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Miércoles, 27 de enero. 7.40 horas de la mañana. Despierto con el regusto amargo de la eliminación copera de la Real Sociedad. Perdidos ... en la niebla, el Betis deja en la cuneta a los de Imanol. Por delante tengo una empresa delicada: comunicarle a mi hijo de 9 años que su equipo ha perdido. 3-1. Malo, malo...
Llega el momento. Le despierto y él, que se fue a la cama la víspera con el partido recién iniciado -pienso que el fútbol nocturno no es para niños, sobre todo entre semana-, solo tiene una cosa en mente al recobrar la conciencia. Ni 'egun on' ni nada. Sus primeras palabras del día: «Aita, ¿qué hizo la Real ayer? ¿Ganamos, verdad?». Trago saliva y le comunico el resultado como quitando hierro a la cosa. Que había mucha niebla, que si lo importante es ganar la final de copa al Athletic, que si pronto vuelve Silva... Termino con «un vete poniendo la ropa que se va a el autobús».
No dice nada. Se queda sentado en la cama con la camiseta en la mano. En su rostro se mezcla la tristeza con el cabreo. Le dejo solo en su habitación y, al salir, escucho su voz entrecortada: «Aita, ¿por qué somos de la Real?» No sé qué decirle. Acierto a soltar cuatro frases pero no encuentro palabras para su consuelo.
Pasan los días. Semanas. Domingo 14 de marzo. La Real juega contra el Granada. Entre el mal tiempo y la pandemia, no hay mejor plan que ver en la televisión el partido de la Real. Desde primera hora de la mañana, mi hijo no tiene otra cosa en mente. «Si ganamos, alcanzamos al Sevilla y nos metemos en Champions», me recuerda. Llega la hora. Nos sentamos juntos en el sofá frente al televisor. Él lleva la camiseta de Januzaj. Yo llevo una de la época de Carlos Xavier. El partido va a comenzar. De repente, me viene a la cabeza su pregunta entre lágrimas del otro día a la que no supe dar una respuesta. Miro la ilusión en su rostro y ahora lo tengo claro. Sobran las palabras.
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