La atención de un hospital llevada a la casa de un crónico
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La enfermería de práctica avanzada en cronicidad permite asistir a pacientes en su domicilio para evitarles ingresos sucesivos y aportarles calidad de vidaRobus López era una mujer que desprendía vitalidad. Alegre, familiar y aficionada al baile, si había un pasatiempo del que disfrutaba, ese era el de ... pasear. Valoraba lo bien que se encontraba de salud en función de hasta dónde había llegado caminando. Hace cuatro años esta mujer, que emigró a Barakaldo desde Badajoz en 1965, fue ingresada en el hospital de San Eloy. Llevaba un tiempo con mucha fatiga. «Al principio pensaron que podía ser anemia. Le hicieron varias pruebas, pero no encontraban la causa hasta que la derivaron a Cardiología», recuerda Maribel Sandía, su hija. Los especialistas de este servicio dieron con el origen del problema. Robus tenía obstruida la aorta. Pero al tener una válvula cardiaca delicada se decidió no operarla. El riesgo de que pudiese fallecer durante la intervención era muy elevado. Así que se optó por otra alternativa más segura, se le pautó una medicación oral y se le dio el alta.
Durante los siguientes años el tratamiento le fue bien. Hasta que alcanzó el «techo terapéutico», como explica José Luis Francisco, jefe del servicio de Cardiología que trató a Robus. La paciente desarrolló tolerancia al fármaco, por lo que cada vez le hacía menos efecto.
El último año de Robus fue un continuo peregrinaje al hospital. Ingresó en tres ocasiones y en otras tantas tuvo que ser atendida en Urgencias. En aquella situación la única alternativa era istrarle la medicación por vía subcutánea. Lo habitual es que estos pacientes sean hospitalizados para recibir el fármaco, pero Robus se encontraba muy frágil. «Cada ingreso acorta la esperanza de vida», reconoce Francisco. Así que se optó por que recibiese el tratamiento en su domicilio, bajo supervisión sanitaria, «para que ganase calidad de vida».
De esa labor se encargó Garazi Cuesta. Ella es una de las enfermeras de práctica avanzada en cronicidad (EPAC) con las que cuenta esta organización sanitaria. Durante los cerca de cuatro meses que atendió a Robus se convirtió para ella y su familia en algo más que en la sanitaria que cada semana acudía en dos ocasiones a istrarle la medicación. «Para mi madre ver a Garazi entrar en casa era una alegría. Sabía que le iba a dar la medicina y que se iba a encontrar mejor. Pero es que además la hacía reír y era su psicóloga. Nos daba mucha tranquilidad a todos», destaca Maribel.
En cada visita repetían las mismas rutinas. Robus se colocaba en su butaca en el pequeño salón de su casa, mientras que la enfermera se sentaba en el suelo frente a ella. Y mientras charlaban, comprobaba que el estado de salud de la paciente era correcto y le istraba los fármacos pautados. Ante cualquier duda Garazi llamaba desde el mismo domicilio a los especialistas de San Eloy que habían tratado a Robus y supervisaban su situación. «Si la veía más delgada o más floja llamaba al servicio de Cardiología para que me diesen alguna indicación o me dijesen si ajustaba la medicación», explica Cuesta. Ella era sus ojos en la casa de Robus.
Los cardiólogos de esta organización sanitaria recibían los resultados de las analíticas que cada semana se le hacían a la paciente en su casa para valorar su situación y decidir las acciones a adoptar. Cada martes se comunicaban por teléfono con Maribel. Le explicaban cómo estaba su madre y cuál era el plan de tratamiento para los siguientes siete días.
La unidad de atención al paciente crónico de la OSI Barakaldo-Sestao, compuesta por cinco enfermeras, trabaja en coordinación con los servicios de Medicina Interna y Cardiología en la atención a enfermos de larga duración. Permite que estos pacientes sigan dependiendo de estos servicios pero sean atendidos y supervisados en sus casas. «En vez de que vengan ellos al hospital, sean ingresados cada vez que se encuentran mal y pierdan calidad de vida, este equipo nos permite llevar a estos pacientes la atención hospitalaria sin que tengan que salir de su casa», explican.
Esta prestación solo se ofrece a un número reducido de crónicos en los últimos meses de su vida. Su asistencia es distinta a la de un hospital. «Es más personalizada. Podemos estar más de una hora en el domicilio. Eso favorece que se creen lazos con el paciente y su familia», confiesa Garazi. Unos lazos que en ocasiones se prolongan más allá de la labor asistencial.
Robus salió a pasear hasta casi el último día de su vida. Los acortaba para ajustarlos a lo que le permitía su insuficiencia cardiaca. Así hasta el pasado 18 de enero. Aquel día, con 87 años, se sintió muy cansada. Le dijo a su hija que se iba a la cama. Falleció poco después.
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