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Acabamos de disfrutar de una nueva edición de las centenarias Regatas de la Concha, desarrolladas a lo largo de la más trepidante semana del año, tanto para los remeros como para los miles de amantes del remo de banco fijo, una de las más multitudinarias y mediáticas modalidades del deporte vasco. A lo largo de la mencionada semana, plena de emociones encontradas, el Museo Marítimo Vasco y el Aquarium desarrollamos, desde hace ocho años, diversas iniciativas culturales englobadas en el proyecto #Kontxa 100. La citada programación cultural tiene por objetivo reivindicar, consolidar y difundir el carácter patrimonial de las regatas y del remo vasco en general. En efecto, constituyen una de las máximas manifestaciones del patrimonio marítimo inmaterial que permanecen en vigor en el País Vasco. Además, en el caso particular de las Regatas de la Concha, su dilatada historia -el torneo de traineras más antiguo del mundo que viene disputándose de forma regular desde 1879-, ha generado un rico patrimonio de carácter material, en forma de trofeos (las banderas de San Sebastián entregadas a los vencedores, copas y diplomas de ediciones especiales, etc.), documentación de archivo, fotografías, films, obras de diversos artistas plásticos, obras literarias, composiciones musicales, carteles, etc.
Entre los elementos patrimoniales que se acaban de enumerar destaca con luz propia la revista Ciaboga, que vio la luz por primera vez en el contexto de las Regatas de la Concha de 1924. Cumple, por tanto, su primer centenario este anuario de cuya publicación se encargan en la actualidad el Museo Marítimo Vasco y el Aquarium. A lo largo de estos cien años la que fuera la primera revista española especializada en el remo y, durante décadas la única, ha conocido una historia azarosa, en la que no faltan períodos más o menos dilatados en los que dejó de publicarse. La primera y exitosa temporada (1924-1935) fue interrumpida en 1936 por el estallido de la Guerra Civil Española y sus nefastas consecuencias impidieron que reiniciara su andadura tras el fin de la conflagración en 1939. La segunda temporada, igual de exitosa, arrancó en 1942 y perduró hasta 1961. Fue la muerte de su editor la que, a partir de 1962, desencadenó una nueva y, esta vez, dilatada interrupción de la publicación. Entre fines de 1992 e inicios de 1993 se desarrolló la fugaz tercera temporada de la revista que, totalmente remozada, había pasado a tener una periodicidad bimestral. Tras otro dilatado lapso de 22 años a partir de 2017 inició una nueva andadura, a cargo de ambas instituciones museísticas enclavadas en el puerto donostiarra, transformada ya en una revista divulgativa especializada en la historia de las Regatas de la Concha y el remo vasco.
El nacimiento de Ciaboga se produjo en un contexto de profundas transformaciones derivadas de la revolución industrial y liberal iniciada en el siglo XIX. Unas transformaciones que pusieron en jaque las centenarias tradiciones económicas, sociales, políticas e institucionales que componían el Régimen Foral, no sin cruentos enfrentamientos civiles. Unas tradiciones que durante siglos ampararon las libertades –económicas, sociales, políticas...- y la igualdad jurídica –hidalguía o nobleza general- de los vecinos de los territorios históricos enclavados en el litoral. La razón de ser muchas, o de la mayoría de estas tradiciones respondía a las necesidades de una sociedad volcada al mar y al objetivo de desarrollo ilimitado de las actividades marítimas. Unas actividades que, como estamos viendo mediante el conjunto de artículos al que pertenece el presente, tuvieron una influencia capital en el desarrollo de la Historia Marítima Universal.
Las mencionadas transformaciones acaecidas a lo largo del siglo XIX acabaron con la centralidad y el protagonismo de las actividades marítimas en el País Vasco. Poco a poco fueron sucumbiendo las actividades y compañías, herederas directas de una centenaria tradición marítima: las ferrerías -las últimas cerraron sus puertas en la década de 1880- y grandes astilleros tradicionales, la Real Compañía Marítima (1789-c. 1807) –última gran empresa dedicada a la caza de la ballena-, la Real Compañía de Filipinas (1785-1834) –heredera de los activos de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas (1728-1784) y del centenario saber hacer transoceánico de los comerciantes vascos-, etc. Sobrevivieron, tan solo, aquellas actividades que en otro tiempo tuvieron un peso económico secundario, caso de la pesca desarrollada en aguas más o menos cercanas a la costa vasca. Esta actividad experimentó, también, grandes cambios en respuesta a las nuevas condiciones y oportunidades generadas por algunas de las citadas transformaciones económicas, sociales y políticas: Progresiva ampliación del mercado y demanda de pescado merced a la incorporación de las localidades de la costa a la red general de carreteras y a la mecanización de los medios de transporte (barcos de vapor, ferrocarril, automóviles...); Proliferación de industrias conserveras y establecimiento de nuevas relaciones laborales impulsadas por poderosas compañías de pesca (La Morue Française, PYSBE...) que incorporaron mano de obra ajena al tradicional mundo de las cofradías y de las familias de pescadores de la costa vasca gracias a la liberalización económica y política del País Vasco; Mecanización de las embarcaciones y de las artes de pesca consecuencia del desarrollo de nuevas máquinas y motores.
