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A Julen Lopetegui (Asteasu, 1966) se le ve poco, nada, por las calles de Sevilla. Si de otros entrenadores que han dirigido al Sevilla se ... sabía hasta cómo bailaban, por aquello de la Feria de Abril, para indagar en el Lopetegui que no se ve en televisión hay que escarbar lo suyo porque apenas ha ofrecido entrevistas desde su aterrizaje en Nervión en junio de 2019, y en las pocas que ha dado rehuye siempre cualquier pregunta que no tenga que ver con el fútbol. De lo último que se sabe es que se escapó a nuestra tierra en Nochebuena. Apenas día y medio para estar con los suyos, en especial con su aita, el exharrijasotzaile Aguerre II, que esa misma semana cumplió 90 años.
Quienes siguen la actualidad del Sevilla cuentan que es un obseso del trabajo, al estilo de otro exsevillista, el hondarribiarra Unai Emery. Es el primero que llega a la ciudad deportiva, cuando todavía no ha amanecido, y el último que la abandona. Rodeado de Pablo Sanz y Óscar Caro, la guardia pretoriana que se llevó con él a Sevilla tras su fugaz paso por el banquillo de la selección, y de Pepe Conde, otro técnico que estuvo con él en el Madrid, cuentan que Lopetegui puede pasar horas y horas analizando y debatiendo con ellos cómo hincarle el diente al próximo rival. «Es metódico a más no poder y disfruta cuando se trata de abordar asuntos futbolísticos», advierten. Esa profesionalidad llevada al extremo, unido a los resultados obtenidos, con la Europa League como colofón, han convencido al incrédulo en una ciudad de debate continuo cuando el balón está por medio.
Porque Lopetegui llegó a Sevilla cuestionado por un amplio sector. Incluso dentro de la directiva del Sevilla la apuesta decidida de Monchi por el asteasuarra tenía sus detractores. No les convencía por la dañada imagen que había dejado su extraña salida de la selección para firmar por el Madrid. Pero el flechazo de Monchi en su primera conversación con él se impuso a quienes pisan alfombra y nunca un terreno de juego.
Clasificado para octavos de final en la Liga de Campeones y sexto en Liga, la apuesta por Lopetegui ya no ite debate en Sevilla. Su acertada gestión de la plantilla -han tenido minutos 27 jugadores y ha revalorizado a muchos de ellos-, su fútbol camaleónico capaz de cambiar de sistema varias veces en el transcurso de un partido y la etiqueta bien ganada de resultadista han logrado que hoy se le sitúe a la altura de extécnicos de grato de recuerdo en Sevilla como Emery.
Pero ni por esas se deja ver por Sevilla. Entre que la pandemia ha reducido a la mínima expresión los movimientos y Lopetegui no es muy amigo de los saraos, no hay fotografías de él fuera del fútbol. Se sabe que vive en el Zaudín, una zona residencial de gente acomodada a las afueras de Sevilla, y que sus tres hijos mayores de edad andan a caballo entre Sevilla y Madrid donde cursan sus estudios. Poco más. Y que a sus más cercanos les ha confesado la pena que siente de no haber podido zambullirse todavía en la cultura sevillana, en la Semana Santa y la Feria, por la dichosa pandemia.
Mañana recibirá a su Real, a la que no estuvo lejos de dirigir y a la que siempre se refiere con cariño. Por ahora no se mueve. «Estoy feliz en el club y en la ciudad. ¿Renovación? Aún estoy a mitad de mi contrato. Ojalá pueda seguir mucho tiempo», confiesa. Eso sí, su corazón sigue estando en Asteasu. «Una y otra vez reivindica sus orígenes para darse fuerza», cuentan. Y sus ocho apellidos vascos: «Lopetegui, Agote, Aranguren, Arteaga, Eizmendi, Kalparsoro, Usabiaga y Ugartemendia».
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