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Amaia Chico
Viernes, 20 de mayo 2016, 06:38
Es solo un escaño, pero es el que puede marcar la diferencia. El que tiene la capacidad de decidir si la balanza se inclina en el último momento hacia un color político u otro. Y el que puede suponer el a cuatro años en un parlamento, o cerrar la puerta a un representante político, que en estos tiempos de vaivenes y resultados ajustados puede resultar determinante para conformar mayorías de gobierno. Es el último escaño, el que se reparte en el suspiro final del recuento, y puede depender tan solo de un puñado de votos.
En Gipuzkoa pasó hace un año. El PNV se llevó el gato al agua con el último escaño por Donostialdea. Ya solo quedaba por escrutar el 10% de sufragios y aún el asiento número 18 para las Juntas Generales bailaba entre el color verde jeltzale y el verde más claro de EH Bildu. Al final, el cálculo de la Ley DHont depositó en el lado de Markel Olano, por apenas 77 votos de diferencia, el escaño que supuso la primacía en la Cámara de Gipuzkoa. Un asiento determinante que obligó aquel día a los jeltzales a retrasar su comparecencia hasta el filo de la medianoche para poder cantar victoria.
El nudo en el estómago que aquel 24 de mayo tuvieron los nacionalistas que acudieron al batzoki del Antiguo volvió a aparecer, con menor intensidad, en las pasadas generales. En su sede, pero también en la de EH Bildu. El arreón de Podemos, que ganó los comicios en el territorio, reabrió la batalla entre las dos siguientes formaciones de la tabla para hacerse con el sexto billete con destino al Congreso de los Diputados. El PNV se llevó la plaza por 5.081 votos. Una diferencia lo suficientemente holgada como para pensar que el próximo recuento del 26 de junio, en este territorio no varíe el reparto.
Dos diputados para la formación morada, dos los jeltzales, uno EH Bildu y uno el PSE. Ese fue el resultado del 20 de diciembre en Gipuzkoa. Y a tenor de la variación augurada por las encuestas para la 'segunda vuelta' en torno a un punto en la proyección de toda Euskadi parece complicado que se altere esa fotografía. Ni siquiera la confluencia entre Podemos y Ezker Anitza/IU (que obtuvo 10.630 votos el 20-D) permitiría en Gipuzkoa un trasvase de escaños, si se hace una extrapolación mimética de esos sufragios al 26-J.
Es obvio que la realidad de junio no será exactamente la misma, pero fuentes consultadas expertas en materia demoscópica, comparten esa tesis observando los últimos sondeos de intención de voto y la previsión de incremento en la abstención, el otro partido emergente contra el que competirán todas las siglas dentro de un mes.
El PP, opinan esas mismas fuentes, puede ser el menos perjudicado por este último protagonista sin nombre ni color político. A nivel estatal, es el partido con un electorado más fiel, advierten, pero en Gipuzkoa tampoco parece que esa cualidad le vaya a servir para obtener el escaño que por primera vez perdió en diciembre. Los más de 11.000 votos que le separaron del último diputado en juego son un abismo. De hecho, Borja Sémper solo hubiera podido acceder al octavo escaño, en caso de haberlo. El séptimo se habría quedado en manos de EH Bildu. Y si el cálculo a futuro se hace a partir de la alianza Podemos+IU, sus posibilidades se rebajan hasta el noveno puesto. Solo una entente con Ciudadanos, o el trasvase total de sus 14.419 votos, le abriría una opción, pero ambos escenarios, reconocen en el propio Partido Popular, resultan impensables.
Los bailes de Bizkaia y Araba
En el resto de la CAV, la distribución del 26 de junio no está tan clara. En Bizkaia, con ocho diputados a repartir, el último fue en diciembre a engrosar la bancada del PNV por 3.976 votos. Era el tercero para los jeltzales, que ganaron en sufragios y escaños (3) a Podemos. Pero si la formación de Pablo Iglesias echara íntegramente en su mochila los 18.391 votos que cosechó Ezker Anitza/IU en ese territorio, las tornas, ese último escaño, podría cambiar de bando por apenas 2.154 votos de diferencia. El marcador final entonces pasaría del 3-2 de diciembre a un 2-3 a favor de los morados. El PSE, EH Bildu y el PP no tendrían en ese caso más margen que revalidar el asiento que lograron hace seis meses. Un escaño, eso sí, que es improbable que pierdan.
Con las mismas cautelas a las que obliga este tipo de quinielas, basada siempre en los últimos datos de voto real conocidos, los del 20 de diciembre, la batalla más intensa se presume en Araba. Las generales pasadas se repartieron con cierta equidad tanto los votos como los cuatro representantes en liza.
El primer diputado, a mayor distancia, para Podemos. El segundo, para el PP. El tercero, para el PNV. Y el último, por 1.161 votos sobre Podemos, para el PSE. Ese asiento, el que se llevó el socialista Javier Lasarte, es el que puede moverse si la suma entre Podemos e IU fuera un dos más dos son cuatro. O en este caso, si 48.265 más 6.794 sumaran realmente 55.059 votos el 26 de junio, y el resto de fuerzas mantuviera la distancia de seguridad de entre 3.000 y 5.000 papeletas de diciembre. En ese caso, los de Iglesias y Garzón arrebatarían al PSE, por 2.236 votos, ese codiciado cuarto diputado y dejarían a los socialistas sin representación alavesa.
Las alianzas navarras
No parece, en cambio, que en este caso el PSN vaya a tener problemas para mantener su escaño por Navarra. En la Comunidad foral, la alianza entre Podemos e Izquierda-Ezkerra no va alterar, en principio, el reparto de los cinco diputados en juego. UPN-PP mantendría sus dos, la entente de izquierda otros dos, y el PSN el suyo. En este caso, EH Bildu y Geroa Bai son los más perjudicados por la negativa de los de Iglesias a confluir en una gran alianza a cuatro. Con ella, si se toman como referencia los votos cosechados por cada partido en diciembre, ahora podrían llevarse hasta tres escaños, y dejar a UPN y a PSN con los dos restantes. Pero esa opción está descartada. La realidad es la coalición de izquierda a dos. Una entente, además, que va a complicar a EH Bildu su pelea por el último escaño navarro, el que en diciembre disputó con Podemos por 5.624 votos.
Esta 'numerología' actúa también en los equipos electorales como arte adivinatoria de lo que ocurrirá realmente en las urnas. Sirve para afinar mensajes, para identificar rivales, y al final para volver a sacar la calculadora en la noche electoral y comprobar si ese esfuerzo ha permitido que el último escaño caiga en el saco propio.
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