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Sor Sion, sor Belén y sor Isabel entran en los juzgados de Briviesca, custodiados ayer por la Guardia Civil. JORDI ALEMANY
Entre la vista judicial y la «gran performance»

Entre la vista judicial y la «gran performance»

Cuatro de las religiosas cismáticas de Belorado y el arzobispo de Burgos comparecieron ante la juez de Briviesca por la denuncia que presentaron contra Mario Iceta

Jueves, 8 de mayo 2025, 02:00

En las informaciones sobre las monjas cismáticas de Belorado, suele resultar difícil mantener el equilibrio entre la seriedad de fondo del asunto y ese tono de sainete un poco absurdo en el que deriva a menudo todo. Ayer volvió a ocurrir. El juzgado de Briviesca había citado a cuatro de las religiosas y al arzobispo de Burgos, Mario Iceta: en este caso, ellas ejercían de acusación y él, de investigado, ya que lo denunciaron por los presuntos delitos de coacciones, istración desleal y revelación de secretos, en su papel de comisario designado por la Santa Sede para gestionar este conflicto sin precedentes.

Eso es muy serio, claro. Pero, a la vez, las apariciones públicas de las monjas tienen una vertiente frívola, entre lo pintoresco y lo morboso, que su propio equipo explota: «Será el mayor número de monjas de clausura visto hasta el momento en un acto judicial», había anunciado su responsable de prensa, Francisco Canals, que incluso había organizado una detallada escaleta horaria para mantener atento al enjambre de periodistas: los programas matinales de la tele siguen muy de cerca las minucias de este tema. Las monjas iban a llegar a las once menos diez y, mientras ratificaban su denuncia ante la juez, el propio portavoz y los abogados difundirían un par de «novedades importantes». El arzobispo estaba citado mucho más tarde, a la una. Pero, ay, la Iglesia –la de siempre, la de Roma– lleva veinte siglos de intrigas y sabe manejarse en situaciones enrarecidas: a las diez y media entró un coche por la calle de los juzgados, controlada por un dispositivo imponente y quizá un poco desproporcionado de guardias civiles, y el que venía dentro era Mario Iceta con dos monjas –de las de siempre también, las no cismáticas–. Se trataba de sor Amparo, que «fue despachada» del convento de Belorado cuando se produjo el cisma, y sor Carmen, secretaria de la federación de clarisas.

«No quiero participar en ningún festival, quiero que resplandezca la verdad. Vengo a demostrar la falsedad y la elaboración torticera de los hechos», anunció Iceta, que rechazó las imputaciones. «Quizá hay personas que no están acostumbradas a la transparencia. Ya que la federación ha aportado 360.000 euros, qué menos que decir en qué los gastamos: pagar la luz, el agua, las multas, los impuestos, el 'leasing' de dos coches, los seguros de esos y otros cuatro...», enumeró, en referencia a la supuesta revelación de secretos. Suya fue la primera palabra. Sor Amparo se dolió del cisma: «No entiendo que, de buenas a primeras, se hayan lanzado a esto, ¡ellas sabrán lo que buscan! Mi casa es Belorado, son mis hermanas y me da una pena enorme que hayan tomado este camino».

La selección española

Ya habían entrado a los juzgados cuando llegaron las monjas de Belorado. Primero sor Isabel –la abadesa–, sor Sion y sor Belén. Un rato después, sor Israel, la más joven del convento, con 32 años. «Tenemos buen ánimo. No es un día malo, es importantísimo: queremos que se escuche la voz de la comunidad», dijo sor Isabel. El muro de guardias se abrió, las dejó pasar y se volvió a cerrar. Empezó entonces lo que Iceta había descrito como festival e incluso «gran performance». Las cámaras se iban arremolinando en torno a los protagonistas. Primero, Canals: «Son la selección española de las monjas, el concepto de monja del siglo XXI. Son las monjas más famosas del mundo, las más célebres de la historia», se lanzó, además de anunciar que han confeccionado una versión «más pura, concreta, contundente» de su manifiesto de ruptura con Roma, que encoge de 86 a 56 páginas y elimina las referencias a Pablo de Rojas, el obispo sedevacantista que las tuteló las primeras semanas. Después, fue el turno de los abogados, menos fogosos en su oratoria: su noticia fue que han pedido la recusación de la juez en el procedidimiento de desahucio del convento de Belorado, con el argumento de que, como la magistrada instruye también el caso penal por la compraventa presuntamente ilícita de oro, ha adquirido «un conocimiento previo» que la inhabilita.

Y más allá de las cámaras, aún había otro círculo: el pueblo. Las señoras con carritos daban un rodeo para pasar por los juzgados y plantarse a mirar. «A ver si las veo», decía una. «Qué vergüenza, tanto revuelo por unas señoras que no son monjas», criticaba otra. «¿Qué pasa aquí?», se alarmaba un señor. Las monjas, ya sabe. «¡La madre que las parió! ¡Yo era camionero y les llevaba sacos de pienso!», informaba. Y una señora abría el foco: «Aquí teníamos un convento de clarisas. Les pagamos el arreglo del tejado y todo, pero luego se llevaron hasta los radiadores. ¡Un camión trajeron!».

Fueron saliendo las monjas, perseguidas por reporteros insaciables. Se acababa la cosa, pero la oficina del comisario pontificio convocó por sorpresa una rueda de prensa en el salón parroquial. En ella, Iceta afirmó que la denuncia «forma parte de una estrategia urdida por las exreligiosas cismáticas» y volvió a refutar las acusaciones. «Tenemos infinita paciencia. A ellas les deseamos lo mejor. Tienen cómo ganarse la vida, ¡ojalá abran franquicias de su restaurante!, pero tengo que restablecer que esta monja –por sor Amparo– pueda volver a su casa, y que las mayores –las cinco que no se han sumado al cisma– tengan asistencia católica y mueran católicas». Vamos, que al final suya fue también la última palabra: «Las puertas de nuestros corazones, y las de la Iglesia, están abiertas para ellas, y las esperamos».

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