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Como hijo de san Agustín, el cardenal Prevost Martínez ejercía de pastor y se mezclaba con sus ovejas, atento a sus necesidades. Se ponía ... las katiuskas y bajaba al barro en unas inundaciones o recorría a lomos de una yegua las parroquias de la sierra peruana. Con clériman o con la vestimenta sobria de un cura de pueblo. Y casi nunca rodeado de ministros o altas autoridades políticas, a diferencia, por ejemplo, del cardenal Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York, que solía compartir mesa y mantel con líderes que aspiraban a la Casa Blanca. «Un obispo no puede ser un pequeño príncipe sentado en su reino», valoró en cierta ocasión.
Quienes le conocen y le han tratado le describen como una persona comprensiva y misericordiosa, dueño de una mirada abierta y acogedora. Un Papa humilde, de los sencillos. Un eclesiástico que predicaba la comunión, la unidad, y que evitaba exponerse en batallas ideológicas. ¿Y por dónde respira? Por su contumaz discreción, no ha dejado muchas entrevistas en las hemerotecas ni una producción editorial que escudriñar, aunque sí hay intervenciones repletas de matices que ayudan a descodificar su pensamiento.
Por su origen y trayectoria, siempre ha estado del lado de los descartados. Perú marca mucho. Es la cuna de la Teología de la Liberación, que teorizó y practicó la opción preferencial por los pobres y animó a combatir las desigualdades sociales en favor de los excluidos. Era amigo de Gustavo Gutiérrez (ya fallecido), uno de los padres de esa teología que persiguieron Juan Pablo II y Benedicto XVI, al contrario que Francisco, que fue muy receptivo y rehabilitó la figura de Gutiérrez. Al optar por continuar con su nombre por la senda de León XIII, firmante de la histórica encíclica 'Rerum novarum', ha dejado al descubierto su veta social. Lo dejó claro ayer en su última reunión con los cardenales.
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En su primera homilía el viernes en la Capilla Sixtina también ofreció alguna pista, cuando predicó que la figura de Cristo no es la de un superhombre. «La fe cristiana podría ser considerada absurda, reservada a gente débil y poco inteligente y que, por tanto, se preferían a ella la tecnología, el dinero, el éxito, el poder y el placer». Es una crítica velada a la Teología de la Prosperidad, que legitima el éxito y el ganar dinero como un mandato divino, y que quien lo consigue está bendecido por Dios. Esta teología se ha hecho fuerte en Estados Unidos y está penetrando con intensidad en América Latina. Está claro que se va a adentrar por el camino de la justicia social. Y ahí es netamente bergogliano. Otra cosa es la doctrina tradicional, donde se muestra más prudente y con más cautelas. La vida, por ejemplo. No ha tenido reparos para pronunciarse contra la pena de muerte. «Estoy a favor de la vida en todo momento. Eso significa que en la Iglesia enseñamos que la pena de muerte no es isible. Responder con algo que satisface el deseo de venganza no nos lleva a la altura de lo que es el ser humano», defendió en la televisión en Lima.
Ahí se alineó con Francisco, que eliminó la legitimación de la pena máxima del Catecismo, a contracorriente de la sociedad estadounidense. Por esa misma razón está a favor de defender la vida del no nacido y en contra del aborto. Y de ahí su rechazo a la eutanasia. «Siempre será un camino equivocado, porque es atentar contra el derecho inviolable de la vida. Es un acto intrínsicamente malo en toda ocasión», expresó el episcopado peruano, del que Prevost formaba parte como vicepresidente, con ocasión de una polémica que sacudió al país andino. En 2020, también llamó a rezar por la familia de George Floyd, un afroamericano asfixiado por la rodilla de un policía.
No ha hablado mucho sobre la homosexualidad. 'The New York Times' le atribuye una declaración en la que consideraba «confusa» la promoción de la ideología de género, cuyo origen situó en que «se pretende crear géneros que no existen». Eso lo habría dicho hace 13 años. De manera más reciente, en diciembre de 2023, matizó el documento 'Fiducia suplicans', que permitía las bendiciones a las parejas del mismo sexo, en el sentido de que debía tener en cuenta las «diferencias culturales» de cada región. «La situación cultural en África es tal, que la aplicación de este documento simplemente no va a funcionar. Estamos en mundos muy diferentes». En efecto, en África cayó como una bomba de racimo.
