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Si alguien quiere complicarse la vida en vacaciones, la exposición 'Visiones cuánticas' en Tabakalera. Se entra y se sale por la misma puerta, pero no ... igual.
Alemania, años 20. Posguerra, hiperinflación, depresión. Todas estas crisis sucesivas sumieron al país en una etapa de vértigo político y social, y de creatividad desaforada. Surge la física cuántica. «La certeza se desvanece y da paso a la ambigüedad», escribe la comisaria de la muestra, Mónica Bello. «La noción de una realidad no objetiva, sujeta a la experiencia, ha modificado muestra mirada al mundo».
Al margen de su valor artístico, sea el que sea – «la realidad es incierta», apunta la comisaria–, la exposición es un ensayo político. Parece un recuento de los fenómenos que siembran la inquietud de las sociedades actuales e insinúa que se abordan los problemas de hoy con soluciones de ayer, de ahí la zozobra y que nada encaje.
Hasta el segundo advenimiento de Trump, en general las relaciones políticas eran newtonianas: choque de fuerzas y acción-reacción. En cierto modo, la cultura política tradicional sigue siendo heredera de la física clásica, donde cualquier problema tiene una única solución correcta, determinada por unas leyes de la naturaleza rígidas, objetivables. La física cuántica vino a provocar un cambio radical en esa visión, pero el funcionamiento de la política siguió por su camino.
Un siglo después, años 20. Ha llegado el momento en que la sociedad de la tercera década del XXI no se puede interpretar sin incorporar esa realidad. Las trayectorias de muchos líderes mundiales remiten al azar y la arbitrariedad del comportamiento fortuito de las partículas cuánticas. En el catálogo de la exposición se lee que la física cuántica «rompe con la visión determinista de la naturaleza y el cosmos» y «pone en entredicho la capacidad de la experiencia humana para concebir una naturaleza oculta que contradice el sentido común». ¿Cómo intentar comprender a Trump, si no?
Ante esto, el análisis político se queda sin respuestas, incapaz de asumir que no hay conexión entre las causas y sus efectos, que es imposible aproximarse a certezas sin aumentar las ambigüedades. Frente a la evidencia del fracaso de todo intento de categorizar el nuevo funcionamiento del mundo, ¿sirve la física cuántica, la misma que dio origen a la bomba atómica, para lidiar con el caos actual, con la incertidumbre sobre el futuro y sobre la relación entre votantes y dirigentes? No hay certezas, sino caos, atomización, giros inesperados.
La verdad no es evidente a los ojos y el observador cambia la realidad con solo mirarla. Es como la luz, a veces ondas, a veces partículas, a veces las dos cosas. Relativa. Trump puede querer una cosa y la contaria a la vez y estar en lo cierto en ambos casos. Y puede cambiar de idea con que solo cambie la persona que tiene delante.
«El principio de incertidumbre es la base científica para la construcción de la bomba atómica, en física, y para expandir inseguridades y angustias personales y colectivas, en política. Vivir es estar al acecho», escribe la filósofa argentina Esther Díaz.
No se sale de la exposición entendiendo la física cuántica. Ni con una sola certeza. Entre las funciones del artista no está dar respuestas, sino buscar lo que ni siquiera sabe si existe.
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