En aquel contexto de decadencia de la mayoría de las gloriosas actividades marítimas del pasado, mediatizado, desde el punto de vista cultural, por el Romanticismo, los pescadores tradicionales se consideraban los custodios de una de las pocas que había conseguido sobrevivir. En un contexto en el que gran parte de las élites se interesaban e invertían en nuevas actividades industriales y mecanizadas, al tiempo que despreciaban las tradicionales, los pescadores se consideraban como los herederos directos de ese pasado en el que las actividades marítimas eran la principal fuente de riquezas y honor; una época en la que el carácter marítimo de los guipuzcoanos y vizcaínos era consustancial a su nobleza. Así las disputas suscitadas entre pescadores de distintas localidades en torno a la captura de las escasas ballenas que cayeron en sus manos a lo largo del siglo XIX se transformaron en cuestiones de honor, en duelos destinados a defender su centenario carácter marítimo puesto en entredicho.
A falta de ballenas a partir de finales del siglo XIX serían las banderas disputadas en las regatas, en especial, las de San Sebastián, el principal objeto destinado a la confirmación y reconocimiento del carácter marítimo y, por tanto, honorable de los habitantes de las distintas localidades contendientes. Una necesidad de reconocimiento de ese carácter marítimo heredado de los antepasados que, durante las décadas iniciales del siglo XX no hizo más que acentuarse a medida que la mecanización de los procesos de pesca iban arrinconando las técnicas y conocimientos heredados como, por ejemplo, la práctica cotidiana del remo sustituida por embarcaciones dotadas de máquinas de vapor y motores de explosión.
Las regatas, en especial, las de la Concha, eran vistas de forma ambivalente por las autoridades y de la élite económica, social y política de inicios del siglo XX. Es cierto que en opinión de la mayoría eran manifestaciones de carácter popular, pero a la vez honorable, heredadas de un glorioso pasado marítimo y que, a lo sumo, precisaban de un repaso para pulir todos aquellos aspectos considerados vulgares, o inadecuados. Así se explican hechos como la anual asistencia a las Regatas de la Concha de distintos de la Casa Real española, o los aplausos y el saludo marcial realizados por Alfonso XIII al paso del coche que conducía a Pasaia a Aita Manuel y su tripulación con la bandera recién ganada en la edición de Concha de 1917. Sin embargo, había, también, opiniones que abogaban por la abolición de las regatas de traineras debido a su origen popular y su estrecha vinculación con el bullanguero mundo de los desafíos y apuestas, así como el bullicioso ambiente en el que se desarrollaban, sin que faltaran eventuales discusiones, mofas y peleas entre los aficionados. En suma, todo un conjunto de circunstancias que juzgaban opuestas al espíritu deportivo y a la definitiva introducción y consolidación en España de la disciplina del remo olímpico, derivadas del hegemónico concepto de «sport» británico. Unas consideraciones muy peligrosas para la pervivencia del remo vasco que fueron tomando fuerza durante los años de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930).
Serían Domingo Bontigui y Luis Zuzuarregui, dos fervorosos amantes del remo y de las Regatas de la Concha donostiarras quienes en 1924 pusieron en marcha la revista Ciaboga, un anuario que, en adelante, vería la luz en cada nueva edición de la citada competición. Era una iniciativa destinada a consolidar el futuro y el carácter, a la vez, deportivo y patrimonial del remo y de las regatas de banco fijo, en especial las de la Concha. Bontigui era empleado de la Caja de Ahorros Municipal de San Sebastián y empresario pesquero, propietario de varias embarcaciones de pesca, así como de una tienda de efectos navales. Zuzuarregui, por su parte, era empleado de la Imprenta Provincial, siendo sus conocimientos tipográficos de vital importancia para la edición de la revista. Además de ello, echaban mano de sus múltiples os entre la intelectualidad donostiarra para llenar sus páginas, año tras año, con aportaciones de destacados escritores, periodistas, artistas plásticos, etc.
