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Dice Nerea Iñiguez que «no hace falta hablar para entenderse» si el amor entre dos personas «es infinito». Por eso ni el idioma ni la diferencia de edad impidió que entre ella e Ibrahim se creara, desde el momento en que se conocieron, una conexión tan fuerte que acabó convirtiéndoles en familia. Sucedió en Uganda, en 2009. Once años después viven en Donostia y él es uno de sus tres hijos, un adolescente totalmente integrado en Gipuzkoa que habla euskera, castellano e inglés. El camino hasta aquí ha estado lleno de emociones y alegrías, pero también de obstáculos y momentos difíciles.
Mucho ha llovido desde aquel primer encuentro en el que Ibrahim solo se comunicaba en Lusoga, un idioma bantú de Uganda. Nerea viajó al país africano como miembro de la ONG Odontólogos por el Mundo, y se instaló en un pueblo donde les cedieron un local para trabajar. Allí había varios niños, que miraban con asombro a tantas personas blancas. Uno de ellos, Ibra, se le echó encima. «Desde el primer abrazo surgió el flechazo», asegura la guipuzcoana, que quedó prendida de la sonrisa y los grandes ojos de aquel niño de tres años.
Aquel viaje duró solo dos semanas, pero Nerea asegura que entre ellos surgió «una conexión tan fuerte» que les dejó marcados. «Tenía que ayudarle, darle una vida mejor, y sabía que no iba a parar hasta conseguirlo», explica. En esos días conoció a la familia del pequeño, que tenía otros nueve hermanos. «Su madre tuvo plena confianza en mí y me dijo que me lo llevara», consciente de que en Gipuzkoa le esperaba una vida que en Uganda jamás podrían ofrecerle.
Ibra recuerda que cuando Nerea volvió a Gipuzkoa «pensaba en cuándo volvería a verla». Ya en casa, ella explicó a su pareja Mikel el vínculo que se había creado entre ambos. «Me dijo que teníamos que intentar traerlo, pero reconozco que me parecía algo imposible», explica Mikel. Entre ellos se interponía un país con unos poderes corruptos y una ausencia de convenios en materia legislativa entre España y la República de Uganda que dificultaba aún más el proceso. Pero nada iba a parar a Nerea. «Me encontré con un deseo imposible y decidí que no iba a parar nunca hasta conseguirlo».
Un problema de salud impidió a Nerea volver a Uganda en los siguientes años, pero en las navidades de 2012 pudieron reencontrarse. Ibrahim ya tenía seis años, y el idioma seguía siendo un impedimento. «Para saber si aquella relación era tan idílica teníamos que empezar a hablar», explica Nerea, por lo que acordaron con los padres del niño que este acudiera a un colegio inglés en Uganda durante dos cursos. Mientras, Nerea y Mikel siguieron buscando la manera de traer a Ibra a Euskadi.
El sueño de Nerea se hizo realidad en 2014. El pequeño pudo viajar a Gipuzkoa y comenzar el curso en la ikastola Zuhaizti de Donostia, donde la educación se impartía casi en su totalidad en euskera. Lejos de ser un obstáculo, Ibra asegura que le vino «muy bien» para integrarse con el resto de compañeros, a los que se ganó enseguida. «Se hace querer y todo el mundo le adoró. Es un chico super risueño y nada tímido», cuentan sus padres guipuzcoanos. El pequeño terminó primaria y pasó después al instituto, donde actualmente va a cursar 3º de la ESO. En estos años ha vivido con Nerea y Mikel, con los que ha formado una familia a la que ha sumado dos hermanos pequeños, Kai y Jul, nacida este año, a los que adora.
Los guipuzcoanos aseguran que resulta muy gratificante para ellos haber dado a Ibra la oportunidad de tener un futuro. «En Uganda, los niños se dedican a jugar y siempre están sonriendo. Pero cuando cumplen los 12 años y se dan cuenta de que no van a tener un futuro, que no van a poder estudiar, que no van a tener a la sanidad… Esa sonrisa cambia», explica Nerea. «Ningún niño piensa en lo que quiere ser de mayor», corrobora Ibra, quien recuerda que al principio su llegada a Gipuzkoa supuso un «cambio muy grande, esto era otro planeta».
