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Jon Rivas
Viernes, 23 de mayo 2025, 20:20
Patxi Gabica ganó en Vicenza por sorpresa, hace ya muchos años, y de repente, empezaron a considerarlo en Italia como un aspirante a la maglia rosa, porque llegaba la montaña, su terreno, y se colocaba aquel día a cinco segundos del liderato. Posiblemente, el rubio ciclista del equipo Kas soñó entonces con alcanzar esa gloria que los periódicos italianos pregonaban. Pero no pudo ser. Muchos sueños se estrellan después contra las paredes implacables que esperan a la vuelta de cualquier recodo.
El mexicano Isaac del Toro, con su ardor juvenil y la serenidad de quien ya sueña despierto, cruzaba la meta de Vicenza como tercer testigo de una llegada para el recuerdo, ese duelo de titanes entre Pedersen y Van Aert. Su rostro era mezcla de fatiga y futuro: sabía que ese podio era, tal vez, una estación más en su camino hacia las cumbres verdaderas, las que empiezan mañana en un Giro que decidió posponer hasta la última semana las jornadas más desafiantes, las que separan a los protagonistas de los actores de reparto.
Mientras el Giro se encontraba en Vicenza, en el corazón del Veneto, con la historia y el arte, los ciclistas comenzaban a vislumbrar su límite, el que les marcará si estarán en la pelea o caerán en algo que en ningún caso se puede calificar de mediocridad después de tantos días de esfuerzo sostenido. Del Toro no conoce todavía esos límites y ni siquiera si las dos primeras semanas le pasarán factura, pero él sigue acumulando argumentos a su favor y también en contra, y la carrera acumula incógnitas en jornadas agotadoras como la de ayer, en la que hay que diseccionar los momentos clave para poder llegar a un análisis más o menos acertado de la situación.
Cuando en San Giovanni in Monte se quedó Ayuso después del arreón del Ineos para Bernal, que mejora cada día y al que no tuvieron dificultad en engancharse Del Toro, Roglic, McNulty o Carapaz, ¿se trató de debilidad o de un despiste? Y es que el corredor español bajaba de los últimos del pelotón en la curva que enlazaba con la ascensión y se quedó atrás. Las elucubraciones se sucedieron ante la posibilidad de que se tratara de lo primero.
Pero después, cuando en el embalaje bonificado salió Del Toro como una bala a por los segundos y Ayuso se los quitó en la última pedalada, ya no parecía existir esa hipotética falta de energías. Porque cuando no se está para nada, no se está, y nadie se pone a esprintar por unos míseros segundos. Tal vez la explicación de que ambos son gallos en el mismo gallinero esté más cerca de la realidad. Donde no pudo, o no quiso, responder Ayuso fue en los 800 metros de ascensión a la basílica de Santa María de Berico, con las galerías porticadas a la izquierda de los corredores, donde Del Toro sí quiso unirse a la fiesta que propusieron Pedersen -el ganador- y Van Aert, dos fuerzas de la naturaleza desatadas, que encontraron en aquella ascensión corta pero despiadada el mejor terreno para sus evoluciones.
En la meta fue el danés el que levantó los brazos, y un poco también Isaac del Toro, que a pesar de su vana intención por alcanzar a los dos fenómenos la maniobra le valió para pegar más cupones a su cartilla de intenciones para el Giro, que está a falta de toda su dureza y todavía no ha llegado en su terrorífico esplendor. A los dos segundos que le quitó Ayuso en lo que antes se llamaba meta volante, el líder descontó tres en la meta más los cuatro de bonificación. Cinco a sumar a su diferencia, que ya es de 38 segundos.
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