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Anoeta ha ofrecido una estampa espectacular desde Zorroaga. DE LA HERA
El apocalipsis era esto
Contracrónica

El apocalipsis era esto

Se roza el 'sold out' y 37.000 espectadores gozan de una fiesta con ruido y furia en escena y paz en las gradas

Mitxel Ezquiaga

San Sebastián

Jueves, 6 de junio 2024, 02:00

Ha habido colas y atascos y habrá quejas vecinales. Pero también resulta un chute de autoestima para esta ciudad ver otra vez la catarsis de 37.000 personas llegadas de medio mundo encerradas en el estadio local y sometidas a un feliz apocalipsis de fuego, decibelios y luces. El espectáculo de Rammstein, sí, fue estrictamente espectacular: espectacular el montaje de pirotecnia y metal musical, y espectacular la fiesta de tanta gente devolviendo a Donostia por un día el título de capital del rock. Se ha rozado el 'sold out', con 37.000 espectadores en el primer uso del remozado Anoeta como escenario de macroconciertos.

Era el infierno, pero el infierno en paz. El público del 'metal industrial' (para profanos, una familia del heavy, con perdón de los puristas que saben distinguir los detalles de cada rama) es de mediana edad, tranquilo y amante del buen rollo. Le gusta el ruido y la furia en escena pero con paz en la peluse del estadio y en las gradas. Apenas ha habido algún incidente aislado de quienes querían colarse en el espacio más cercano al escenario, de entradas más caras. Los ertzainas y el amplio dispositivo de seguridad han visto el concierto como unos espectadores más.

Es la tranquilidad que se respiraba estos días en Donostia, con el aluvión de visitantes llegados de todo el mundo pero sin incidentes, a distancia de lo ocurrido con algunas de las hordas que aparecieron este año con la excusa de la Champions. Este miércoles mismo la gente ha retrasado hasta última hora su al estadio. Mientras las teloneras sas de Abélard animaban ya con sus pianos el recinto, los bares de la Avenida de Madrid aún seguían llenos de aficionados. Precisamente eso de dejar el para última hora provocó al final colas y nervios. Todo era extraño: las teloneras tocaban en un escenario en mitad del campo, quizás para no pisar 'el altar' donde la pirotecnia esperaba a los Rammstein, como los Caballer de la Semana Grande pero a lo bestia.

Ha habido también atascos, autobuses y 'topos' llenos, y quejas de los vecinos de Amara, víctimas una vez más de la cercanía del estadio. Ellos saben de esto desde mucho antes de que los vecinos del Bernabéu se quejaran por los swiftis, o como se escriba. «Perdón por la invasión, señoras», decía una cuadrilla de veteranos metaleros de Alicante a dos damas que venían en el autobús del Antiguo a Amara rodeadas de camisetas negras. «Si eso es bueno para la ciudad, aguantamos», bromeaban ellas. La estética negra dominó la noche aunque en el escenario fue el rojo del fuego el protagonista.

Porque lo de este miércoles ha sido una prueba para el estadio. Y ha pasado con nota, aunque el día siguiente llegarán las valoraciones con calma. Sin las pistas que quitó Aperry los s y la movilidad resultan más cómodos, y el hecho de estar más cerrado, en formato «caja de cerilla», recoge mejor las sensaciones. Daba la sensación de que hubiera entrado aún más gente. Las obras que rodean todo el recinto supusieron una dificultad añadida.

Poco parecía importar eso a los aficionados. Más de la mitad de los 37.000 era de fuera del País Vasco y venía con ganas de fiesta en esta liturgia colectiva. En las tiendas de merchandising del exterior largas filas aguardaban la compra de camisetas y gorras. Muchos habían cargado ya el alma de cerveza en los bares de Amara, y dentro seguía la sed. En los bares del estadio la caña costaba 7 euros, el katxi grande 18, el agua 3 y el cubata 11 euros. Decenas de operarios con «cargadores» de cerveza se movían entre el público para rellenar los vasos.

A las 21.49, con puntualidad «casi» germánica, Till Lindemann y los suyos han arrancado el apocalipsis, de menos a más, a medida que terminaba el largo día de junio y la oscuridad se adueñaba del recinto. Ese señor de 61 años que hemos visto estos días como venerable turista comiendo chipirones y bebiendo txakoli en Mutriku se transformó en un ronco párroco de esta ruidosa religión metalera. Lo siguiente ya no se puede contar. Las apuestas serán para saber el sitio más lejano desde el que se pudo sentir su luz o escuchar cómo retumbaba su sonido. Algunos preferimos la intimidad de los conciertos acústicos en salas pequeñas, pero al menos a 37.000 parece divertirles más el gran circo del metal.

Rammstein se va este jueves, pero quedará su rastro: una noche infernal, quejas vecinales y las ganas de repetir conciertos en el estadio. Prepárense, porque tras el examen aprobado de ayer el próximo año vendrán más. Más de uno y quizás más de dos. Y no tan metálicos...

Blancanieves, buen rollo y solo un leve incidente a la entrada

Era una fiesta, y así lo tomaron los miles de seguidores reunidos en Anoeta. Dominaba el negro metal, pero también había disfraces: una aficionada de Huelva llegó vestida de Blancanieves en homenaje a la otra 'blancanieves' que sale en el vídeo de Rammstein de la canción 'Sonne', donde los músicos aparecen como 'los enanitos'. El 'buen rollo' que domina en este tipo de público se mantuvo toda la noche. Solo a la entrada se registró un incidente cuando un grupo de seguidores intentó colarse, lo que provocó algún momento de tensión y la presencia de la Ertzaintza para ordenar el ; y otro grupo fue desalojado por una pelea. Los decibelios, la pirotecnia y las luces hermanaron luego a todos en una especie de catarsis colectiva.

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