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Hace cosa de un par de semanas el Museo Marítimo Vasco ha recibido la visita de una delegación de alumnos y profesores de la escuela ... universitaria de Skeppsholmes, de Suecia, que ha asistido a un ciclo de formación en Albaola. Se trata de un centro de enseñanza establecido en unos magníficos edificios del siglo XVIII levantados en la idílica isla homónima, ubicada en el centro histórico de Estocolmo. Entre las materias que se imparten en este centro universitario destaca la construcción de embarcaciones tradicionales de madera. Este es el nexo de unión que motiva la llegada de esta expedición docente sueca a Albaola, donde han tenido ocasión de conocer de primera mano el modelo de enseñanza que el centro pasaitarra aplica en su exitosa Escuela Internacional de Carpintería de Ribera Lance Lee.
Al mismo tiempo, una representación de Albaola ha iniciado relaciones con otra institución de enseñanza, en este caso, con la Escuela de Herreros Ramón Recuero de Toledo. Se trata de una escuela que vela por la conservación y transmisión de los conocimientos vinculados al oficio de la herrería tradicional, responsable de la formación de muchos de los más destacados profesionales que siguen desarrollando esta milenaria actividad en España. Se trata de unos conocimientos que en siglos pasados hicieron del Acero Toledano una referencia de calidad y efectividad indiscutible a nivel internacional. Habrá quien se haya sorprendido de esta relación entre Albaola y la escuela toledana. Es importante no olvidarse que el hierro constituye una de las materias primas fundamentales para la construcción naval: además de las herramientas empleadas (hachas, azuelas, sierras, martillos, gubias, cepillos, etc.), para la construcción de una embarcación como el ballenero San Juan precisa de miles y miles de clavos, cabillas, pasadores y remaches necesarios para ensamblar las piezas, diversos herrajes empleados en el timón, el cabrestante y el aparejo, así como las grandes anclas, cadenas y piezas de artillería, sumados todos, constituyen varias toneladas de hierro. De hecho, entre los diversos oficios tradicionales que los visitantes pueden disfrutar en vivo en Albaola, cabe destacar el de la herrería que tiene su emplazamiento en el espacio denominado Ehun Txinpart (expresión vasca que en castellano significa «cien chispas», y que hace alusión a la fragua en el que los herreros de Albaola labran las piezas de hierro que el San Juan precisa. Es un hecho asimismo remarcable que esos herreros que trabajan en la Factoría Marítima han sido formados en la Escuela de Herreros Ramón Recuero de Toledo. Esta relación institucional hunde sus raíces en las profundidades de la historia, ya que la materia prima, es decir, el hierro y el acero, que durante siglos emplearon los maestros armeros de Toledo para elaborar sus preciadas armas, en especial, las mundialmente afamadas espadas toledanas, procedía del País Vasco, en especial de Mondragón (Arrasate).
Las almas de los viejos ferrones que, desde la pérdida de su dominio sobre los ríos y los bosques vascos, arrastran siglos penando entre las ruinas invadidas por la maleza de sus ferrerías (que en los mejores años llegaron a ser unas 500), hallarán quizás alivio y redención al comprobar que el fruto de sus ancestrales conocimientos, hasta hace poco despreciados por los vivos, volverá pronto a surcar de nuevo los océanos. Aunque quien sabe si no se habrán sentido atormentados y defraudados ante nuestra, a su juicio, ignorancia histórica. Una ignorancia que se manifiesta en haber mostrado los viejos secretos de nuestras fraguas y astilleros, nada menos que a futuros constructores navales suecos, ¡a los descendientes de quienes fueron uno de los mayores competidores del hierro vasco! En efecto, desde inicios del siglo XVII la competencia del hierro de Lieja fue un grave problema que tuvieron que afrontar los ferrones vascos, al que, a partir de la segunda mitad del siglo XVII, se le sumó la ejercida por el hierro sueco, así como por el alemán. Todos ellos constituyeron durante siglos los principales productores de hierro de Europa y sus productos, más allá de los mercados europeos, inundaron sus posesiones coloniales extendidas a lo largo y ancho del Planeta.
