La última diablura de Oinatz Bengoetxea

Aunque termina el vínculo con su empresa de siempre, primero Asegarce y después Baiko, seguirá jugando Bengoetxea VI hasta cumplir veinte años de carrera, al menos hasta ese fin de semana de octubre en el que quiere cerrar el círculo en el frontón de la plaza de Leitza, el lugar donde dio sus primeros pelotazos y donde ve jugar a los niños y niñas que imitan sus efectos, las jugadas a ras de chapa, saques sorprendentes y estiradas.

«Oinatz era un chaval de 15 o 16 años cuando le trajimos a entrenarse por primera vez al Beotibar de Tolosa». Salva Vergara, entonces técnico de Asegarce, tiene presente aún aquella imagen. «Le insistía en que debía jugar contra gente mayor que él. Le ponía con Koka, con Unanue... Lo pasaba mal, pero luego iba a los partidos ante gente de su edad y andaba bien. Para aprender y progresar hay que medirse a los que son mejores que tú».

Entonces le tocaban en suerte delanteros que le superaban en edad. Después ha tenido que encontrar soluciones para domar a rivales de mayor peso, fuerza y pegada. Las ha encontrado.

Hay aptitudes que han acompañado a Bengoetxea VI a lo largo de su carrera. Forman parte de un ADN personal. «Ha sido veloz y ha tenido sentido de la anticipación», destaca Salva Vergara. «Intuitivo, ha jugado con atrevimiento y variedad. No espera a la pelota, sino que va a su encuentro. Duro de manos, ha sufrido fracturas en casi todos los dedos. Sufría y aguantaba con el dedo roto. Posee además un gen competitivo que le ha acompañado a lo largo de toda su carrera. El día del partido se crece».

Mikel Unanue coincidió en sus últimos años de carrera en Asegarce con Bengoetxea VI. «Recién debutado, Oinatz entró en estelares. Pelotari completo, se ha defendido en todas las distancias. Por sus características, no se esperaba que rindiera tanto en todo el frontón. Pensábamos que no iba a romper a bote y encontró su arma, el sotamano. En los partidos de parejas ha demostrado ser habilidoso. No ha sido el pelotari más largo, pero goza de maravilla sus pelotazos. Valiente, nunca se ha asustado».

Ganador de los tres grandes campeonatos del calendario, es uno de los siete pelotaris que posee la triple corona junto a Retegi II, Arretxe, Martínez de Irujo, Olaizola II, Barriola y Urrutikoetxea. Su condición de doble campeón manomanista en una época de dominio alterno de Olaizola II y Martínez de Irujo le sitúa en un plano alto, distinguido.

Ganó la final manoamanista a Abel Barriola contra pronóstico en 2008 y repitió en 2017 ante un Iker Irribarria exultante de pegada al que arrebató la txapela en una demostración de lo que es Oinatz: riesgo, técnica, defensa, ataque, fe en sus posibilidades y capacidad de sufrimiento y sacrificio. La fractura de uno de sus dedos y la aplicación estricta del reglamento le impidieron defender su suerte en la final de 2015, a la que había accedido por derecho propio. Acató la decisión. Posee un título del Cuatro y Medio y otro del Parejas.

Ha enganchado al pelotazale, como ha quedado demostrado antes y después de que anunciara su retirada. Sus victorias entre los grandes, su comportamiento en la cancha sin un mal gesto, su conexión con la juventud, su carácter rebelde y su postura al lado de los compañeros en la huelga de pelotaris de Baiko le han acercado a la gran mayoría de los pelotazales. Confiesa que le gustaría que se le recordara como «un pelotari que jugaba con pasión». No tiene de qué preocuparse. Será así.