En cuanto a los abusos sexuales, el nuevo Papa ha sido objeto de campañas sobre supuestos encubrimientos de pederastia eclesial, que no han sido probados. En 2023 realizó unas declaraciones en las que defendía que «en muchos lugares se ha hecho un buen trabajo y las normas se están poniendo en práctica». Aun así, itía que «queda mucho por hacer». Se refería a la «urgencia y la responsabilidad de acompañar a las víctimas». Sostuvo que correspondía a los obispos recibirlas y atenderlas: «No podemos cerrar el corazón, las puertas de la Iglesia, a las personas que han sufrido abusos», clamó, al mismo tiempo que defendió una política de trasparencia.
Con respecto a la cuestión del papel de la mujer en la Iglesia no se ha salido del carril oficial. En su día, puso en valor los nombramientos al más alto nivel, porque «su punto de vista supone un enriquecimiento y es una aportación importante», y descartó que se tratara de un gesto de Francisco para quedar bien. Él mismo tenía asesoras para el nombramiento de obispos y en su primera misa ante los cardenales fueron mujeres quienes leyeron las lecturas. Otra cosa es el diaconado femenino, el nivel por debajo del sacerdocio. «Clericalizar a las mujeres no necesariamente soluciona un problema, podría generar un nuevo problema», argumentó con prudencia, un calco de la posición pública de su predecesor. Este proceso seguirá al ralentí.
¿Cuál va a ser la posición de este Papa en la esfera internacional? Con respecto al cambio climático cree que «ya es hora de pasar de las palabras a la acción», así es que la Santa Sede seguirá apoyando las cumbres y los foros en defensa del planeta. También ha alzado su voz en favor de la paz y contra la guerra, «una paz desarmada y desarmante». Ahí el Vaticano tendrá que desplegar su diplomacia ante líderes como Trump, Putin, Netanyahu y Xi Jinping.
Prevost no es ajeno a las redes sociales. Si León XIII gobernó en medio de una transformación industrial, León XIV lo hará en la era de la revolución tecnológica. En las redes también ha dejado rastros. Por ejemplo, no pudo quedarse callado ante las deportaciones masivas de Trump, que ya las había calificado en 2017 como «un momento oscuro en la historia de Estados Unidos» y un «abandono de los valores estadounidenses». También ha saltado recientemente contra Vance, cuando el vicepresidente norteamericano, cristiano converso, aludió al precepto de Santo Tomás de Aquino 'ordo amoris' (el orden del amor) para justificar su política anti inmigración: primero son los de casa, los americanos. «Vance está equivocado», tuiteó. «Jesús no nos pide que clasifiquemos nuestro amor por los demás», saltó. Había estado un tiempo callado, desde que llegó a la jefatura de los obispos en Roma, pero no lo pudo evitar. Recibió 125.000 'me gusta', y no pocos palos.
Otra 'patata caliente' es la situación de los tradicionalistas dentro de la Iglesia. Francisco corrigió en vida a Benedicto XVI y, con la carta apostólica 'Traditionis custodes' (Custodios de la tradición), sobre las misas en latín, dejó claro que solo las podría autorizar el obispo. Estos grupos han denunciado lo que consideran un 'apartheid' interno en el seno de la Iglesia, y su situación ha sido uno de los argumentos contra Francisco. Esperan que el nuevo Papa se incline por restituir el rito.
Lo que parece claro es que la religión ya no es el opio del pueblo como sentenciaba Marx, sino todo lo contrario. Francisco espoleó a los fieles para que «hicieran lío», para que militaran en una Iglesia fuera de las sacristías y en las periferias existenciales, para nada adormecida y narcotizada. Y eso sí parece irreversible. León XIV lo hará con su propio estilo. No es un clon de Francisco.
Durante su primera aparición en el balcón de las bendiciones nada más ser nombrado Papa, Prevost ya brindó un guiño al movimiento conservador. A diferencia de Francisco, que salió con la sotana blanca y la cruz episcopal colgada del cuello, Benedicto XIV ha recuperado la vestimenta tradicional con una llamativa esclavina roja sobre los hombros, la cruz pectoral sostenida por el cordón dorado reservado para los Papas y la estola usada por los pontífices en las investiduras. También recurrió al latín en sus primeras ceremonias. Gestos formales.
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