Los cambios estacionales, como el último paso del invierno a la primavera acaecido hace pocas semanas, condicionaron durante siglos la marcha de todas, o cuando ... menos, la mayoría de las actividades económicas. Esta dependencia no se rompería hasta la progresiva mecanización y automatización de los procesos productivos, iniciada hace ahora dos centurias. El tránsito del invierno a la primavera sigue teniendo, todavía, especial significación para la economía marítima del País Vasco, ya que marca el inicio de las campañas de la caballa y de la anchoa; dos costeras, sobre todo, la segunda, que tienen una importancia económica capital para nuestras flotas de pesca de bajura. Un cambio de estación, que, siglos atrás, implicaba el final de la temporada de la caza de la ballena en nuestras costas, siendo, por tanto, su trascendencia mucho mayor que en la actualidad.
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En efecto, la temporada de ballenas arrancaba entre fines de octubre y principios de noviembre y se extendía hasta finales de marzo-principios de abril. Aunque bien es cierto que la captura de la última ballena por los pescadores de Orio se produjo el 14 de mayo de 1901, la que, quizás, constituye la más famosa de las ballenas de la costa vasca, aquella cuya osamenta se expone en el Aquarium de San Sebastián fue cazada el 11 de febrero de 1878 por los pescadores de Zarautz, Getaria y Orio. De hecho, en el caso de la primera de estas tres localidades, todas sus capturas de ballenas datadas desde el siglo XVI se realizaron entre los meses de octubre y marzo.
En la actualidad, quien más quien menos, contamos con algunas nociones sobre nuestro pasado ballenero. La ballena del Aquarium ha sido el máximo recordatorio de esa historia para las generaciones de guipuzcoanos que se han ido sucediendo durante casi un siglo. Más recientemente la construcción por Albaola de las réplicas exactas de la nao San Juán y de sus chalupas balleneras han supuesto un verdadero hito para la socialización de la gran epopeya ballenera protagonizada por los vascos en Terranova desde principios del siglo XVI. Sin embargo, cabría preguntarse en qué grado somos realmente conscientes de la significación histórica del protagonismo de nuestros antepasados en el establecimiento y difusión de la industria ballenera. Un desconocimiento, en parte, generado, quizás, por los propios historiadores que, en unas ocasiones, no hemos sabido desligarnos de mitos y de supuestas y controvertidas noticias que atribuyen a otros la maternidad de las técnicas de la caza de la ballena y, en otras, no hemos ponderado, en su justa medida, la responsabilidad vasca en dicho alumbramiento y sus consecuencias universales.
Estamos asistiendo a las graves consecuencias económicas y de todo tipo derivadas de la inestabilidad de la provisión de combustibles fósiles que está afectando a los bolsillos de todo el mundo. Esta crisis internacional resulta una clase de historia magistral para percatarnos de la trascendencia histórica de la caza de la ballena, cuyos productos derivados no serían del todo sustituidos por los del petróleo hasta bien entrado el siglo XX. Sólo así podemos entender las razones que nos llevan a afirmar que el desarrollo de las técnicas de caza y aprovechamiento de las ballenas constituye uno de los máximos hitos de las aportaciones realizadas por los vascos en el mar y uno de los que mayores repercusiones han tenido en la Historia Universal.
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La documentación medieval que ha llegado hasta nuestros días, corrobora que, para el siglo XII, la caza de la ballena había alcanzado en el País Vasco tal nivel de desarrollo que constituía ya una fuente de obtención de impuestos para el rey, algunos señores y las primeras villas que se fueron fundando en el litoral, caso, por ejemplo, de San Sebastián hacia 1180. Este hecho implica que el proceso de desarrollo de la actividad dio comienzo siglos antes. En efecto, los primeros vestigios arqueológicos hallados en la costa vasca que atestiguan la implantación de actividades industriales vinculadas con la captura de ballenas se retrotraen al siglo IX, es decir, a la época de las correrías de los piratas vikingos, que, a diferencia de los arponeros vascos, sí son mundialmente conocidos.
