Cabría imaginar que para 1973 todos los núcleos poblacionales de Gipuzkoa contarían con una carretera que les comunicase. Pues no. Según escribió Luis-Pedro Peña ... Santiago en la edición de EL DIARIO VASCO del 23 de febrero de 1973, entonces quedaban cinco pueblos, o más bien aldeas o barrios de nuestro territorio, sin una vía de asfalto que llegase hasta ellos.
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Y eso que el colaborador se remitía a una declaración de la Diputación en 1897 en que se afirmaba muy solemnemente que «precisa el bien general de los habitantes todos de Guipúzcoa que ningún municipio, por modesto que sea; ningún barrio, por insignificante que parezca, quede aislado de los demás, muerto, por decirlo así, a la vida común».
Reconocía Peña Santiago hace cincuenta años que «casi todo se ha hecho desde que esas líneas arriba citadas fueran escritas a finales del siglo pasado, para que no quede ni un rincón de Guipúzcoa sin carretera. Sí, desde entonces, con mayor o menor intensidad, una a una, las aldeas de nuestra provincia fueron saliendo de su aislamiento de siglos, viendo cómo una ruta de asfalto las unía a los valles, las villas y la ciudad».
Sin embargo, en 1973 aún quedaban cinco núcleos poblacionales aislados o 'muertos'. Con las denominaciones y grafías de la época, eran: «Arenaza, Zarimutz, Galarza, Urréjola y Alzola de Aya. Los tres primeros en el valle de Léniz, el cuarto en el valle de Oñate, el quinto en la zona de Costaldea, en las faldas de Pagoeta».
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Hoy en día a estos lugares les denominaríamos barrios o anteiglesias de Areantza (en Aretxabaleta), Zarimutz (en Eskoriatza), Galarza (también en Aretxabaleta), Urrexola (Oñati) y Altzola (en Aia).
Con su erudición, Luis-Pedro Peña Santiago situaba las características de Areantza: «Esta chiquita aldea de Arenaza es una de las siete anteiglesias de Arechavaleta. Situada en la ladera última del Zaraya, al pie del Kurutzeberri, se mira con tristeza en las oscuras barrancas que llevan hacia Andramarizuri. Sus caseríos, 'Jose Joaquiñena', 'Perurena' o 'Patxikuenea', se desperdigan hacia Goronaeta o Arcarazo».
Apuntaba el articulista un litigio que en el siglo XVII se dirimió itiendo que en la zona «había dos casas del apellido Arenaza», si bien el escudo de armas más espectacular pertenece al caserío Ardanza: «De oro, árbol verde, con caldera pendiente puesta sobre llamas de fuego, y abajo, mirándola, un lobo negro, a los costados del árbol, dos perros, el uno andando y el otro escuchando, y en los cantones altos dos aspas».
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En su ermita de San Vicente se celebraba romería. Y de la iglesia parroquial, dedicada a la Natividad de Nuestra Señora, apuntaban en febrero de 1973 que llevaba servida «ininterrumpidamente, desde hace cuarenta y cinco años, por el sacerdote elgoibarrés don Simón Ansola Churruca, que cuenta con setenta y cinco años de edad», nada menos. El templo «ha conservado a través del tiempo las más tradicionales costumbres. No hace mucho –describía Peña Santiago- todavía allí vi brillar las luces de las ofrendas y de los responsos, y pude recoger así los últimos rescoldos de un mundo que, tal vez inexorablemente, se va borrando (…)».
Luis-Pedro Peña Santigo
23/02/1973
El enclave era típicamente rural. «Arenaza, en su aparente desorden, mantiene una relación directa con algo tan importante como es, y ha sido, la necesidad de vivir. Huerta, sembrados, pastos y bosque forman un todo racional que envuelve a la casa rural».
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Concluía aquel artículo de DV del 23-II-1973 que recuperamos: «Los habitantes de Arenaza trabajan a caballo del campo y la industria, pero la falta de carretera dificulta el ir y venir diario. El camino más corto que poseen es el que parte de las proximidades de Goronaeta, tomando la calzada que arranca del caserío Iraeban. Es un bello paso, un corto paseo por uno de los parajes más desconocidos de Guipúzcoa… pero necesitará una carretera, si no se desploblará, y ello sería imperdonable».
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