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Miguel Ángel Sánchez 'Míchel' lleva con orgullo haber salido de un barrio obrero como Vallecas, «donde todo el mundo se siente como en casa, donde ... ha habido mucha inmigración», así que su apuesta por aprender catalán y expresarse en este idioma en las ruedas de prensa desde que dirige al Girona es «simplemente una señal de respeto, de educación, por tratar de integrarme lo mejor posible. No es nada extraordinario. Lo haríamos todos. Si fuésemos a Inglaterra, intentaríamos aprender inglés lo más rápido posible para poder comunicarme en un sitio que a mí me hace feliz».
Líder moderno, acostumbrado a descifrar la personalidad de cada jugador, Míchel se presenta en Anoeta liberado porque su equipo ya tiene asegurada la continuidad en Primera.
El Girona, como tantos otros novatos, ha pagado caro el peaje de jugar la Liga de Campeones, en la que solo ganó un partido en ocho de la fase de grupos. Aquel fútbol ágil, vertical y veloz que maravilló en la pasada temporada, con momentos en los que se llegó a pensar en la posibilidad de ver al Girona campeón de Liga, ha mutado a otro, de supervivencia, porque los jugadores referentes son también otros. Se marcharon Yan Couto, Eric García, Savinho, Aleix García y Artem Dovbyk y ya nada ha sido igual. «El año pasado hacía una crítica en el vestuario después de ganar y lo asimilaban de una forma; este año lo asimilan de otra. Eso me ha hecho a mí mejor entrenador», justifica Míchel tratando de encontrar una explicación.
«Siempre he tenido confianza en todos los jugadores y todos han jugado –dijo ayer al repasar lo que ha sido esta temporada–. Aunque si me he de arrepentir es con Portu porque después de su lesión en noviembre, que estuvo dos meses fuera, le he puesto menos de lo que merecía. Me arrepiento con él, pero con el resto no».
El entrenador del Girona ya está recuperado de la «trombosis venosa profunda en la pierna izquierda» que le llevó al hospital hace quince días, lo que le impidió sentarse en el banquillo en el partido que su equipo jugó ante el Villarreal. «Fue muy duro ver el partido desde el hospital, sobre todo porque la señal va con retraso y por el teléfono no ves bien qué pasa. Y, evidentemente, porque no puedes ayudar. Pero tenemos un cuerpo técnico de Champions y estaba convencido que el equipo estaba en buenas manos».
Supersticioso, Míchel hablará hoy por teléfono con su mujer y sus dos hijos antes de subirse al autobús camino de Anoeta como siempre que juega fuera de casa. «Visto de oscuro o no repito jersey si las sensaciones con él en el último partido no han sido buenas, intento que las comidas antes de los partidos sean ligeras...».
Son rutinas que le dan seguridad. La confianza que también tiene en él la directiva del Girona. Seguirá en el banquillo porque tiene contrato y porque creen en su capacidad para hacer mejores a sus jugadores.
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