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Cóncavo, convexo, hueco, barroco el ángel de Zumarraga.

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Cóncavo, convexo, hueco, barroco el ángel de Zumarraga. Fotos: Lobo Altuna

Se pasará la vida y llegará la muerte

En la zona de los enterramientos subterráneos de Zumarraga un ángel terrible custodia el sueño eterno. En Oñati, un esqueleto reflexiona sobre el río de la vida y el mar de la muerte

Begoña del Teso

San Sebastián

Lunes, 29 de octubre 2018, 21:19

Se acerca el mes de los Difuntos. El miércoles último de octubre. El primer día de noviembre. El segundo, que es el de las Ánimas. Paseamos por unos cuantos cementerios de Gipuzkoa. Los nichos abiertos del de Legazpi parecen recordarnos que algún día nosotros los habitaremos. Situados sobre bancales donde crece la hierba, sobrevolados por cornejas y grajillas, alejados del mausoleo de Patricio Echeverria, cerrado con herrajes de fundición como en un intento desesperado de que la Muerte no escape, en una de esas bocas abiertas al Más Allá ha crecido solitaria una Amanita verna, dicha también 'cicuta blanca'. En euskera la llaman 'hiltzaile goiztiarra', 'la asesina tempranera' pues con solo un modisco muerto eres.

En Zumarraga, diminutas arañas, funámbulas entre los hilos de sus telas parecen caer en suspensión sobre las corralas mortuorias vigiladas por un ángel de piedra al que acompaña un niño de rostro ennegrecido por el Tiempo. Pero es en la cripta diseñada por Pizarro, en ese enterramiento subterráneo, en ese laberinto abovedado donde estalla el asombro de la Muerte. Al fondo, un ángel. Un ángel terrible. Bronce negro en movimiento tumultuoso. Obra de Vicente Larrea, nunca sabremos si surge de los cielos o los infiernos. Si guarda nuestro sueño eterno o nos espera para llevarnos al valle de Josafat donde, dicen, nuestros cuerpos resucitarán. 'Mortuoi resurgent' afirman en el cementerio de San Sebastián en Sitges.

Nichos vacíos en Legazpi. Uno de los esqueletos (des)enterrados en Santa María la Real. Si el zarauztarra es hueso y polvo, el de Oñati es piedra
Imagen principal - Nichos vacíos en Legazpi. Uno de los esqueletos (des)enterrados en Santa María la Real. Si el zarauztarra es hueso y polvo, el de Oñati es piedra
Imagen secundaria 1 - Nichos vacíos en Legazpi. Uno de los esqueletos (des)enterrados en Santa María la Real. Si el zarauztarra es hueso y polvo, el de Oñati es piedra
Imagen secundaria 2 - Nichos vacíos en Legazpi. Uno de los esqueletos (des)enterrados en Santa María la Real. Si el zarauztarra es hueso y polvo, el de Oñati es piedra

¿Pero cómo nos levantaremos cuando suenen las trompetas del Juicio Final? La arena, la sal marina amortajaron delicadamente los cadáveres enterrados desde el año 900 hasta casi finales del siglo XV en lo que hoy es la necrópolis de Santa María La Real en Zarautz. Los resguardaron, sí, pero cuando analizaron sus restos descubrieron que habían sufrido de fuertes dolores, que tenían los huesos rotos, tumores grandes y reúma antiguo. ¿Cómo resucitarán esos esqueletos del cráneo partido, de los huesos propios mezclados con los ajenos? Porque también los muertos viejos han de hacer hueco a quien hay que enterrar más tarde. Y en la tierra, sobre las lajas, en las fosas simples ya no importa a quién perteneció esa tibia o por qué tu pelvis es la mía.

Quizás fuera más importante saber por qué aquella mujer del siglo XVI fue enterrada boca abajo cuando los demás yacen boca arriba mirando hacia donde el sol sale. ¿Por qué los vivos la condenaron para la eternidad? ¿La habían quemado por bruja? ¿La rechazaron por ser conversa falsa?

Tal vez tampoco lo supiera Pedro González de Velasco, antropólogo y cirujano sin igual, genio de la anatomía que en el último tercio del XIX construyó Villa Munda, situada en la hoy calle Navarra de Zarautz, sobre los terrenos del antiguo cementerio municipal. Él mismo corrió con los gastos de la exhumación de los cuerpos y su traslado a la sacramental actual. Las leyendas que se contarán a partir de la noche de este miércoles hasta las horas brujas del viernes afirman que, malherido por la muerte de su hija, la embalsamó, la desenterró poco después, la vistió de novia y la joven Concha moró eternamente en sus aposentos. No, no en la villa marinera sino en Madrid. Cuentan también que cuando Alfonso XII visitó su Museo Anatómico y le preguntó qué deseaba que le concediera Don Pedro respondió como lo hubiese hecho el Dr Frankenstein,'¡Más cadáveres para enseñar a los vivos!'

Mucho enseñan ciertamente los muertos a los vivos. La fragilidad de la existencia, por ejemplo. En el camposanto de Gaintza nos recuerden 'Gaur ni, bihar zu'. Nos necesitamos mutuamente unos a otros. En un lugar nos ruegan '¡Apiadaos. Siquiera tú, que eres amigo!' y en el frontis de la capilla de Zumarraga advierten que santo es rogar por los difuntos para que sean libres de sus penas. En Igeldo, en Sara y Urruña gritan 'oren guztiek dute gizona kolpatzen, azkenekoak du hobirat egortzen'. Escribió Cela que Baroja había grabado esa frase en un reloj de pared de su casa en Madrid: 'Todas hieren, la última mata'. Él la leía en latín, 'Vulnerant omnes, ultima necat'.

Monumento en el cementerio de Oiartzun.

En 1944 Mármoles Tomás Altuna e Hijos publicitaba en este periódico que su aserradero, talleres y oficinas estaban frente al cementerio de Polloe, en San Sebastián. Para esa fecha ya habían recibido allí y ejecutado los encargos de muchos grandes mausoleos de Oñati; auténticos monumentos de gótico flamígero desaforado algunos. En otros, Cristo triunfa sobre las trompetas del Apocalipsis. El esqueleto en piedra que bajo un arco de medio punto sujetado por pilastras reposa la cabeza sobre su mano en la tumba de los hermanos Aguirrezabal parece esperar el día postrero o la noche de la revelación. Cerca, entre inmensas columas, se lee D.O.M. Que significa 'Deo optimo maximo. Para el mejor Dios'.

Con el tiempo quisimos alejar a los muertos de nosotros. Pero ahí están. Cerca. Como debe ser. Como lo es en tantas culturas en las que en el hogar siempre hay una luz encendida para ellos. Por ellos. Inmanentes. Próximos. Para morir nacemos. Y cuando morimos no nos alejamos tanto. Ahí están los antepasados de los zarauztarras de hoy, al pie de la calle Mayor. A unos kilómetros, Peña Ganchegui concibió en los años 70 un monumento a los muertos por la libertad. Es un frontón. Vascofrancés. Con un punto de fuga lanzado hacia el horizonte. Está en Oiartzun. Ninguno está lejos. De nosotros.

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