El hierro vasco era, ante todo, un hierro marítimo, un hierro que viajaba por mar. Viajaba, por una parte, en los miles de embarcaciones que navegaban hasta los más lejanos confines del planeta, en cuya construcción se había empleado hierro vasco. Por otra, durante siglos fue el principal producto de exportación del País Vasco; un producto elaborado de forma específica con el objetivo de ser exportado, primero, a los países de Europa occidental y desde fines del siglo XV, al Nuevo Mundo. Constituyó, por tanto, un factor económico clave para el secular desarrollo experimentado por las actividades marítimas. Sin embargo, del mismo modo que sucede entre el huevo y la gallina, resulta difícil discernir si fue un primer desarrollo de las actividades marítimas la que después dinamizó la industria del hierro, o si sucedió a la contra. Tanto unas como la otra estaban estrechamente vinculadas y sus transformaciones tecnológicas y altibajos económicos repercutieron de forma decisiva en su evolución.
Es cierto que los vestigios arqueológicos más antiguos de talleres dedicados a la elaboración de hierro hallados en el País Vasco se retrotraen a la Edad del Hierro (En Oiartzun se han excavado los restos del horno de reducción de hierro más antiguos de la Comunidad Autónoma Vasca, datados entre los siglos IV y III a. de C.). Sin embargo, las investigaciones arqueológicas atestiguan que la siderurgia vasca experimentó un importante salto cualitativo y cuantitativo a partir del siglo XI d. de C. Coincidiendo con la aplicación de un nuevo tipo de horno de reducción, cuyo esquema formal se mantendría durante siglos en las ferrerías vascas hasta el cierre de las últimas en el siglo XIX, se produjo una inusitada proliferación de las ferrerías, estableciéndose cientos de ellas a lo largo y ancho de las geografías de Bizkaia y Gipuzkoa. Estas ferrerías (llamadas Haizeolak en euskera y ferrerías de monte en castellano) que todavía no eran accionadas mediante infraestructuras hidráulicas, precisaban de la fuerza de los músculos para llevar a cabo las operaciones mecánicas necesarias con los fuelles y mazos.
Este primer «boom» de las ferrerías coincide en el tiempo con el primer gran crecimiento de las actividades marítimas en el País Vasco, en especial, el del transporte y comercio por mar. De hecho, para la segunda mitad del siglo XII estas actividades marítimas eran lo suficientemente poderosas como para permitir que los asentamientos de los puertos vascos comenzaran a gozar de la protección legal otorgada por sus soberanos. Una protección que se materializó en forma de promulgación de normas favorables a los intereses vinculados a las actividades marítimas, así como en la autorización para los citados asentamientos ascendieran al rango de villas, regidas mediante leyes adecuadas a las necesidades de las citadas actividades. El tráfico relacionado con la manufactura del hierro constituyó, sin duda, uno de los principales quehaceres de aquellos nautas de hace casi un milenio. Prueba de ello, cabe señalar el asentamiento desde inicios del siglo XI de ferrerías de monte en el entorno inmediato de diversos puertos –localizados en los municipios de Mutriku, Deba, Zarautz, o Aia-, que en la documentación de siglos posteriores aparecen estrechamente vinculados con el tráfico de importación de mineral de hierro –sobre todo de Somorrostro, Bizkaia- y de exportación de hierro. En este sentido, son muy significativas las evidencias que certifican el desarrollo del tráfico de mineral y de hierro antes de la fundación de las villas: caso de los vestigios arqueológicos del siglo XIII relacionados con la extracción de mineral hallados recientemente en Portugalete (obtuvo el villazgo en 1322), como de la documentación de 1294 generada por la fiscalidad que se aplicaba al hierro que se extraía de Orio (obtuvo el villazgo en 1379).
El segundo salto cualitativo y cuantitativo de la siderurgia vasca acaeció a partir de la aplicación de la energía hidráulica para accionar los mazos y fuelles de las ferrerías. Esta innovación, introducida a partir de finales del siglo XIII, permitió con el tiempo un importante incremento del volumen de producción de hierro en el País Vasco. Esta transformación tecnológica y productiva es coetánea a la gran expansión de la flota mercante vasca, que, hasta bien entrado el siglo XVI, sería hegemónica en las relaciones marítimas de Occidente.
