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Dar de comer a los habitantes del Aquarium de San Sebastián supone un coste que ronda entre los 80.000 y los 90.000 ... euros al año. Este museo no puede cerrarse. Y es que con pandemia o sin pandemia, con Ertes o sin ellos, tiburones, tortugas y pirañas comen y son alimentados sin que la calidad de los productos merme y sin que les preocupe lo más mínimo si hay visitantes o no que permitan financiar su cuidado.
Así que 2020, sin apenas ingresos y con los mismos gastos fue duro para el Aquarium de San Sebastián. Tampoco la situación actual invita al optimismo, aunque ha habido algunos cambios en lo que se refiere a los grupos de escolares que alivian la incertidumbre. Esta Semana Santa, además, ha demostrado que no hacen falta turistas para superar con creces los 10.000 visitantes que además han optado por entradas on line.
Lo explica su directora, Esther Irigaray, una licenciada en Empresariales que encabeza esta fundación privada sin ayudas públicas que el año pasado vio cómo las visitas se reducían en un 45% respecto a 2019. «Todo esto a pesar de que enero y febrerotuvimos un funcionamiento normal porque todavía no se había decretado el confinamiento y gracias a que el verano fue mucho mejor de lo que habíamos pensado. Eso sí, no hemos tenido las visitas de escolares que eran tan habituales» Eso ha cambiado, porque las limitaciones a la presencia de los chavales se han flexibilizado. «Eso nos ha supuesto un alivio importante», dicen desde este peculiar museo, que tanto gusta a los críos y en el que sus animales comen a la carta. Desde los más pequeños a los más grandes.
Irigaray sí destaca que ha sido el público local, también esta Semana Santa, el que ha permitido que el Aquarium levante la cabeza a pesar de las dificultades y de su especificidad. Porque los cuadros y las esculturas no comen, pero el mundo marino sí. «Ha sido la respuesta de la gente de aquí la que nos ha permitido medio sobrevivir y estamos muy agradecidos ante esa respuesta. Pero es cierto que todo ha cambiado, que es complicado mantener todo esto cuando pasamos de 330.000 visitantes a menos de la mitad».
Porque, entre otras cosas, han tenido que renunciar a actividades tan exitosas como las noches bajo el túnel de los tiburones. «Además durante mucho tiempo no han venido grupos de críos, pese a que siempre nos han tenido como referente, no solo por lo que supone el o con la naturaleza o el conocimiento de las especies, sino también porque aprenden cómo hay que portarse en un museo. Si hablamos de una reducción sustancial de las visitas, en este caso podemos decir que ha sido el 10% de lo que era la afluencia de escolares».
La normativa ha sido muy restrictiva, aunque ahora, y para alivio de los responsables del Aquarium, ha cambiado «No se tuvieron en cuenta las peculiaridades de cada museo. Aquí hemos tenido que hacer grupos de seis personas incluida la guía, lo que supone distribuir a los niños en grupos de cinco. Todo ello pese a que han venido todos en el mismo autobús y están en la misma gela, vamos, que conviven juntos, que son grupos burbuja». Ahora pueden ir con una guía todos los niños del grupo, lo que permite que más que los colegios se animen a llevarlos hasta este lugar en el que también pueden conocer de la historia del mar.
La pandemia del año pasado fue difícil de sobrellevar en este museo tan emblemático y tan especial. Los 5.000 ejemplares que viven en las instalaciones de este lugar singular en el que cada acuario necesita una temperatura de agua, tienen necesidades específicas que hay que atender.
No solo es la comida, que también, sino el mantenimiento y la atención de los biólogos que exigen sin saberlo. «Aquí trabajamos 34 personas, además de las subcontratas en materia de seguridad, por ejemplo. Pero aunque el museo estuviera cerrado desde marzo a junio, no podíamos prescindir de quienes se ocupan de los animales, ni tampoco disminuir la calidad de su cuidado y su alimentación».
Se mantuvo el contrato con uno de los barcos del Muelle, que les abastece de pescado, sobre todo bacalao y merluza, pero también resulta necesario acudir a la verdura o al fitoplancton. Lo único que no consumen las especies del Aquarium es carne.
Y están los caprichos. Los tiburones solo comen tres veces a la semana, «el resto lo hacen todos los días» pero son como los niños ante una cuchara de puré: apartan su temida bocaza del tridente de los cuidadores cuando se han aburrido del menú. «Hay que cambiárselo cada cierto tiempo, porque si no no comen» explica Esther Irigaray.
«A veces parece que vamos a hacer una merendola con la merluza, las gambas o las coles de Bruselas. Pero no, es para ellos. Las pirañas que tenemos, por ejemplo, son vegetarianas, aunque a la gente le pueda extrañar. Les encanta la lechuga».
Abren de martes a domingo, a partir de las once de la mañana y saben que con visitantes o sin ellos, sus huéspedes tienen que comer, vivir en su ambiente y nadar en el agua que necesitan. Que no es la misma para todos. «Tenemos también todo lo que es patrimonio, la biblioteca, el espacio divulgativo y el auditorio, donde sigue habiendo actividad, aunque limitada por el aforo. Vamos a ver que pasa este año, pero estos días de fiesta nos han demostrado que podemos tener una explosión de visitantes y que contamos con la fidelidad de los más cercanos».
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