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El atletismo como concepto de deporte vive una encrucijada entre el pasado cargado de nubarrones en forma de dopaje y corrupción dentro de la propia ... federación internacional y un futuro para el que Sebastian Coe, presidente, lleva un par de años diseñando un atletismo rompedor y acorde con los nuevos tiempos.
El lord inglés habla de revolución total. Quiere triturar el pasado y abrazar cambios que no solo lleguen en el apartado reglamentario, que también. Hasta se pregunta por qué las pistas han de ser de 400 metros… Yo me pregunto si alguien se atreverá a construir de 200 o 300 m sin transformar la normativa vigente.
El campeonato del mundo de Londres, el pasado verano, puede significar un punto y aparte. Fue exitoso en afluencia de público pero faltó punch. No solo por la despedida de Usain Bolt. La mayor parte de la actual generación de atletas, indudablemente más limpios que los de otras épocas, ni sueñan con los récords mundiales. Los aficionados no miran las tablas de plusmarcas. Saben que, muchas de ellas, son producto de laboratorios y por la inexistencia de medidas antidopaje o de gobiernos que quisieron fama a cualquier precio.
La duración de un Mundial -diez días- parece excesivo. ¿Queremos acortarlo? ¿Solo con semifinales y finales? Por lo tanto con menos atletas, por lo tanto con menos países en la pista, por lo tanto con menos televisiones interesadas en ofrecer el campeonato, por lo tanto con menos audiencia, por lo tanto con menos ingresos…
Quizás se acaben los campeonatos con atletas con mínimas raspadas, o con los tres representantes de un país por disciplina. Invitaciones selectivas a atletas por logros o un top hiper exigente de marcas. La democratización de la participación se pierde. Ganará la aristocracia de la calidad ante la cantidad. Medidas que buscan, por contra, popularizar el espectáculo, un espectáculo que necesita batallar el minuto de televisión, desterrar el aburrimiento de quienes no son fans de este deporte pero en donde está el chorro del oro para que este juego sea rentable ¿O tendría que referirme a negocio? Pues evidentemente. El deporte de elite es negocio si queremos abrirlo más allá de los gourmets del atletismo, que no somos demasiados para que el dólar aterrice por falta de rentabilidad.
Coe es autocrítico con su deporte, y esto es excelente. Habla de repensar el Mundial, de cambiar una Liga de Diamantes que no cuaja, de trasladar el atletismo al centro de las ciudades -cuánto tiempo se ha perdido en esta decisión-, y hasta de cambiar el metraje de las pistas oficiales… Añadiría yo que no nos pongamos cabezones en llevar las pistas, grandes o pequeñas, a los campos de fútbol. Dejemos a los del balompié con sus terrenos verdes inmaculados, y construyamos pistas con tribunas adecuadas de capacidades reales de público.
Es lógico que Sebastian Coe viva con las imágenes de enormes duelos en la pista entre atletas que arrastraban al público a un estadio, como sucedió en su época de deportista. Quiere recuperar "el drama de la competición, el público no quiere procesiones" y que el aficionado no se ofusque con esa gran marca o récord que no llegan. Tiene razón. Pero no son tiempos de estrellas contra estrellas. Son más de rayos fugaces (y no lo digo por Bolt) que no entran en la memoria del aficionado. Cuesta retener sus éxitos y se olvidan pronto sus nombres. Son atletas que ganan títulos pero no generan un tejido de personalidad a este deporte. Antes, los seguidores atléticos rebuscaban en los periódicos las hazañas de sus ídolos. Hoy en día eso es impensable. El atleta se ha hecho más egoísta. Contratar a los números uno cuesta un pastón. Y si no vienen los números unos no se llenan las gradas. Es el momento que algunos pongan algo de su parte para que esta obra teatral siga sumando capítulos. De lo contrario, la oscuridad será dramática y entonces sí que estará llegando la revolución total al atletismo.
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