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En un bosque entre Gipuzkoa y Navarra, ese castaño petrificado parece una criatura que esperase a la Luna o a Gizotso. LOBO ALTUNA

Gizotso en el cementerio de castaños

Otsoa non aipa, han gerta ·

La frase antigua en euskera eterno lo dice sabiendo que es verdad, 'Cita al lobo y el lobo ahí aparecerá'

Begoña del Teso

San Sebastián

Domingo, 31 de octubre 2021, 17:21

Prohibida quedó la caza del lobo, quizás por los tiempos de los tiempos, en Real Orden del 21 de septiembre de este año. En los riscos y los valles. Se acabaron las batidas en la Sierra de la Culebra zamorana y teme el pastor gallego que sus ovejas penetren en el bosque del lobo. Porque el pastor sabe lo bien que caza el cánido salvaje. Como lo sabía Cunqueiro. Y Olea, que filmó película feroz titulada, precisamente, 'El bosque del lobo'.

No hay asentamientos en nuestros territorios históricos pues el lobo usa los montes vascones como zona de campeo y no se queda en ellos. Entra, husmea, caza y se retira. Alguno se ha visto en Aralar y algún otro despedazó en 2020 a 100 animales en la sierra de Gibijo. Darle caza quisieron. 14 días concedieron las instituciones a los rastreadores. Pero ni avistarlo pudieron. Quizás porque pasó en febrero, que en euskara se dice 'otsaila' y aún discuten los académicos si significará 'mes del frío' (hotza) o 'mes del lobo' (otsoa).

Dicen que poco lobo hay desde el túnel de San Adrián hasta las turberas de Zuberoa pero haberlos debió haberlos. Los hubo. Si no, ¿por qué iban a ofrecer misas en la ermita de Elizmendi los habitantes de Arana, en Álava, cuando empezaba la temporada de caza de la bestia que, pudiendo haberse convertido en perro, en can doméstico, prefirió la libertad y la noche del forajido?

Y se decían misas en la ermita para proteger de la dentellada a los cazadores . No solo sus cuerpos. Sino sus almas, que cosa sabida era que el Lobo andaba siempre en tratos con El Diablo.

Y puede que ya solo queden dos o tres fieras altivas entre las cuevas y las peñas pero tal vez resulte que en Euskal Herria abunden más los Hombres Lobo que el mismo animal pues decir se dice y se cuenta que un 'gizotso' habita las tinieblas de la pirenaica Luzaide-Valcarlos. Y era (o es) de descomunal fuerza, Pero más oscura y violenta es la leyenda que todos los estudiosos de tradiciones, folklore y viejas frases cargadas de información ancestral y atávica sitúan en el valle de Arratia, allá por Zeanuri, más exactamente en un lugar que decían Agiano, no tan lejos de los mundos subterráneos de Baltzola. Creían las gentes de allá que aquel gizotso era fruto del ayuntamiento carnal entre Bestia y Mujer. Como lo sería otro de los grandes mitos vascongados, Juan Hartza, hijo de hembra humana y de ese oso al que tanta reverencia se guarda en Vasconia. Tanto en bailes como en ofrendas y fábulas (léase a J. Antonio Urbeltz y su 'Bailar el caos. La danza de la osa y el soldado cojo').

En algunos de los bestiarios que un día expuso el Museo de las Encartaciones aparecían figuras de hombres-lobo

