Leer exige un mayor requerimiento que la contemplación de un partido de fútbol, que ver una serie o una película, que escuchar un concierto o ... disfrutar de un programa de radio. Y ya no digamos que pasar horas abducidos por la pantallita. Quien lo practica sabe que no es una actividad pasiva sino un ejercicio creativo: recorriendo las páginas elaboramos imágenes, sentidos, emociones que conectan con nuestras vivencias, conocimientos y recuerdos. Más aún, en ocasiones, además de entretenernos, conmovernos o hacernos pensar, un libro nos transforma.

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Alberto Manguel define la lectura como un proceso laberíntico de reconstrucción común a todos los lectores y, al mismo tiempo, un individual e íntimo juego de espejos en el que cada cual se reconoce. Esto se observa en la sorpresa que a veces nos causan las relecturas: aunque las palabras sean las mismas, la siguiente vez ya no nos dicen lo mismo. Puede que descubramos matices y aspectos novedosos, o que nos decepcione al punto de preguntarnos cómo nos pudo deleitar anteriormente. Es que hemos cambiado.

Sucede también con las adaptaciones al cine: es difícil que una novela que nos gustó se traslade a la pantalla tal como la imaginamos. Porque el realizador del film ha 'leído' el libro de otra manera. Es así que cada lector realiza interiormente su propia película.

Y aún hay algo más que contribuye a su magia. Todo buen libro es hijuelo de otros muchos de los que quizá nunca conozcamos su existencia pero que palpitan en ese que sostenemos entre las manos. El caso más conspicuo puede que sea 'El Quijote', novela de novelas construida sobre una tradición literaria que desborda y transgrede.

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De esta maravillosa experiencia situada en el umbral de la vida espiritual se ve privado más de un tercio de españoles que nunca abre un volumen, bien por desinterés o bien por dificultades de . Sin embargo, dicen las encuestas que la lectura está aumentando sobre todo entre la juventud. Nos gustaría creerlo, aun cuando los países de nuestro entorno se lamentan de lo contrario ('Los ses leen cada vez menos', concluye el reciente informe de su Centro Nacional del Libro), y de que siguen cerrándose librerías.

Mientras Orwell y Bradbury distopiaban sobre un futuro en que los libros serían prohibidos y quemados, Aldous Huxley en cambio temía su muerte por indiferencia y apatía. ¿Anticipó el autor de 'Un mundo feliz' la sociedad que aspira a vivir sin pensar mucho ni esforzarse demasiado, narcotizada en su burbuja tecnológica?

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