Un lugar «en el que las cosas eran muy fáciles de conseguir, allí íbamos por la calle sin ropa ni nada, por calles llenas de barro y suciedad. Aquí todo estaba limpio, cuidado». Tener una habitación propia fue un impacto, ya que él compartía un colchón con varios de sus hermanos. Todo lo vinculado con la electricidad le parecía mágico, por no hablar de la alimentación. «Allí tienen muy poca variedad y recursos. Comen sobre todo arroz, un pollo es un lujo», señala Nerea. Ahora Ibra es un guipuzcoano más, con su cuadrilla y al que le gusta jugar al fútbol, y aunque echa de menos «a mi familia y a algunos amigos», asegura que «no cambiaría por nada la decisión de venir a Donostia».
Para poder estudiar en Gipuzkoa Ibra obtuvo un visado de estancia de estudios dentro del programa de desplazamiento temporal de la Diputación y cada verano, una vez finalizado el curso, volvía a Uganda con su familia, aunque sus padres visitaron Donostia en 2018. Estaba previsto que volvieran este año, pero la pandemia ha obligado a aplazar el viaje. Pero el programa foral debe renovarse cada año y Nerea y Mikel querían estabilizar su situación. En 2014 el Tribunal Superior de Uganda les otorgó la tutela de Ibra para que este pudiera salir del país. Sin embargo, esa figura no era aplicable en España, ya que no es compatible otorgar una tutela si existe una patria potestad, que en este caso mantienen los padres biológicos.
Tras muchas dudas, y con el miedo de perder a Ibra, Mikel y Nerea acudieron al abogado guipuzcoano Iñigo Iruin, quien reconoce que se encontró con un caso «que era un terreno sin explorar, del que apenas existían antecedentes». Tras muchos esfuerzos, este mes de julio un juzgado de Donostia reconoció la sentencia del tribunal ugandés, todo un logro que ha dado mucha tranquilidad a Ibra y su familia. «Ha sido muy complicado, hemos tenido mucho miedo de que se tuviera que ir y que después no le dejasen volver», reconocen, y seguirán trabajando por un objetivo final, que es que Ibra consiga tener los mismos derechos que cualquier guipuzcoano. «Queremos lograr que tenga la nacionalidad española».
El caso de Ibra ha supuesto un reto para el abogado Iñigo Iruin, quien asegura que conseguir el reconocimiento de la tutela del menor ha sido «muy satisfactorio». La clave del caso radicaba en conseguir la homologación de la sentencia de Uganda en España, una figura que se conoce como Exequatur. Algo muy complicado e insólito, ya que «no existe convenio bilateral entre España y la República de Uganda en la materia que nos ocupa, ni ambos Estados han suscrito ni ratificado una norma internacional en materia de reconocimiento de sentencias que resulte aplicable». Además, aunque Uganda lo permite, en España las figuras de la patria potestad y la tutela son incompatibles.
La solución para Ibra llegó con la nueva Ley de 2015 de Cooperación Jurídica Internacional en materia civil. Concretamente, en su artículo 44.4, que dice que «si una resolución contiene una medida desconocida en el ordenamiento jurídico español, se adaptará a una medida con efectos jurídicos equivalentes». En este caso, el juzgado de primera instancia número 2 de Donostia ha concedido a Mikel y Nerea la guarda con funciones tutelares sobre Ibrahim, «que a efectos prácticos es lo mismo que la tutela». Un hito judicial sin apenas antecedentes en el Estado. «Solo existía jurisprudencia en un caso de Barcelona, y que no era como este», explica Iruin.
La otra clave de este caso es que una resolución de un tribunal extranjero no puede ir en contra de la legislación española. «Pero en este caso lo que prima es el interés del menor, y ese interés prevalece en la sentencia ugandesa, en la que los padres de Ibrahim y él mismo prestaron declaración», explica el letrado.
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