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El 30 de junio en Irun no es un día normal. Es un día larguísimo que se pasa volando. Un día que arranca pocas horas ... después de la medianoche y que, para mucha gente, termina cuando ya se ha estrenado julio. Un día en el que pasan muchas cosas que en cualquier otra fecha no tendrían ningún sentido.
Desde hace ya unos años la ciudad ha recuperado la calma, que no la normalidad, y disfruta de sus fiestas por todo lo alto habiendo dejado muy atrás los peores momentos del conflicto entre las diferentes formas de entender el Alarde. El pasado año, José Antonio Santano, dio un paso institucional en la dirección del entendimiento cuando decidió estar presente en el balcón municipal, como alcalde de la ciudad, a la llegada de la tropa del desfile mixto a la plaza de San Juan, como venía haciendo siempre con el tradicional. Ahora que la condición de primera edil la ostenta Cristina Laborda, sobre ella recaían todas las miradas. Este domingo afianzó el gesto de su predecesor y la presencia de la máxima autoridad política local en ambos Alardes parece ya un hecho consolidado. No así la de todos los grupos municipales. PSE, PNV y PP sí salieron al balcón en los dos casos pero, como el pasado año, Podemos-IU y EH Bildu sólo asistieron al desfile igualitario.
«Es el día más importante para Irun y la ciudad lo ha sabido disfrutar, con las calles llenas y la fiesta como protagonista», decía Laborda, subrayando que «la ciudadanía ha disfrutado los Alardes en convivencia, en respeto y con ilusión». Recordó que ambos, «el mayoritario y el minoritario, son totalmente legales». Las estridencias, los desaires y los discursos de enfrentamiento siguen presentes, a veces incluso de manera gráfica, como en las pancartas de la plaza Urdanibia, pero en la calle se vive la situación en un clima de cada vez mayor entendimiento. Es una realidad que se refleja de muchas maneras y se podrían poner decenas de ejemplos, pero pocos más claros que el de la presentación de cantineras del Alarde público, el pasado día 28. Varias de ellas verbalizaron allí agradecimientos a cuadrillas, amigas, familiares, que pese a tener una forma diferente de entender la fiesta las han acompañado en el emocionante proceso que es salir de cantinera, incluso, de manera literal, en el desfile de este domingo.
La dualidad de Alardes para celebrar una misma fiesta no es normal. Pero bien es cierto que poco hay normal en este 30 de junio irunés que se teje con ritos, emociones y sentimientos.
Desde las cuatro de la mañana hasta casi las seis, dos tipos con sendas trompetas y otro con un redoble andan recorriendo calles y plazas para tocar una melodía llamada Alborada. Algunas de sus estaciones son fijas y otras varían de un año a otro. Quien tiene la oportunidad de escuchar esas trompetas de madrugada, sea esta vez o cada día de San Marcial por norma, no sale a protestar, sino a aplaudir, seguramente con los ojos llorosos. «Llevo 25 años tocando la Alborada y jamás se nos ha quejado nadie. Al contrario, lo que sí ha pasado es que nos digan que a ver si al año siguiente volvemos a tocar allí», cuenta Mikel Ramírez, una de las madrugadoras trompetas.
No es un día normal porque las cervezas que los bares venden antes de las siete y media de la mañana se cuentan por centenares y habría que sumar vinos, champanes y hasta combinados. No es un día normal y por eso es capaz de generar sensaciones difíciles de entender para quien no las lleva dentro. Cómo pueden unos toques de corneta electrizar el ambiente conectando a los cientos de personas que hay alrededor a la espera de que las primeras notas de Arrancada pongan en marcha al cabo de Hacheros y empiece el Alarde. «Sólo de pensar en ese momento, me vuelvo a emocionar», decía Juanjo Martínez, cabo de Hacheros del Alarde tradicional. «Para cualquier persona de Irun es uno de los momentos cruciales del Alarde. Pero para un hachero y en concreto para el cabo de hacheros, es casi místico. Ese silencio total que se hace justo antes y la explosión de alegría que le sigue... Es algo único. Muy bonito».
Su homólogo en el desfile igualitario, Txomin Eskarmendi, se estrenaba este domingo en esa función. «Es un momento especial, para toda esta maravillosa Escuadra de Hacheros. Pensaba que me iba a poner muy nervioso, pero tanto ensayo, tanta mentalización, me han ayudado y lo he disfrutado. Había mucha gente, además».
Con los pasos cuesta San Marcial arriba de sus respectivos cabos de hacheros empezaron los dos Alardes, el tradicional a las 7.40, el público a las 10.25. Ambos se desarrollaron sin problema, cumpliendo sus ritos, matinales y vespertinos, el igualitario con 2.240 componentes; el tradicional con 6.867 soldados, 19 cantineras y un general, Asier Etxepare, que estrenaba el cargo y al que se le apreció visiblemente emocionado en varios momentos.
Cristina Laborda
Alcaldesa de Irun
Juanjo Martínez
Cabo hacheros Alarde tradicional
Txomin Eskarmendi
Cabo hacheros Alarde público
Una de las claves de la jornada la apuntó Eskarmendi. «Que sea domingo se ha notado mucho en la cantidad gente que había viendo». Eso dio para situaciones curiosas, como por ejemplo, 'turistas' fotografiándose con la Banda de Música de fondo y pidiendo a soldados que se sumaran como atrezzo a esa foto.
Ese clima distendido y festivo, reinó durante toda la jornada. Es lo que toca en un día que no es normal, pero que antes que nada es una fiesta. La fiesta grande de la ciudad.
La entrega de la bandera de la ciudad en el arkupe del ayuntamiento es uno de los momentos más simbólicos en ambos Alardes. Aunque el rito es el mismo (la música, las unidades que participan, la compañía que recibe la enseña y la incorpora al desfile) el planteamiento es muy distinto. En el tradicional la entregaron el ex general José Antonio Apalategui y la representante de las cantineras en la Junta del Alarde, Nerea Ugarte, y fue un acto solemne, emotivo. En el Alarde público la entrega la realizó la concejala de Podemos-IU, Thania Pazos, y la bandera entró con algarabía al desfile y tanto los momentos anteriores como los posteriores sirvieron para la reivindicación al grito de «Emakumeak Alardean». «Para mí ha sido súper emocionante, un pedazo de honor», aseguró Pazos, que además este año se estrenaba desfilando «en la compañía Anaka, mi barrio de toda la vida».
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