Es de destacar que ambos editores no hiciesen ascos al popular mundo de los pescadores vinculado al remo y a las regatas de traineras, a pesar de su pertenencia a la clase media ilustrada y al ambiente cultural que trataba de recuperar y actualizar la lengua, las tradiciones, la historia, las manifestaciones culturales…, en suma, todo aquello que consideraban constituían las esencias de lo vasco. En efecto, Ciaboga recopilaba y ensalzaba el origen y ambiente popular de las regatas del País Vasco, sin caer en tentaciones purificadoras con el propósito, tanto de fomentar de un pretendido espíritu deportivo de origen extranjero como de suprimir aquellos aspectos considerados disconformes con esas esencias. Tampoco procedió a discriminar los aspectos meramente deportivos del remo, priorizando otros tan acordes con el alma popular como eran el orgullo de pertenencia a determinadas localidades costeras y a una centenaria tradición marítima, así como el amor por los desafíos y las apuestas. Al contrario, desde el primer número se autoproclamó como la primera revista española especializada en el deporte del remo y sus páginas nunca hicieron ascos al remo olímpico en el País Vasco, protagonizado en aquellos años por el club donostiarra Ur Kirolak.
Ciaboga, lejos de renunciar a los orígenes del remo vasco, contribuyó de forma decidida a su mitificación. Es, probablemente, el medio de comunicación que más ha contribuido a consolidad el mito de las Regatas de la Concha y a hacer perdurar la memoria de sus grandes protagonistas como Carril, Kiriko, Aita Manuel, Soterotxo, Manuel Olaizola, Antonio María Uranga, Matxet, etc. Más aún, reivindicó el carácter patrimonial del remo como una manifestación del carácter marítimo y, por tanto, honorable de los vascos, estrechamente relacionada con su enorme historia marítima. Este hecho justificaba, de forma más que suficiente, su carácter deportivo sin necesidad de adecuarse a los conceptos deportivos británicos, universalizados merced a su hegemonía económica, política y militar ejercida desde el siglo XIX. De hecho, la casi general asunción de estos conceptos relativos al remo vasco sería un factor clave para su recuperación tras la interrupción ocasionada por la Guerra Civil a partir de 1936. La propia revista dejó de publicarse a raíz del exilio de Bontigui y Zuzuarregui (ambos, militantes nacionalistas vascos). El reinicio de las regatas a partir de 1939 no estuvo exento de dificultades y polémicas, ya que algunos de las nuevas autoridades franquistas que detentaban el gobierno de la ciudad se oponían a ello, a raíz del «tufillo» vasquista que emanaban. Sin embargo, se impusieron aquellos que intuían la posibilidad de vincular el remo con el ideario que el nuevo régimen propugnaba: su relación con la historia marítima vasca y, por tanto, española, así como con los conceptos deportivos y honoríficos de corte fascista.
Sin embargo, el inicio de la segunda temporada de Ciaboga se atrasó hasta 1942 y fue obra de Luis Ureña, otro enamorado de las Regatas de la Concha, antiguo colaborador de la revista, tras su regreso a San Sebastián del exilio que sufrió por ser militante de la UGT. Ureña procuró en lo posible seguir la estela marcada por sus predecesores, aunque, en adelante, el pasado marítimo vasco que dio origen a las regatas se tuvo que reducir a tópicos aceptados por las autoridades y la censura franquistas, caso de las recurrentes biografías de los «grandes marinos vascos» como Elcano, Oquendo, Lezo, etc. La revista continuó acudiendo a su cita anual hasta 1961. El fallecimiento de Ureña acarreó, también, la de su publicación que inició un prolongado lapso hasta los años 1992-1993 en los que se desarrolló su tercera y fugaz temporada. En 2017 arrancaría su cuarta y última temporada de la mano del Museo Marítimo Vasco y el Aquarium, transformada ya en una revista de historia que todos los años recopila los pormenores de las Regatas de la Concha de un siglo anterior.
Cabe destacar, por fin, que, transcurridos ya 100 años desde su primera aparición, Ciaboga constituye hoy día una de las principales fuentes de información para todos aquellos historiadores y curiosos que deseen explorar en la historia del remo vasco y, en especial, en la de las Regatas de la Concha. Todos ellos tienen en adelante ocasión de sumergirse en las páginas de todos sus números que han sido digitalizados y puestos a disposición del público en la página web del citado Museo Marítimo Vasco.
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Mikel Calvo e Izania Ollo (Gráficos) | San Sebastián
Mateo Balín y Sara I. Belled (gráficos)
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