La caza de la ballena supuso un verdadero motor que impulsó el desarrollo económico, social y político de los núcleos de población establecidos en torno a los puertos de la costa vasca. En efecto, la captura de ballenas y la extracción de sus productos derivados implicaba la disposición de determinados medios de cierta entidad. Algunos de ellos, caso de las chalupas balleneras con sus remos, de los recipientes (barricas, tinas, odres, cestas, etc.) y de las armas y herramientas necesarias (arpones, jabalinas, cuchillos, garfios, etc.), procedían, sin duda, de carpinteros de ribera, remeros, ferrones, herreros, toneleros, boteros, cesteros, etc., locales. Unas actividades artesanales desarrolladas gracias a la abundante disposición de materias materias primas como la madera procedente de los bosques de roble, haya, o castaño, el hierro elaborado en las ferrerías, o los cueros resultantes de la explotación ganadera. La obtención de otros elementos, en cambio, dependía de la existencia de intercambios comerciales, necesarios para importar algunas materias primas como el cáñamo para las cuerdas, o el cobre para la construcción de calderas empleadas en la fundición de la grasa de ballena. Unos intercambios necesarios, también, para la distribución y venta de las toneladas de aceite que daba lugar la captura de cada ballena. La caza de la ballena, no sólo, dinamizó la marcha de todas las actividades productivas arriba mencionadas, sino que contribuyó, de forma destacada, al reforzamiento de los vínculos sociales de las comunidades de pescadores y, por tanto, de su capacidad de organización. En suma, la ballena constituyó un factor de gran importancia para que las mencionadas comunidades alcanzaran las herramientas económicas, sociales y políticas necesarias para emprender la constitución de instituciones de gobierno destinadas a proteger sus intereses, entre las que destacan las villas. Exponente de la importancia política de la ballena, ésta aparece representada en los escudos de armas de las siguientes villas de la costa vasca: Biarritz, Guéthary, Endaia, Hondarribi, Zarautz, Getaria, Mutriku, Ondarroa, Lekeitio y Bermeo.
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La importancia de esta actividad trascendía ampliamente el ámbito local, ya que, a lo largo de la Edad Media y hasta los inicios del siglo XVII, serían los pescadores del cantábrico oriental los únicos que en toda Europa se dedicaron a la caza de grandes cetáceos. A lo largo de todos esos siglos, prácticamente, ostentaron el monopolio de la comercialización del aceite de ballena, que producían de manera industrial. Exponente de ello, durante la primera mitad del siglo XIV, al tiempo que la monarquía inglesa únicamente legislaba sobre la explotación de los cadáveres de ballenas que el mar arrojaba a sus costas, el rey Alfonso XI de Castilla (1311-1350) eximía a los pescadores vascos y cántabros del pago de nuevos impuestos que en Galicia y Asturias pretendían aplicarles cuando, como todos los años, acudían a sus costas a cazar ballenas y a pescar. Es decir, para el siglo XIV los vascos habían emprendido ya expediciones de captura de ballenas en aguas alejadas de su litoral. La existencia tan temprana de expediciones balleneras, implica la de compañías pesqueras integradas por los propietarios de las indispensables embarcaciones de transporte y chalupas balleneras, por los armadores que contrataban a las decenas de tripulantes necesarios y adquirían todo el utillaje y víveres que precisaban, por los prestamistas que aportaban capitales, por oficiales especializados como arponeros, maestres de chalupa, toneleros, carpinteros, etc. Una estructura empresarial de tipo capitalista, precursora directa de la que, a partir del siglo XVI, protagonizaría las expediciones balleneras a aguas de Terranova.
En resumen, los vascos, lejos de limitarse a capturar las ballenas que acudían a sus costas, a lo largo de la Edad Media dieron lugar a una actividad industrial a gran escala. Los mercados del principal producto derivado de esta actividad, el saín o aceite de ballena, se ubicaban, tanto en el interior peninsular como en el norte de Europa. A medida que se ampliaba la presencia de este producto en esos mercados, se iría incrementando su contribución al desarrollo de actividades productivas de carácter estratégico en la economía europea medieval. Se emplearía, así, como combustible para la iluminación, vital, por ejemplo, para las industrias textiles, en especial de las enclavadas en los países del norte de Europa que, durante muchos meses del año, disfrutan de muy pocas horas de luz diurna. Cabe destacar, así mismo, su uso como materia prima para elaborar jabón, producto empleado, entre otras, para lavar las finas lanas que durante siglos constituyeron uno de los principales productos de exportación de los reinos de Castilla, Aragón y Navarra.
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