari Aster apareció como una de esas obras que se cuelan debido a un castin estelar. Cuenta entre sus actores con Joaquin Phoenix (protagonista), Emma Stone y Pedro Pascal, visto recientemente en la segunda temporada de la serie 'The Last of Us'. Parecía el filme predilecto para que aquellos críticos más exigentes cuestionaran su presencia en la sección oficial del Festival de Cannes. Después de su presentación el viernes por la tarde en la lujosa localidad del sudeste de Francia, el tercer filme del cineasta estadounidense desmintió los peores presagios.
'Eddington' es una arriesgada sátira de la América profunda durante la pandemia del covid-19. Un retrato ácido, a ratos delirante —otros más previsible—, de un país dividido, invadido por las armas de fuego y las fake news, y en que se ha roto la confianza en lo común, básica para cualquier sociedad. Aster, de 38 años, recurre para ello a un eficaz pastiche de estilos, desde el 'western' hasta el filme de horror, pasando por el género político o la comedia con reminiscencias al 'Gran Lebowski'. Aunque todavía le falta para llegar al talento de los hermanos Cohen, el realizador neoyorkino muestra cierta habilidad para poner el dedo en la llaga de males contemporáneos.
El delirio que invade el condado de Eddington (Nuevo México) empieza con su sheriff (Phoenix) negándose a llevar mascarilla. Ese agente incompetente obliga a las tiendas a que dejen entrar a aquellos habitantes iguales de desobedientes y egoístas que él. Su comportamiento lo enfrenta con su archienemigo: el alcalde (Pascal), defensor acérrimo de las medidas para frenar el virus. A esas actitudes antagónicas se le suma otro motivo que alimenta su vieja rivalidad. Cuando era joven, el edil había dejado embarazada a la actual esposa del sheriff (Emma Stone), una mujer deprimida que tiene que aguantar a su madre en su casa por el covid-19, y que parece la presa perfecta de los divulgadores de teorías conspirativas.
Uno de los méritos de la obra de Aster consiste en que no deja títere sin cabeza. Se burla con la misma acidez de la América trumpista como de los excesos de aquellos jóvenes que denunciaron, de manera legítima, el asesinato de George Floyd, pero cayeron en argumentarios simplistas, como el hecho de justificar todos los males de su país por el «privilegio blanco». Además, incorpora con cierta gracia a personajes paródicos —no tiene desperdicio el simpatizante de QAnon que encarna Austin Butler con un aspecto parecido al de un joven Johnny Depp— del mosaico estadounidense, prácticamente imposible de reconciliar.
Como ya había hecho con su anterior filme ('Beau tiene miedo'), Aster muestra su gusto por los giros alocados, pero esta vez de manera algo más cerebral. Aunque quizás su tercer largometraje se quede corto para aspirar a la Palma de Oro, sí que aumenta el prestigio de este cineasta norteamericano. Hasta ahora lo habían relegado a su condición de director de pelis de terror.
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