A partir del descubrimiento de América, a medida que las enormes extensiones americanas se iban incorporando a la Monarquía Hispánica, el Nuevo Mundo se transformó en el principal mercado del hierro vasco: durante siglos constituyó una de las mercancías habituales a bordo, tanto de los galeones que, hasta bien entrado el siglo XVIII, zarpaban, primero, desde Sevilla y, después, desde Cádiz, como de las embarcaciones de contrabando que navegaban directamente desde los puertos vascos a las Indias, así como de los buques de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, fundada en 1728. A lo largo de los citados tres siglos el hierro vasco tuvo que sortear la competencia ejercida por el hierro procedente de Suecia, Lieja y Alemania. Los productores vascos trataron de solventar este problema mediante la recurrente obtención del rey de privilegios que otorgaban al hierro vasco la preferencia de venta en las posesiones de América. Sin embargo, los tratados internacionales firmados con esas potencias, frecuentemente, impedían la observancia de esos privilegios que quedaban en papel mojado. Los vascos contaban con la ventaja de disponer de una amplia red de distribución extendida a lo largo y ancho del Imperio, pero, aun así, la lucha contra la competencia del hierro extranjero fue constante. De hecho, el objetivo de incrementar la competitividad del hierro vasco mediante el abaratamiento de los costes de su comercialización y, a poder ser sin que ello ocasionase una reducción de los beneficios, fue uno de los principales motores que impulsaron, tanto el desarrollo del fraudulento tráfico directo con Indias como la fundación de la mencionada Compañía Guipuzcoana.
Este carácter viajero no sólo era un signo distintivo del hierro vasco. Lo era, también, el de los propios ferrones, encargados de su elaboración, y, por supuesto, el de la tecnología que aplicaban en sus ferrerías. Desde la Baja Edad Media contamos con noticias que atestiguan que el País Vasco constituyó uno de los principales centros de irradiación de la tecnología siderúrgica de Occidente. Abundan las noticias relativas a expertos ferrones vascos que, con el propósito de montar instalaciones ferronas y explotar el potencial férrico de territorios alejados de su país, se trasladaban a distintas regiones situadas, no solo dentro de la Península Ibérica, sino fuera de ella, tanto en Europa como en América. Entre los siglos XV y XVIII técnicos en la explotación de minas y de ferrerías del País Vasco se trasladaron y pusieron en explotación los recursos férricos ubicados en toda la cordillera Cantábrica (Cantabria y Asturias), el Pirineo (Huesca, Andorra y el Rosellón), Galicia y el Bierzo leonés, así como el sistema Ibérico (desde la Rioja hasta la Sierra Menera que abarca parte importante de las provincias de Cuenca, Guadalajara y Teruel). Las migraciones de ferrones vascos fueron mucho más allá y consta su presencia en Portugal (desde el siglo XV) y Cerdeña (desde fines del siglo XVI. Se trasladaron, también, a tierras americanas, siendo su presencia habitual en torno a las grandes minas de plata, tanto de Potosí (Bolivia) como de Zacatecas (México). Los ferrones vascos gozaron de gran fama internacional y algunas potencias extranjeras se interesaron en su contratación, caso de Portugal que durante la segunda mitad del siglo XVII contrató técnicos vascos y suecos para poner en marcha ferrerías en sus posesiones coloniales de Brasil.
El prestigio internacional de los técnicos ferrones vascos no sólo se apoyaba en su indiscutible solvencia práctica en las labores de producción de hierro, sino que derivaba, también, de las investigaciones y estudios teóricos desarrollados en el País Vasco, con el propósito de mejorar la productividad de las ferrerías. Entre estos trabajos intelectuales cabe destacan las investigaciones emprendidas por Pedro Bernardo Villarreal de Berriz (Arrasate, 1669 – Lekeitio, 1740) que vieron la luz en su obra Máquinas hidráulicas de molinos y ferrerías y gobierno de los árboles y montes de Vizcaya, publicada en 1736. Destacan, también, las investigaciones impulsadas por la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, fundada en 1765, cuyos resultados se recogieron en el Tratado de Metalurgia, redactado hacia 1773.
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