Para los 'centennials', la generación de jóvenes nacida en torno al año 2000, un mundo sin redes sociales es una pesadilla impensable, un ejercicio de imaginación desbocada ideado por mentes calenturientas. Para ellos, internet es tan natural como el agua, algo que siempre ha estado ahí, a su alcance. Los nativos digitales están continuamente expuestos al universo virtual y algunos lo acaban pagando caro.
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Las patologías y dependencias provocadas por las redes sociales afectan a un número cada vez mayor de jóvenes. En muchos casos ni siquiera son conscientes de que tienen un problema. Según una encuesta elaborada en 2019 por el Observatorio Vasco de la Juventud, lo primero que hace la mitad de los jóvenes vascos al levantarse cada mañana y antes de acostarse es conectar las redes sociales. El estudio revela que el 49% de los encuestados abre WhatsApp al despertarse y uno de cada cinco se queda muchas veces «hasta muy tarde por la noche enviando mensajes o conectado a las redes».
El desarrollo de internet, los teléfonos inteligentes y la aparición de las redes sociales han cambiado por completo el mundo y lo han hecho en muy poco tiempo. «En estas últimas dos décadas nos hemos encontrado con cambios revolucionarios en el ámbito de la comunicación», dice Enrique Echeburua, catedrático de Psicología Clínica de la UPV/EHU. «Cuando hablamos de las redes sociales, están especialmente orientadas hacia los adolescentes, que todavía tienen el cerebro inmaduro, sobre todo la zona prefrontal, que es la relacionada con la toma de decisiones, el autocontrol o el posponer la gratificación inmediata. Esto quiere decir -añade Echeburua- que son más sensibles».
Esta sensibilidad les hace especialmente vulnerables al campo de minas que para ellos puede suponer el mundo virtual. El psicólogo donostiarra «recuerda que la tecnología no es buena ni mala, ya que depende del uso que se le dé», pero añade que cuando se utilizar mal «se ceba especialmente en el mundo de los adolescentes».
No hay estudios que cuantifiquen el impacto de las redes sociales en la salud mental y física de los jóvenes vascos. En 2019 en Ministerio de Sanidad cifró entre un 6 y 10% el porcentaje de jóvenes españoles que realizaba un uso abusivo de las nuevas tecnologías. De ellos, entre 3% podían calificarse como adictos. «Eso quiere decir que una gran mayoría de personas hace un uso razonable de estas tecnologías, pero un numero nada despreciable está haciendo un uso problemático, con el agravante de que esto ocurre en una edad crítica como es la adolescencia y el impacto es mucho mayor que en personas mayores», asegura Echeburua.
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Un estudio mucho más reciente, elaborado por Matías López Iglesias, Alejandro Tapia Frade y Claudia Ruiz Velasco, llega a la conclusión de que el 12% de los 'centennials' ha experimentado alguna de las patologías relacionadas con las redes sociales.
«Los datos son todavía más alarmantes, al observar que un tercio de los jóvenes ha sufrido ansiedad y depresión», y otro tercio ha presentado otros síntomas, señalan los autores del estudio.
Las redes sociales son un caldo de cultivo donde la pérdida de atención, las alteraciones en la comunicación, la tiranía de la popularidad o la pérdida de intimidad pueden provocar patologías como depresiones, adicciones, anorexia, nomofobia o problemas físicos.
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Todos hacemos varias cosas al mismo tiempo. Por ejemplo, podemos pasear y charlar a la vez sin mayor problema porque una de estas tareas, de la andar, la tenemos automatizada. Somos capaces de caminar sin tener que pensar dónde colocaremos el pie al siguiente paso. «Pero cuando una persona está leyendo mientras escucha música y está pendiente de un tuit, el nivel de rendimiento cognitivo y de distraibilidad realmente es mucho mayor al mismo tiempo que le mantiene a estas personas realmente con un nivel de estrés fuerte. La multitarea está muy vinculada con la dificultad de concentración y la pérdida de atención, con mentes erráticas que están pendientes simultáneamente de varias cosas».
Enrique Echeburua recuerda que «conectarse no es comunicarse». Twitter habla de seguidores y en Facebook lo que tenemos son amigos. Son términos que, según el psicólogo, tienen «un cierto carácter perverso» en las redes sociales porque «si la comunicación es a través de un whatsapp o de un correo electrónico, y por muy ingeniosos que sean los que emoticonos, eso no puede sustituir nunca al valor que tiene una sonrisa o un abrazo». Las listas interminables de amigos en una red social pueden ocultar grandes soledades. Hay jóvenes que cuentan con muchos seguidores pero no tienen a nadie para salir el fin de semana o compartir un problema. «Esto es perjudicial para muchos adolescentes, que se hallan en una etapa en la que están creando las relaciones de amistad que luego van a perdurar a lo largo de la vida. Se encierran en la habitación y pueden estar conectados con cualquier persona del mundo y les da la sensación de que están permanentemente conectados. Están solos pero no lo saben».
