Llega para hacer de Donostia 'la ciudad de la tentación'. Juan Dávila (Madrid, 1978) El popular cómico reconvierte el Kursaal en su partícular 'palacio del ... pecado' durante tres días consecutivos. Empezó ayer, este sábado repite a las 21.00 horas y se despide mañana domingo, a las 18.30. Para las tres sesiones, las entradas están agotadas desde hace meses. Y puestos a calcular, tres bolos a 1.800 personas cada día, hacen un total de 5.400 personas que este fin de semana acuden a reírse con el madrileño que arrasa en redes sociales y traslada dicho éxito a las calles. Mejor dicho a los grandes recintos que es capaz de agotar en minutos.
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Un «fenómeno sin precedentes» en la comedia española que garantiza al actor, también fisioterapeuta y 6 años policía local en la comisaría de Alcobendas –«el año pasado me dieron la Medalla al Mérito Policial porque por fin, gracias a mí, el público había visto un polícia gracioso»– una agenda de bolos hasta verano de 2026. Una tourné en la que huye de los grandes lujos y cual gran músico, hace en furgoneta. «Así somos los viejos rockeros, vivimos al día. Nunca sabemos lo que va a pasar. Como en el show».
– 'El palacio del pecado' se llama. Suena muy tentador...
– (Risas) ¡De eso se trata! De que la gente venga a 'desdeprimirse', a salir del día a día rutinario y social, y a liberar sus pecados.
– Creo que es su segunda vez aquí. ¿Suele el público guipuzcoano desatarse mucho?
– El año pasado tuve que frenarles porque venían demasiado pecadores.
– ¡Qué raro! Se dice que somos todo lo contrario.
– Pues debe ser con otros cómicos o en otros espectáculos. Conmigo desde luego no. A mí me ha tocado gente absolutamente desenfadada.
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– ¿Sí? ¿Recuerda que es lo más loco que le ha llegado a pasar en alguno de sus shows?
– Hubo una vez que me regalaron un vibrador. Un consolador pequeñito, de esos que funcionan con mando a distancia. Y una motera lo probó.
– ¿En directo?
– Sí, sí. Una locura.
– Me niego a creer que no lleve nada pensado. ¿Ni siquiera un miniguion?
– El espectáculo al principio tenía más o menos un 60% de texto. Pero ahora mismo ya no tiene nada de preparación. Ha ido evolucionando. Ahora deriva en el vacío más absoluto, pero de ahí se saca realmente la magia. Es lo que tiene la improvisación. Hay veces que yo como actor he percibido cómo la repetición va perdiendo, se va desinflando, pero este show está siempre vivo. A mí es al primero al que le sigue sorprendiendo.
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– ¿Suele estar preparado para tales sorpresas?
– Empieza a funcionar una especie de músculo, ya muy entrenado, que es el de tener bastantes salidas. Pero hay veces que he tenido que contar hasta cinco porque no me creía lo que estaba escuchando.
– El público se confiesa, pero ¿y usted? ¿Qué diría que hace?
– Me considero un canal, uno de liberación además. A veces, el canal también se libera y hago alguna que otra confesión.
– ¿Siendo usted o interpretando un personaje?
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– Siempre lo digo. Evidentemente yo no soy así por la calle. Bardem y Tosar, que tienen un estilo muy propio, no son actores las 24 horas, son personajes. También es cierto que todos tenemos una mínima parte de los personajes que interpretamos. Lo que pasa es que esa faceta del cine y la televisión la vivimos siempre muy al extremo.
– ¿Hay diferencia entre el trabajo en televisión y el directo?
– Son ritmos diferentes, pero con un procedimiento más o menos similar. Al final, o llegas o no al público, pueden o no empatizar contigo. Lo que pasa es que, cuando he estado en algún programa de televisión, me he sentido como pez en el agua. Hay que saltarse muchos más filtros y creo que todavía la televisión no está preparada para este tipo de humor. Poco a poco va avanzando, ahora está entrando, pero todavía le queda.
