¡Madre mía!

Mientras comemos, me cuenta que, en su casa, además de la capilla de Nuestra Señora, tenían un altarcillo con la Sagrada Familia y otro con San Antonio. En casa de mis padres, había una Virgen temporal rotatoria, no faltaba el Corazón de Jesús y teníamos de quieto una hermosa Virgen del Pilar de plata, que era algo así como nuestra Virgen residente.

Al llegar mayo, mes de las flores y de Nuestra Señora, todo se dislocaba. Como estudiaba con los salesianos, venerábamos a María Auxiliadora, después estaban el Rosario de la Aurora y el «Con flores a María». Viví en una ciudad, Vilagarcía de Arousa, donde festejábamos a Santa Rita y al otro lado de la frontera, la Virgen de Fátima el 13 de mayo. Cuando Juan XXIII visitó Fátima, en el colegio nos sacaron al patio para verlo. Por el cielo cruzó un reactor y el director dio el aviso: «Ahí va, saludadlo». Agitamos nuestra mano con emoción y al llegar a casa anunciamos el milagro: «Papá, he visto al Papa». Eran mayos divinos, pero ahora, ya ven, en vez de vírgenes, pantallas y el único milagro posible es que nuestro equipo ascienda en algún 'play-off'. ¡Madre mía!