El café, hasta la mitad

Como el Tour enfila al oeste mañana, he venido a pasar el día a Rapallo, al lado de Génova, con mi amigo el gran lanzador de sprints al que su equipo, como a mí el mío, también ha dejado fuera del Tour. En Niza, el primer día, ni la olieron mientras su colega Morkov dio un recital, aunque luego Bennett no lo aprovechara.

Ya habrá tiempo de comer ratatouille, foie gras, croissants y demás delicias sas, pero había que aprovechar para acercarse a Italia a tomar un café. La taza y la cafetera, siempre hasta la mitad. Nos sentamos en su terraza y viene con la cafetera italiana aún haciendo gorgoritos. Abro la tapa y el café no llega hasta arriba ni de lejos. Que la taza de un solo en el bar llena hasta arriba es una vulgaridad ya lo sabía, pero no que la cafetera de casa también debe hacerse así.

Hay ciclismo en la tele... y es el Memorial Marco Pantani. El Tour no interesa (claro, no estamos nosotros), solo la bici del primer maillot amarillo, esa maravillosa Colnago. Giuseppe Saronni es fiel a su marca de siempre. Y a las tradiciones. Hace tirar al UAE aunque sabe que Kristoff no tiene ninguna oportunidad de conservar el amarillo. Hay que honrar al líder, zanja mi amigo.

Bajamos al paseo marítimo a ver el final y el barista, Ciro –es napolitano–, coincide. La maglia si onora. Aquí, hacer bella figura es lo más importante. Sagan se queda a las primeras de cambio y creen que es bueno, estará muy bien en el Giro, que es lo que cuenta.

Casi se ve Niza desde aquí. Da pereza volver. Me preguntan si correré el Giro. Creo que no, que la Vuelta, si es que se disputa, que está por ver. En realidad, tengo la cabeza en la temporada que viene. Ha sido un año perdido; soy un profesional y no pienso despedirme a la sa –valga el topicazo–. Espero ganar alguna carrera aún con este maillot.

Vuelvo a Niza por la autopista de las flores. Está magnífico el Mediterráneo. La próxima vez que el Tour toque la costa, el mar no será igual. El Atlántico no entiende de dolce vita.