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El puente de Urto, sobre el río Leitzaran, sirve de muga entre Gipuzkoa y Navarra, en la carretera que une Berastegi con Leitza. La GI-2130. Allí se despiden hasta dentro de 15 días Ainhoa Azpiroz y sus padres, Juanito Azpiroz y María Ángeles Ugartemendia. Rodeados de una naturaleza generosa, el Covid-19 ha vuelto a dividir a dos pueblos que no se entienden el uno sin el otro. Con la ley en la mano, los vecinos de ambos lados de la muga no podrán cruzar el puente que los separa de supermercados, farmacias, zapaterías, pescaderías o la gasolinera hasta que termine el confinamiento decretado en Navarra desde hoy hasta el próximo 4 de noviembre -salvo por motivos laborales u otros considerados de fuerza mayor-. «Es una faena y una pena que cierren otra vez porque hay muchas familias separadas a ambos lados, además estando tan cerca. Yo por ejemplo vivo y trabajo en Leitza (Navarra) y mis padres son de Berastegi (Gipuzkoa) y como nosotros hay mucha gente, también de pueblos de alrededor. Además mis hijos van a extraescolares a Ibarra, hacen bailes vascos y ahora no vamos a poder llevarles», lamenta esta mujer, que recuerda cómo antes del final del estado de alarma, el pasado 22 de junio, cuando la movilidad entre comunidades estaba restringida, su hija se acercó hasta este mismo puente para ver a su aitona. «Le hizo un bizcocho y quedaron aquí. Mi padre abrió el maletero en mitad del camino antes de rebasar la muga para cogerlo y se fue».
La anécdota familiar resume la paradoja que envuelve dos lugares donde la frontera une más que separa. «Tenemos mucha relación desde siempre. Yo a Leitza no voy mucho al no tener coche pero el marido sí, también a Lekunberri a almorzar o a Arruiz, tiene muchos amigos allá», comenta Ugartemendia, antes de marchar al caserío Goienetxe «a recoger la alubia».
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Esta familia tendrá que esperar dos semanas hasta volver a reunirse, aunque Ainhoa intenta espaciar estos encuentros después de lo ocurrido hace un mes. «Nos juntamos todos para cenar y mi hermana dio positivo, así que nos confinaron y para mí siendo autónoma es una faena. Ya tuvimos que estar dos meses cerrados y ahora, un nuevo golpe». Esta mujer, que regenta un centro de estética, seguirá abierta en Leitza pero dejará de recibir a la clientela de los pueblos de alrededor, la mayoría de Berastegi, con el tránsito cortado entre Gipuzkoa y Navarra. «Ayer empezaron a llamarme un montón de clientas para ver si les podía atender antes del confinamiento. Dicen que van a ser quince días pero a ver...», comenta resignada.
En la plaza del ayuntamiento de Berastegi, un grupo de vecinas toman un café al sol. También a ellas les resulta un «engorro» el cierre de Navarra. «Las compras las hacemos en Leitza, vamos a por pienso para los animales, plantas para la huerta, a la gasolinera, a la mercería, a la pescadería, porque aquí solo pasa una camioneta los sábados... y al mercado de los viernes. Bajar a Tolosa nos pilla peor, para aparcar está fatal, aunque ahora parece que es la única salida», se quejan. Aunque entienden las restricciones, les da «pena» no poder ver al resto de sus familiares. Cada una tiene su historia: la hija en Leitza, el hijo en Lekunberri, la sobrina que vive en Pamplona... «Ahora no podré cuidar de los nietos y eso es lo más triste», comenta una de las mujeres.
Para la farmacéutica Jaione Ollo, el cierre de la muga, al que no le encuentra «mucho sentido si no confinan el resto», ha desbaratado sus planes de conciliación. Afirma que le «preocupa que mis hijos se pongan enfermos porque mis padres son los que les suelen cuidar, pero viven en Goldaraz».
Naiara Astibia atendía ayer a muchas de sus clientas navarras en su peluquería en Berastegi. «El martes me empezaron a llamar muchas para que les diera hora. Este sábado tenía tres citas de clientas de Leitza y voy a ir a sus casas para peinarles allá».
Iñaki Medina, pintor, tiene más complicado desplazarse para su trabajo. «La vez anterior, con los controles, nos ponían pegas por todos los lados. Se ponen en la salida de Areso, Lekunberri y en la rotonda de Leitza a todas horas», detalla mientras hace cola en la carnicería. Detrás espera Igor, que rescata una conversación con dos cazadores, de Tolosa y Errenteria. «Ahí andaban preguntándose a ver qué va a pasar porque tienen el puesto en Basakabi».
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