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– Su verdadero éxito está en los teatros, cuando actúa en vivo. Dígame, ¿tiene alguna especie de fórmula de la Coca-Cola que justifique tal triunfo?
– Me lo he preguntado mucho. Es un fenómeno sin precedentes. Nunca en España había pasado semejante cosa con la comedia. Ni aquí ni en Europa. Llenar dos veces el aforo del BEC –12.000 personas– o cuatro veces Vistalegre de Madrid –13.500 asistentes–... no sé, creo se han juntado varias circunstancias. La sociedad necesitaba algo así. Llevo 13 años haciendo improvisación dos días a la semana y procuro siempre ser honesto. Hacer que nadie esté ni por encima ni por debajo y tener delicadeza siempre y sobre todo hacer que colectivos o enfermos, por ejemplo, de los que siempre hemos contado chistes ahora se rían y participen de su propio repertorio de chistes.
– Por tanto, ¿les hace partícipes?
– Claro, ha habido una especie de inclusión en ese sentido. Lo que no se puede es hacer chistes de gais ni de enanos desde la exclusión. Porque evidentemente hemos evolucionado y ahora yo puedo hacerlos, siempre y cuando ellos se estén riendo, conmigo. Al fin y al cabo, eso hacemos durante el show: nos reímos de ellos, de mí, de la otra. Así todo el rato.
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– ¿Cuándo sabe si tiene que parar o no? ¿Es capaz de saber cuál es el límite?
– El filtro lo pone la persona con la que estoy actuando. Cuando veo que no está disfrutando paro. Si yo lanzo un chiste y veo que no lo encaja muy allá, no sigo. Ahora, si lanzo uno más o menos suave y funciona, seguimos.
– Las redes sociales le han abierto un mundo, pero también pueden resultar perjudiciales...
– Sí, es un tema para el que te tienes que preparar. Te tiene que pillar muy conectado y muy en tu lugar para que no te descoloque. Y tener el dedito fácil para bloquear a la mínima...
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– Dada su innovación, mera curiosidad: ¿cuáles son sus referentes en el humor?
– Te va a sorprender, pero para mí los cómicos no han sido mi fuente de inspiración. Lo ha sido más el teatro. Me ha gustado siempre mucho el humor de Chéjov. El teatro, el drama sobre todo, me nutre mucho, pero de comedia no veo absolutamente nada.
– ¿Y ha podido utilizar algo de los clásicos, le han servido para sus 'pecados' en vivo?
– Diría que el teatro del esperpento de Valle Inclán, que daba visibilidad a personajes marginados: el ciego, la prostituta, etc. En mi espectáculo hay mucho de esa esencia esperpéntica.
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– No olvidemos que ante todo es actor. ¿Ha vivido eso que dicen de la comedia, que siempre está por debajo? ¿Es cierto?
– Absolutamente. Es más, al principio me daba miedo subir mis vídeos a las redes sociales porque temía que no me fuesen a tomar en serio como actor. Empecé a invertir y cuando me estaba quedando sin dinero me dije: déjate de gilipolleces y empieza a subir vídeos. Ahora estoy montando otro espectáculo. De improvisación, porque me gustaría darle a la improvisación el lugar que merece: lleva años infravalorada, tiene mucha complejidad y requiere de mucho entrenamiento.
– ¿Puede la de cómico llegar a ser una profesión estable?
– Para nada. No tiene nada de estabilidad. Lo único que aprendes es a estar estable. Me considero un privilegiado porque tengo trabajo garantizado hasta agosto de 2026, pero no es algo habitual. Hay pocos humoristas que viven de la comedia, más ahora que estamos malacostumbrando a que la gente vea comedia gratis.
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– ¿Comedia gratis?
– Sí, ahora están muy de moda los 'open mics'. Son sitios donde se juntan siete cómicos, y por tres o cinco euros, tienes una entrada con cerveza. Eso está teniendo mucho apogeo y está haciendo que a la gente le cueste pagar por la comedia. Por eso hay que darle el lugar que merece.
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