Y si en los Cárpatos hay vampiros y en los mares de todo el mundo leviatanes, ballenas blancas, dragones y sirenas, en muchas regiones centroeuropeas el mito bajo cuya amenaza se manda a los niños a la cama no fue nunca el Jack Skellington de 'Pesadilla antes de Navidad' sino aquel séptimo hijo varón de una noble familia inclinada hacia la nigromancia y el diabolismo. Si tal niño nacía en plenilunio, sentenciado estaba a convertirse en Bestia todas las noches de luna llena de su terrible vida. Y como es costumbre en todos esos mitos, solo una bala de plata podía matarle. Eso o el amor. Pero siempre resultaba más fácil fundir plata que Amar al Lobo. Y en viejos legajos se cuenta que la dinastía de los señores de Urruña, dinastía de la que mención se encuentra en tiempos tan hundidos en Lo Oscuro como el año 1120, llevaba el mal del Lobo en su sangre. Y bien que se decía en la Navarra Baja y la Lapurdi alejada de la costa que en su castillo de piedra protegido con muros y zanjas de los enemigos que habitaban al otro lado del Bidasoa se oían aullidos la noches en que la luna era plena, O como se dice en latín, 'perfecta'. Y tanto se extendió la sospecha, que hasta el mismo y muy impío Pierre de Lancre, consejero de Enrique IV y azote de mujeres y hombres de Lapurdi, incluyó la licantropía de las nobles familias labortanas en la lista de sacrilegios y contubernios diabólicos que según su libro 'Tableau de l'inconstance des mauvais anges et démons où il est amplement traité des sorciers et de la sorcellerie' (recuperado en castellano por Txalaparta hace unos años) asolaban las tierras entre el Bidasoa y el Adur.

El fantástico de Sitges dedicó este año cartel y publicación al Gizotso. Con ilustraciones de Olga de Castro, Sara Bea...

Pero todas esas historias de los hombres, los brujos y las mujeres-lobo tienen su origen en dos miedos verdaderos y tan antiguos como la especie humana. El que se le profesa al animal mismo y el que sentimos hacia la Bestia que, de una manera u otra, todos sospechamos que duerme en nuestro interior. De ahí las canciones y coplas recogidas en 1997 por Antxon Gómez en su libro 'Abere madarikatuak', editado por Susa en 1997, y comentadas por Manex Imiruri en una ya lejana pero memorable conferencia: «Bolon bolon uztaie. Otsoak jan du artzaie. Otso-kumeak axuri-zaie. Adios gure artzaie...». Aunque no lo parezca, este canto donde el lobo no se come a la muchacha de la caperuza roja, pues como bien sabía Xabier Lete feliz acabó ella en compañía de lobos, es una nana, un 'seaska-kanta', una 'lullaby'.

Y por ese miedo atávico al lobo (nunca tuvimos en estas tierras ningún santo parecido a aquel San Francisco que convenció al Monstruo de Gubbio para que dejara de devorar hombres y ovejas) y a nuestras bestias interiores, Uztapide echó unos bertsos que decían así: «Mendi altu xamarreotso zarrak marmarrean;oiek gosiak egoten diraamaikatik amarrean,Jaunak aparta animali bat alakuaren aurrean» En noviembre, sicut luna perfecta, el día 11.

Mirokutana, el dios lobo que permanece en Oiartzun

Las leyendas del Hombre Lobo son en este país tan huidizas como la misma fiera y su caza resulta a veces furtiva. Verdad es que Barandiaran recogió, acreditó y registró la del llamado Mirokutana. Su investigación ha sido usada por la enciclopedia Auñamendi y por la Wikipedia en euskara para hablar de ese Gizotso vasco cuyo rastro se pierde en las Peñas de Aia. Sin embargo, en Oiartzun y alrededores, el mito permanece. Y se renueva. Ander Iriarte, cineasta, oyó de chaval ese nombre y escuchó, quizás a la abuela de algún amigo, la historia: Mi-ro-ku-ta-na, el Hombre Lobo que mora en las oquedades graníticas, entre Muganix y Erroilbide.

Cuando Ander, autor de 'Echeverriatik Etxeberriara', y más gente decidieron crear una productora audiovisual no dudaron cómo se llamaría, Mirokutana. Para entonces el Gizotso se había convertido en un dios en las fábulas contadas desde Elurretxe hasta Jaizkibel; un dios pagano, gentil que solo se inclina ante la Señora del Anboto, Mari. Un dios protagonista de un cortometraje titulado, ¿cómo si no? 'Mirokutana'.

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