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Quien en estos momentos sienta en cualquier lugar del mundo curiosidad acerca del euskera y su historia puede saciarla en muchas fuentes, desde las ... más rigurosas hasta las más fantasiosas. Una puerta de puede ser, y con esa intención la puso a disposición de todos los visitantes de su página web el Instituto Vasco Etxepare, la publicación divulgativa 'Euskara/La lengua vasca', de los profesores de la UPV/EHU Iván Igartua y Xabier Zabaltza, lingüista e historiador respectivamente.
Si tuvieran que ponerlo al día, Igartua, investigador especializado en la morfología de las lenguas eslavas y en la historia de la lengua vasca, no tiene dudas acerca del lugar que ocuparía la mano de Irulegi en ese relato revisado: «Ya lo han dicho estos días los grandes expertos del ámbito aquitano-vascónico: es un cambio enorme con respecto a lo que hasta ahora conocíamos acerca del desarrollo cultural de los vascones», reitera. No obstante, «el gran problema, y esto es lo que va a traer cola durante los próximos meses y años, es que por un lado el texto de la mano es mucho más extenso de lo que hasta ahora conocíamos de los restos escritos de los vascones pero, por otra parte, es insuficiente para llegar a una comprensión mínima, aunque la primera palabra sea llamativamente cercana a lo que podemos entender».
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La mano de Irulegi ya se ha ganado, tanto por lo que ha dicho como por lo que se espera que siga contando, un lugar destacado en la historia de lo que acabó convirtiéndose en euskera, sobre cuyos sus orígenes, tal como se lee en el trabajo de Igartua y Zabalza, «se han vertido y se siguen vertiendo opiniones absolutamente variopintas», porque «en el caso de una lengua genéticamente aislada como es el euskera, el terreno para todo tipo de suposiciones no suele tener límites».
Las bases para una narración rigurosa las van poniendo, justamente, hallazgos inesperados que a la vez que aportan nuevos conocimientos acotan el terreno de la especulación. En ese sentido, la mano de Irulegi es singular por muchas razones, sobre todo por su antigüedad, pero no es el único vestigio que ha hecho reconsiderar las cosas.
Iván Igartua trae a colación otro hallazgo inesperado realizado en 2004 por el archivero e historiador donostiarra Borja Aginagalde en un anticuario de Madrid: un manuscrito del siglo XVI de Juan Pérez de Lazarraga, señor de la Torre de Larrea, cuya aparición el entonces lehendakari Juan José Ibarretxe calificó de milagro y que hizo cambiar muchas ideas previas acerca de la presencia del euskera en Álava y de la relación de la literatura en euskera con las literaturas del entorno.
«No se trata de equipararlos en cuanto a importancia, porque la mano procede de un período mucho más oscuro desde todos los puntos vista que el Renacimiento en el que se enmarca el manuscrito de Lazarraga, pero en cuanto a la trascendencia creo que hasta cierto punto se pueden equiparar; ambos son grandes descubrimientos».
El manuscrito alavés «después de algunas dificultades iniciales, ha proporcionado una serie de datos preciosísimos sobre la lengua, pero en el caso de la mano estamos en un territorio de momento desconocido. Si bien la lectura de los signos, de lo que podríamos llamar práctica escritural vascónica, basada en la adaptación del signario ibérico, es muy segura, las secuencias léxicas o informativas que surgen de esa lectura a día de hoy son incomprensibles, con la salvedad de esa primera palabra». Y «cuanta mayor es la dificultad, también es mayor la necesidad de investigar».
Iván Igartua está convencido de que «se hablará durante mucho de tiempo de las hipótesis a las que dé lugar el hallazgo porque, pese a que algunos lo han comparado con la piedra de Rosetta, lo que nos falta es justamente eso: un elemento que nos ayude a descifrar lo que todavía no entendemos». Los expertos ya llevan un tiempo dando vueltas a ese «texto extrañísimo», y parece ser que la mano abre algunas puertas para, a continuación, cerrarlas con un portazo. «Cuando se encuentra una vía si no de esperanza si por lo menos de poder ir avanzando, enseguida surge algún problema».
A la ininteligibilidad del texto hay que añadirle el hecho de que las circunstancias no son las mejores para aplicar la metodología que más podrían ayudar a superar ese hermetismo. «Solemos basarnos en la comparación. Se busca aquello que se asemeja, aunque sea de manera mínima, para interpretar lo nuevo a partir de lo que ya se conoce. Y, al mismo tiempo, tenemos que detectar las diferencias para descartar relaciones que pueden parecer correctas pero tal vez no lo sean. Lo que ocurre en este caso es que los términos de comparación son tan escasos que quedamos en una situación de gran libertad interpretativa».
Igartua lo dice «desde un punto de vista general, como lingüista especializado en lenguas antiguas, y más aficionado a la historia del euskera que especialista». Tal como han manifestado Javier Velaza y Joaquín Gorrochategui, los dos experimentados lingüistas que han realizado la primera evaluación de la mano de Irulegi, no considera descabellado pensar en la aparición de más indicios. Si escribieron una vez, seguro que lo hicieron más veces. Y, sin ir muy lejos, en las inmediaciones del lugar donde se realizó el hallazgo sigue habiendo muchas casas bajo tierra.
«De la misma manera que ha aparecido este texto sobre un soporte único, podrían aparecer en otros soportes y en otros contextos algunas palabras, algunas formas, que pudieran arrojar cierta luz sobre este», afirma, reconociendo que de momento reina «una oscuridad tremenda» que no solo afecta a la comprensión de las inscripciones de la mano de Irulegi, sino a todo lo relacionado con lo que ocurría entonces y lo que pudo ocurrir después: cómo evolucionó el vascónico y a qué dio lugar; cuál era la situación lingüística previa, simultánea y posterior de los vecinos de los vascones, incluidos los que ocupaban los territorios en los que nos movemos los guipuzcoanos actuales.
Los puntos de luz que iluminan un período de tiempo que supera los dos milenios son escasísimos y distan mucho entre sí. En el caso del vascónico, saltan del siglo I a. C. de la mano de Irulegi a los siglos II-III d. C de la estela de Lerga. De ahí a que se pueda empezar a hablar de euskera vuelve a haber un lapso de ocho o nueve siglos. «Con períodos tan largos de oscuridad, es comprensible que surjan todo tipo de teorías», ite, recalcando que ahora hay que dejar trabajar a los expertos. Y confiar en que la suerte se alíe de nuevo con la ciencia y aparezca algún otro elemento que aporte un poco más de luz.
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