La Real no ha jugado nunca en Turín, aunque las dos veces que pasó por allí (jugar es otra cosa) le metieron cuatro goles. Las ... lecciones que se sacan en la Real Sociedad después de los partidos de Turín son peligrosas. La primera vez le atropelló la Juventus y aquello acabó unos meses después con el adiós de Raynald Denoueix. La segunda, muy reciente, fue zarandeada por el Manchester United. La reacción ha sido mucho mejor.
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Contra toda evidencia, ha habido interés en sacar conclusiones de ese partido. Lo típico: que si a la Real le falta experiencia, que no puede competir con esos grandes equipos... Cuando la única realidad es que aquella noche tuvo una actuación pésima, impropia de su categoría, una verdadera excepción a la regla. Es decir, un partido inservible, para tirar a la basura directamente.
Pero en la visita del Barcelona, la Real intentó aplicar las enseñanzas de Turín. Y eso, desde 2003, da muy malos resultados. Entonces, el problema no se zanjó, se fue enquistando y acabó con la época de Denoueix. Esta vez ha sido más limpio: se trató de utilizar esa experiencia adquirida ante el Manchester United y el 1-6 es un resultado bastante claro. No había nada que aprender de aquello.
Lo bueno es que, a diferencia de 2003, el asunto no colea. La facilidad con la que todo el realismo, del entrenador al último aficionado, ha pasado página es irable. En nada está afectando a la preparación de la Copa, lo que dice mucho a favor de la versatilidad, la flexibilidad y el optimismo de este equipo, virtudes esenciales para conquistar el título, pero que a este lado de la autopista solían languidecer ante el siempre más prestigioso pesimismo.
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Desmontado el malentendido, el regreso al juego que la Real Sociedad domina es inevitable. El camino está claro y es lo que hace poderoso a este equipo. Desde la asombrosa semifinal de la Supercopa ante el Barcelona, hasta las victorias parecen poca cosa en el entorno realista. Pura rutina, puntos que caen del árbol de tres en tres por el peso específico del juego de los de Imanol.
Desde hace años, el fútbol se ha convertido en un asunto de entrenadores. Guardiola, Klopp, Zidane, Conte, Tuchel. Mourinho... ¿Dónde están la figuras? El éxito inicial de Imanol fue justamente su aportación teórica, su concepto del juego, que hizo avanzar a grandes zancadas al equipo. Esa tensión, esa necesidad de evolución permanente, ese reinventarse sin parar provoca un ritmo alocado de los acontecimientos. No es sencillo actualizarse. Hacer lo mismo que el año pasado es quedarse muy atrás. Cesare Prandelli ha presentado su dimisión en la Fiorentina esta semana por este motivo. Y no es precisamente un joven sin experiencia y sin espaldas para soportar la presión.
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La irrupción de Imanol en Primera con las herramientas del fútbol más avanzado -cuando venía directamente de Segunda B- causó impacto. Los futbolistas son implacables con sus entrenadores. Tienen ojo clínico. Les bastan dos o tres sesiones para catalogar al míster de turno. Todos acudieron con la fe fanática de los conversos a la llamada de Imanol. La mejor señal de que ahí había algo. Decía Martín Lasarte, en una expresión brutal pero extraída de su experiencia, que lo que busca un jugador en su entrenador es que le dé «títulos y dinero». Y el momento ha llegado.
Liberada del peso de Turín, la Real Sociedad vuelve a ser libre para jugar al fútbol. Y eso es un peligro para cualquiera que se ponga delante.
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