Lectura insólita de 'Josu Ternera'

Al final de 'Al rojo vivo', James Cagney llora y pide perdón mientras le arrastran a la silla eléctrica. No lo hace por miedo, sino para que los reporteros le retraten tan humillado que a los jóvenes pandilleros que le idolatran se les quiten las ganas de emularle. Destruye su leyenda para salvar a los que aún pueden salvarse.

De otra forma opera la autoinculpación del poeta cubano Heberto Padilla ante la Asociación de Escritores, tras pasar un mes detenido por actividades contrarrevolucionarias. Fueron cuatro horas de monólogo enloquecido condensadas en los 60 minutos del documental 'El caso Padilla', que pasó el año pasado por el Zinemaldia. Aún hoy en día se discute sobre si el anfetamínico discurso del poeta no fue en realidad una desaforada 'performance' dirigida a poner en evidencia al régimen. El hecho de que delatara a amigos y esposa conspira contra esta interpretación de una comparecencia alucinada y alucinante cuya verdad última quizás ya nunca se sepa.

En 'No me llame Ternera', a preguntas de Jordi Évole, Urrutikoetxea procede a una de las más concienzudas demoliciones de lo que fue el accionar de ETA en general y del periplo vital de uno de sus más significados militantes en particular. Por supuesto que no lo hace de forma deliberada, pero el testimonio del exdirigente de ETA –extraído por Évole mediante la vieja e inmortal fórmula de «el periodista pregunta y el entrevistado responde»– aniquilaría cualquier tentación de volver a las andadas que pudiera anidar en 'los sectores más combativos' de nuestra juventud. Eso, en el improbable caso de a que las nuevas generaciones les interesara un pimiento todo esto. Por resumir: estamos ante un documento periodístico de primer orden.