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Jon Rivas
Domingo, 11 de mayo 2025, 20:28
Pello Bilbao tenía Vlore en su punto de mira. No viajó al Giro para ganarlo, ni para subir al podio siquiera. Su misión es la de convertirse en el lugarteniente de Antonio Tiberi, y, en momentos concretos, intentar la guerra por su cuenta, sobre todo en los días en los que escoltar a su jefe de filas en el Barhein puede ser misión de cualquier otro compañero. Lo dijo en Loiu, cuando tomaba un avión rumbo a la salida: tenía varias etapas marcadas en el Garibaldi, el libro de ruta del Giro, pero no las iba a decir para evitar vigilancias de otros equipos que le restaran libertad
Y la de Vlore, superadas las dos primeras jornadas, era, por lo que se ve, una de ellas. La ciudad portuaria pasó a ser objeto de deseo del ciclista gernikarra, aunque siempre lo fue de todos los países limítrofes. Perteneció a Roma, fue anexionada a Constantinopla en el siglo VIII, la invadieron los búlgaros. Después la ocupó Serbia y se la arrebataron los otomanos en 1417. Los venecianos intentaron quedársela, pero fracasaron. En ese momento, la mayoría de sus habitantes eran griegos.
En 1912, la independencia de Albania se declaró en la ciudad portuaria y fue su capital hasta que la invadió Italia en 1920, pero les entró afición y volvieron a hacerlo en 1939, cuando pasó a dominio alemán. Todo un trajín. Cuando acabó la II Guerra Mundial, Albania cedió la ciudad a la Unión Soviética como base de submarinos, pero con Khrushchev al mando del Politburó, a Enver Hoxha le pareció que los comunistas empezaban a ser menos comunistas y los expulsaron. Fue cuando comenzaron a construir búnkeres sin medida, porque temieron la invasión, que no llegó.
Desde entonces, al menos, Vlore es albanesa, y solo ha visto una invasión más, esta vez festiva, la del color rosa del Giro de Italia, ese tono que cuando 'La Gazzeta dello Sport' anunció que portaría el líder de la carrera, allá por mayo de 1931, a Mussolini y los jerarcas fascistas no les sentó nada bien, porque no veían reflejado el fuerte carácter de las poblaciones itálicas en el delicado color de la camisa, aunque el primero que la llevó se apellidara Guerra.
La invasión de Vlore por un día, otra vez por italianos, se tomó con alegría, aunque Pello Bilbao se la tomó en serio, con su ataque en la ascensión al puerto más complicado de los dos que aparecían en el libro de ruta, el de Oafa e Llogarase, una ascensión larga y tendida. Con un grupo por delante al que Pello y su compañero de aventura Fortunato debían alcanzar, se distanciaron del pelotón. Rápidamente llegaron a la cabeza, en la que quedaban pocas fuerzas ya, y se presentaron en la cima con 50 segundos de ventaja. ¿Suficiente? No, por diversas razones. «Me sentía algo mejor. Iba con ganas de salir si veía alguna ocasión, si veía algún movimiento. Con Fortunato hemos hecho una buena subida», comentaba al llegar a la meta Pello, pero, «después, la bajada, no iba excesivamente confiado. He visto que el asfalto era un poco difícil de interpretar y he preferido no arriesgar demasiado».
El asfalto, ese que en los planes de modernización del país se ha quedado en los últimos renglones del folio de cuestiones urgentes por resolver. Era el asfalto y también la máquina de picar carne que los equipos interesados en propiciar una llegada masiva, en especial el Lidl de Mads Pedersen, pusieron a funcionar en cuanto llegaron los kilómetros de llano hasta la meta de Vlore, principio y fin de la jornada ciclista.
«Los últimos 30 kilómetros no eran los más apropiados para dos pequeños escaladores, así que hemos decidido levantar el pie, que el movimiento no iba a ningún lado», reconocía Pello Bilbao, que saca una interpretación positiva au esfuerzo. «Bueno, nunca se sabe, mejor estar delante. Si pasaba algo, algún corte peligroso en la bajada o lo que sea podía ser bueno ir por delante. Y bueno, al final pues les he podido echar una mano también a los compañeros para entrar bien posicionados, han terminado en un lugar seguro sin tener que arriesgar excesivamente y hemos salvado bien los tres primeros días». Fue cazado a 18 kilómetros de la meta.
Tendrá más días. Como Pedersen, que desde el inicio tenía claro que quería salir de Albania vestido de rosa. «Era lo que teníamos pensado desde la salida, lo que había planeado el equipo». Así que el Lidl controló con mano férrea los últimos minutos, en los toboganes cercanos a la meta, y a falta de 400 metros, después del trabajo de sus compañeros que le lanzaron, se colocó en modo avión, que en el ciclismo es diferente a los teléfonos, y arrancó con fuerza, tal vez demasiado pronto, pero aguantó las acometidas de Corbin Strong y Orluis Aular para sumar su segundo triunfo al sprint y arrebatarle el rosa a Primoz Roglic, que no tenía ninguna opción de conservarlo. Las tendrá, como Pello Bilbao de cazar alguna etapa, más adelante, con el Giro, que descansa hoy, ya en Italia.
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