Viernes, 23 de Mayo 2025, 08:46h
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Hacia la mitad del siglo XX, para averiguar cómo se comportan los colectivos en general y el humano en particular, el fisiólogo conductista Erich von Holst llevó a cabo un experimento con unos pececillos de arrecife llamados picardos. Dañó en uno de ellos la zona del cerebro que regula las relaciones sociales y observó cómo el pez lesionado, al no tener empatía e ignorar a los demás, salió disparado en una dirección concreta, sin dubitaciones y sin mirar atrás. Curiosamente, esa seguridad y arrojo temerario hizo que todo el banco de peces de inmediato lo siguiera ciegamente como quien piensa: «Este sí que tiene claro adónde va». Lo convirtieron, por tanto, en su líder, sin saber que era incapaz de corregir el rumbo en caso de equivocación y que su liderazgo irracional y errático bien podía conducirlos directamente a las fauces de sus depredadores.
La civilización, aunque parezca imposible, precisa de la inteligencia como de la estulticia
¿Les suena de algo esta actitud? En el fondo todas las especies se parecen y la nuestra no difiere tanto de los pececillos de arrecife, lo que explicaría algunos de los dislates que estamos viendo últimamente. Disparates que son difíciles de entender si uno usa la razón y el sentido común, pero que se entienden perfecto si se parte de esta premisa: la estupidez, lejos de ser dañina para la evolución humana, es necesaria, lo cual dice mucho de nosotros como especie. Esta teoría no es mía (ya me gustaría), sino de alguien que lleva más de veinte años reflexionando sobre la idiotez.
Hablo de Pino Aprile, autor a principios de siglo de Elogio del imbécil: el imparable ascenso de la estupidez, que acaba de publicar una segunda entrega titulada Nuevo elogio del imbécil, en la que reflexiona sobre algo tan fascinante y misterioso como la estulticia humana. Una idea que Aprile expresa de este modo: «No, la idiotez no es dañina para la especie. Si lo fuera, la evolución la habría eliminado, como eliminó en nuestros antepasados la cola o el vello corporal, por ejemplo. Diríase, en cambio, que, lejos de eliminarse, la idiotez encuentra, cada tanto en la Historia, su camino para multiplicarse».
«¿Porque qué busca la evolución? –se pregunta Aprile–. Busca la multiplicación de la vida y su supervivencia». Pero en cada momento de la historia nuestra especie, para sobrevivir, necesita que primen unos atributos u otros. En los comienzos de la humanidad la inteligencia fue vital. Estaba todo por descubrir, por inventar, por hacer. Pero las realidades cambian. Por supuesto en la actualidad continúa siendo indispensable la inteligencia, que es como la chispa que produce la luz, la que inventa, la que crea belleza, pergeña ideas, teorías, etcétera. Pero la civilización, aunque parezca imposible, precisa también de la estulticia y de los atributos que le son propios. Como, por ejemplo, la obsesión, la obstinación o el seguidismo ciego.
La inteligencia y la estupidez se necesitan mutuamente porque toda invención brillante requiere de otros que la reproduzcan, la repliquen y popularicen. La inteligencia necesita también de la estulticia para que le haga de 'batería' que acumule ese conocimiento y lo difunda. De ahí que cuanto más invente la inteligencia (y en el mundo actual los inventos son muchos y deslumbrantes) crece también la necesidad de personas que le hagan de 'batería'. Porque hay periodos –como el actual– en los que la historia se acelera y, cuando la humanidad acumula demasiados cambios en muy poco tiempo, se produce también un frenazo. Diríase que nuestra especie necesita digerir el exceso y no puede asimilar más hasta procesar todo lo anterior. Y, para que ese frenazo (que es parte del proceso evolutivo) se produzca, el arma más poderosa es la estupidez.
Lo estamos viendo en todo el mundo: actitudes absurdas, auge de propuestas políticas extremas e irracionales, gente que vota por candidatos que van en contra de sus propios intereses. Es como si las gacelas votaran como presidente al león, a sabiendas de que se las va a merendar mañana. ¿Será verdad lo que dice Aprile? ¿La estupidez, lejos de menguar en el siglo XXI, no hace más que crecer? Así, desde luego, parecen atestiguarlo estadísticas que apuntan a que está disminuyendo el cociente intelectual de las personas, sobre todo, en el Primer Mundo. Personalmente me consuela poco pensar que lo que estamos viendo se debe a un reajuste evolutivo necesario para favorecer al mandato biológico de la supervivencia y perpetuación de nuestra especie. Pero por lo menos es una explicación plausible a la sinrazón rampante y el auge de la idiotez que nos infesta. La otra es que nos hemos vuelto todos memos, y esa me niega suscribirla.
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