
Secciones
Servicios
Destacamos
Zumaiarra de 42 años y profesor de Automoción en Don Bosco en Donostia desde hace un lustro, tras haber trabajado con anterioridad como interino en Iurreta, Aretxabaleta, Gasteiz y Padura, descansa ya en su domicilio tras haber vivido in situ, en directo, el Dakar. Ha tenido el privilegio de coincidir con Carlos Sainz o Sebastian Loeb, aunque su equipo, un proyecto común entre el CIP de Cantabria y Don Bosco, no contaba ni con el presupuesto ni con los medios de las escuderías punteras. Su cometido era prestar asistencia mecánica diaria a los pilotos de su equipo, integrado por seis coches clásicos, dos buggys y once motos.
Daba igual la hora. De día o de noche. Para ellos, los minutos no existen. Todo discurre a una velocidad de vértigo. El objetivo es que las máquinas estén siempre a punto para tomar la salida en cada etapa.
«Ha sido mi primer Dakar y la experiencia ha sido inolvidable. Antes de ser profesor, trabajé durante cinco años en el proyecto Espsilon Euskadi que comandaba Joan Villadelprat y también en diferentes equipos de carreras, pero esta experiencia ha sido como si hicieses un Master en pocas semanas», apunta.
El cántabro Francisco Benavente, también profesor de Automoción, finalizó decimoséptimo en la categoría de clásicos con un coche de motor diésel y 2.700 centímetros cúbicos. «Esta ha sido la cuarta ocasión que han participado y han vuelto satisfechos», dice Odriozola.
Su equipaje estaba integrado únicamente por «ropa de trabajo y de abrigo. Llevé en total una maleta de 25 kilos con una tienda de campaña, saco de dormir... La otra mitad la mandamos un mes antes con el equipo en barco a Arabia desde Barcelona».
En un raid de la trascendencia del Dakar, el tiempo es oro y la dedicación, exclusiva. «¿Hacer turismo? No he visto nada de nada, lo único los recorridos por el desierto desde el camión en los traslados entre etapa y etapa. Mientras que los pilotos compiten, nosotros tenemos que desmontar el campamento a primera hora de la mañana, cargar todo en el camión y trasladarnos lo antes posible a meta para volver a montarlo todo para cuando lleguen los pilotos. Normalmente hemos hecho entre 400 y 600 kilómetros díarios, aunque un día llegamos a 900. Una burrada».
Odriozola, que ha vivido el Dakar desde dentro, lo califica como «una prueba muy dura, no solo para los pilotos, sino también para toda la gente que arrastra la carrera por detrás. Duermes poco y trabajas mucho. La mayoría de las veces en condiciones precarias, en el suelo. Aquello no es un taller en el que tienes una grúa para levantar los coches. Hay que improvisar para hacer las reparaciones de emergencia. El coche debe seguir compitiendo. Con el paso de las jornadas, el sueño comienza a acumularse».
Recuerda que «normalmente, acababas tu trabajo entre las dos y las tres de la madrugada y a las siete de la mañana sale el piloto a disputar la etapa y el coche tiene que estar listo. Después, a cargar de nuevo con todo el campamento y carretera hasta el vivac. En esta edición, afortunadamente, hemos tenido tres días una etapa bache, no hemos necesitado cambiar de lugar el campamento. En cambio, los otros doce sí. Ha habido días en los que no hemos dormido ni una sola hora y otros en los que dormir seis era un espejismo. Lo hacíamos en una tienda de campaña metidos en un saco sobre una colchoneta. En el suelo era imposible».
Odriozola y sus compañeros de equipo seguían las etapas «a través del móvil. La organización tiene un programa en el que puedes ver por GPS la posición de tu piloto en directo. Una noche se perdió un buggy, se equivocó de ruta, se perdieron en las dunas y se les hizo de noche, donde la oscuridad es total y es complicado orientarse. Volvieron a la ruta indicada a base de gritarle al móvil para que les guiase por medio del GPS».
Tuvo el privilegio de coincidir con pilotos como Carlos Sáinz, vencedor en coches, Stephan Peterhansel, Sebastian Loeb o el príncipe catarí Nasser Al-Attiyah. «Estuvimos hablando con ellos, el campamento era como un pueblo pequeño, el o con los pilotos es muy cercano. Comíamos todos juntos. Eso sí, Saiz es un poco seco, está siempre centrado en lo suyo, en la etapa del día siguiente. En cambio, Cristina Gutiérrez, que ganó en buggys, era muy cercana», recuerda.
La climatología también era un factor determinante. «Este año no ha hecho mucho calor durante el día, entre 20 y 22 grados. De noche refrescaba. Eso sí, los dos últimos días, en las etapas que discurrían por la costa, los termómetros marcaban 30 grados. La temperatura ha sido agradable».
El Dakar mueve a una cantidad ingente de personas. «Entre equipos, pilotos y mecánicos se juntan unas 5.000 personas y, además, hay otras 2.000 que se encargan de la limpieza, de las cocinas. Es como un pueblo móvil que se monta y se desmonta todos los días», puntualiza.
Egoitz Odrizola reconoce que apenas ha tenido o con la población local. «Solo parábamos para echar gasolina o comer. Los campamentos solían estar a una hora de distancia de los pueblos. Son gente muy abierta. Eso sí, no ves a las mujeres por las calles y las que salen lo hacen con burka. No les está permitido el o con extranjeros. Fuimos un día a la capital pero no por ocio. Un copiloto del equipo se fracturó una vértebra en una caída y le visitamos en el hospital. Allí, todas las doctoras y las enfermeras llevaban velo. En los pueblos pequeños, las mujeres no salen de casa». Se ha traído de recuerdo «un par de llaveros para mis hijas, Elaia e Itxaso, y poco más. Elaia cumplió siete años cuando estaba en el Dakar y me dio pena no estar en casa. Hablaba con ellas prácticamente a diario por videoconferencia».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Óscar Beltrán de Otálora y Josemi Benítez (Gráficos)
Beñat Arnaiz | San Sebastián
Lourdes Pérez, Melchor Sáiz-Pardo, Sara I. Belled y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.