El 16 de septiembre de 2011 telefoneé a Josetxo Mayor para felicitarle: se cumplían 25 años del día en que decidió despejar un sendero en ... Ulia. «No se me olvida aquella mañana», me dijo. Sintió «una pena de llorar» al ver los caminos de su infancia devorados por la maleza y empezó a arrancar rastrojos. A partir de ahí, día tras día, limpió, recuperó y completó con un mimo extraordinario la red de senderos litorales de los que ahora disfrutamos. Le pregunté cómo iba a celebrar las bodas de plata y me contestó con su socarronería habitual: «Le iba a pedir al alcalde el reloj que regalan a los que han trabajado 25 años en el Ayuntamiento...». Se lo conté a mi amigo M., trabajador municipal, y a los pocos días la corporación homenajeó a Josetxo y el alcalde le entregó un reloj. Le preguntamos por sus planes, y él, a sus 78 años, respondió: «Aquí mismo había una tienda de suministros navales. Vendían unos rollos de sogas enormes, desde el suelo hasta la cabeza. Pues yo compré diez de esos». Cuerda para rato...

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Cuando algún paseante le daba las gracias, Josetxo respondía machadiano: «Gracias a ti: sin caminantes no hay camino». Siguió trabajando en Ulia por amor al monte, recibió homenajes populares y murió en 2017. El sábado pusieron su nombre al parque de la cumbre (la placa llegó tarde pero ya está). Y hace años, junto a la calzada del siglo XIX que él desenterró, alguien fijó otra placa con el nombre que ha quedado entre los caminantes agradecidos: Avenida Josetxo.

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