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El cadáver de López de Lacalle, tapado con una sábana, tras su asesinato.

La 'socialización del sufrimiento' y el lento principio del fin

La violencia de persecución se hizo particularmente intensa en algunos municipios de Gipuzkoa en los últimos años del terrorismo

Alberto Surio

San Sebastián

Domingo, 23 de mayo 2021, 07:14

El asesinato de Santi Oleaga se produce en un momento en el que ETA vuelve a incrementar la presión terrorista después de varios fracasos negociadores. El contexto del momento venía marcado una década antes por la radicalización de posiciones y una pretensión desde la organización terrorista de volar los posibles puentes transversales de entendimiento. A ETA le interesaban los frentes y una ciudadanía polarizada y enfrentada para imponer sus tesis.

Gesto por la Paz reflexionó durante aquellos años sobre esa estrategia de 'socialización del sufrimiento' diseñada desde la estrategia de ETA y HB para tensionar a la sociedad vasca. Eran los años 90. El exalcalde de Hernani, Joxan Rekondo, lo teorizó a menudo: «Oldartzen quiso agudizar el conflicto en las calles, para mostrar que vivíamos en una sociedad violentada», escribió al respecto. En ese marco comenzaron las contramanifestaciones violentas, los acosos personales, los escraches ante los domicilios, los sabotajes a bienes, la intimidación y las agresiones, el envío de explosivos a las casas… Gesto por la Paz citó la aparición de una violencia de persecución que generaba un factor estresante ambiental continuo, bajo el que «no es sólo la persona directamente amenazada la que sufre esa estrategia de persecución». El efecto de la presión buscaba afectar a los familiares, amigos y vecinos del perseguido, logrando que el miedo trascendiera desde el espacio público hasta el interior del hogar.

Gesto calculó que pudo haber hasta unas 40.000 personas perseguidas. «No son poca gente, pero seguro que el cálculo fue muy prudente», sostiene Rekondo. Fueron acosados representantes públicos, periodistas, er-tzainas, comerciantes, profesores, estudiantes y todo tipo de personas.

Después de Oldartzen, vino la ponencia Eraikitzen y, más tarde, el debate entre Zutik y Mugarri que se decantó por las vías políticas frente a la estrategia político-militar del terrorismo. Detrás quedaba un paisaje mutilado, especialmente nítido en municipios de Gipuzkoa. La presión había dejado secuelas físicas pero también morales en el tejido de una convivencia en apariencia normal, pero que dañó todas las vertientes de la vida cotidiana.

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