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Los adolescentes están inmersos en plena construcción de su autoestima y este es un empeño que las redes sociales pueden desbaratar. «Son muy sensibles a la atención y a la iración de los demás, porque justamente en ese momento está configurándose su personalidad. Los likes funcionan como un chute de dopamina, tienen una capacidad de enganche muy similar a la de ciertas drogas». Por eso, cuando un joven comienza a perder seguidores puede llegar a sentirse desesperado y comienza a hacer cualquier cosa para recuperarlos. «Pueden incurrir en conductas cada vez más arriesgadas como sacarse selfies en lugares peligrosos o enviar mensajes o fotos cada vez más excitantes».
Ocurre también adultos. «Si una persona está mirando el móvil mientras conduce, el riesgo de accidente es como si hubiera tomado tres copas de alcohol». Es un peligro que también se da entre peatones, porque «hay personas absortas que caminan por la calle mirando la pantalla sin mirar por dónde van. El riesgo que implica eso es importante».
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Los adolescentes a veces no llegan a distinguir la faceta pública de la privada. «Son como círculos concéntricos cada vez más reducidos. La faceta pública la exponemos ante muchas personas, la privada es la de nuestras aficiones e intereses y la compartimos con unas pocas personas, mientras que la íntima, que son nuestras expectativas, nuestras esperanzas y nuestros deseos las tenemos solo nosotros y aquellos con quienes las queremos compartir. Mantener ese nivel de integridad es lo que confiere dignidad al ser humano», dice Echeburua.
Todo este equilibrio puede llegar a saltar por los aires en las redes sociales con imprevisibles consecuencias. «Si la intimidad se convierte en un patio de vecinos donde circula al mismo tiempo que la faceta pública, se convierte en un elemento muy negativo y especialmente el ámbito de los adolescentes. Si además asumimos que se pueden enviar fotos comprometidas o compartir las claves de a las redes sociales cuando se mantiene una relación de pareja, si luego esa pareja se rompe, la otra persona puede vengarse haciendo un uso bastardo de las confidencias que ha obtenido o de las fotos. Nos encontramos así en la línea del ciberacoso».
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Entre las causas más reconocidas de la adicción a las redes se encuentran la baja autoestima, la insatisfacción personal, la depresión o hiperactividad e, incluso, la falta de afecto, carencia que con frecuencia los adolescentes tratan de llenar con likes. El perfil mayoritario del adicto es el de un joven de entre 16 y 24 años. Los adolescentes son los que tienen mayor riesgo de caer en la adicción por tres motivos básicos: su impulsividad, la necesidad de tener una influencia social amplia y expansiva y, finalmente, la necesidad de reafirmar la identidad de grupo.
Además, el 11% de los jóvenes que sufren adicción a las redes sociales acaban sufriendo una depresión. Si no consiguen un número determinado de seguidores o de likes, o si no retuitean sus mensajes, pueden sentirse excluidos y caer en estados depresivos.
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Estas patologías ya existían antes, pero las redes sociales se han convertido en un vehículo perfecto para su propagación. «Tiene que ver con el ideal de popularidad al que aspiran los adolescentes, donde su éxito va a venir determinado en buena medida por la belleza, que está asociada a su vez por la delgadez y la juventud», explica Echeburua. Estas patologías afectan más a las chicas. En el caso de los chicos, su equivalente vendría a ser la vigorexia. Cuando surgen este tipo de problemas muchas adolescentes «se someten a regímenes brutales», pero se encuentran con el escollo de que pasan hambre. Para evitarlo, acuden a las redes sociales, donde hacen apuesta para ver cuántos kilos pueden perder en una semana e intercambian trucos para adelgazar sin pasar hambre Hay numerosas webs y foros donde que las adolescentes se ponen el reto de adelgazar. «Si esto lo hace una adolescente que no tiene unos criterios claros, que no tiene una red de apoyo familiar determinada y que no tiene un equilibrio emocional claro, el riesgo de que pueda ser un factor precipitante de un problema serio pues es alto».
«Si el adolescente deja de salir a la calle, pierde sus aficiones habituales y se encierra en su habitación, es muy fácil que recurra a la comida basura y que caiga en la obesidad», dice Echeburua. Miedos, estrés, insatisfacción, aburrimiento, baja autoestima y cansancio, son las emociones que están más asociadas con las conductas de obesidad digital. Según los expertos, los niños que pasan más de tres horas al día conectados a la red tienen un 79% más de posibilidades de tener sobrepeso u obesidad.
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Es el miedo a perder algo en las redes sociales o a quedar excluido de un evento. Este temor obliga a los adolescentes a estar permanentemente conectados a internet. Además, explica Echeburua, «les parece que las cosas interesantes pasan siempre por la noche, que es cuando hay más gente conectada».
Narrativa visual Beatriz Campuzano e Izania Ollo
Vídeo Ainhoa Múgica
Desarrollo Gorka Sánchez
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