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Bastaba con echar un vistazo general a las calles para darse cuenta de que este martes no había feria de Santo Tomás. Pero esa misma ojeada servía para percatarse de que tampoco era un día cualquiera. Con más tráfico del habitual por estas fechas y mayor presencia de público desde primeras horas de la mañana, los donostiarras afrontaron resignados la suspensión por segundo año consecutivo por culpa de la pandemia.
El Boulevard, la plaza de Gipuzkoa y, sobre todo, la Parte Vieja soportaron las principales concentraciones de público, entre el que abundaban las mascarillas y predominaba la prudencia ante la actual ola de contagios. El pasaporte Covid para acceder al interior de los establecimientos hosteleros completó el kit preventivo.
A falta de cerda en la plaza de la Constitución, la Bretxa se convirtió en el epicentro de la jornada que sirve como pistoletazo de salida a las Navidades vascas. El buen tiempo acompañó y, con los niños ya de vacaciones escolares, fueron muchas las familias que se animaron a vestirse con sus galas baserritarras para recorrer la zona en busca de un trozo de txistorra que llevarse a la boca.
No había puestos en la calle, pese a que llegaron a sortearse para disgusto de los afortunados adjudicatarios. Tampoco se celebraron los tradicionales concursos de txistorra, frutas y verduras, espantapájaros, trajes o miel ni se premió a los puestos mejor decorados.
La suspensión anunciada hace dos semanas por el alcalde, Eneko Goia, conllevó la paralización de las convocatorias en marcha y la anulación del programa oficial de actividades. La única música que se escuchaba este atípico día de Santo Tomás era la de los trikitilaris espontáneos, y la txistorra que se consumía, la cocinada y servida por bares y restaurantes, algunos de forma gratuita como deferencia hacia los clientes habituales.
A medida que avanzaban las horas la afluencia de personas fue en aumento, en especial entre los segmentos de población más joven, a los que no hay suspensión que estropee los planes.
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Y mientras la hostelería seguía trabajando, aunque fuera a menor ritmo que en un Santo Tomás prepandemia, algunos protagonistas de la feria sufrían las consecuencias de la decisión del consistorio. «Otro año triste, más incluso que el anterior porque esta vez estaba tan cerca...», contaba a media mañana Kristina Saralegi, del caserío Arro de Leitza, encargada de seleccionar, cebar y trasladar a la cerda desde Navarra hasta la capital guipuzcoana.
Su tristeza por la cancelación se vio agravada por la climatología y las diferentes varas de medir que las autoridades están aplicando en esta crisis sanitaria. «Con este día espectacular, es una pena que no se puedan exhibir esas frutas y verduras que son una maravilla. Otros sectores hacen vida normal y los feriantes, fastidiados en casa. Como siempre, el sector primario sale perjudicado», lamentaba la criadora, que pese a tener tareas cotidianas que hacer en el caserío no lograba quitarse la feria de la cabeza: «Es injusto porque Olentzero se va a celebrar. ¿Cuánta gente suele haber ahí? ¿Por qué no Santo Tomás? San Sebastián está lleno, con los bares abiertos... Sin comentarios».
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En la calle San Juan, con vistas al gentío de la plaza de la Bretxa, Idoia Odriozola atendía a unos pocos clientes en su tienda de ropa tradicional vasca, fundada en 1884. «El año pasado fue duro, pero se sabía desde el principio que no habría feria y no compramos género. Este año parecía que todo iba mejor, te animas, compras y al final, tampoco. Al menos la gente ha gastado más y los niños han ido vestidos a la ikastola. Algo hemos salvado», relataba esta comerciante, que cifra en un 80% de las ventas anuales las correspondientes a estas fechas. Pese a todo, confía en poder «aguantar otro año» con la esperanza de que en 2022 las cosas vuelvan a la normalidad.
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