
Secciones
Servicios
Destacamos
«Metadona. 10 gramos». Los botes están perfectamente etiquetados con el nombre y la dosis correspondiente. Este medicamento, un sustitutivo opiáceo ligeramente superior a la ... morfina, se elabora cada semana en una de las 144 farmacias guipuzcoanas que participan en el programa de dispensación de metadona en la oficina de farmacia y atienden a un total de 411 toxicómanos, «en su mayoría adictos a la cocaína y la heroína» pero que están en tratamiento.
No resulta fácil hablar con ellos. Ni siquiera preservando su anonimato. «La mayoría se avergüenza de su consumo. Ellos son conscientes de que no han hecho bien, que no se han portado bien con la sociedad. Al mismo tiempo están agradecidos de que les demos la oportunidad. Vienen arrepentidos y sienten la farmacia como un lugar especial. Al final están normalizados y acuden los viernes como un paciente más a por su medicación. Esto es importante para ellos, les ayuda mucho», afirman las farmacéuticas Ana Irigoyen y Olaia Erauncetamurguil, que después de veinte años atendiendo a estas personas han creado un vínculo «muy especial» con ellos, «una especie de amistad».
«Han tenido infancias muy duras. Nos cuentan de todo, cómo se prostituyen o roban para conseguir dinero para consumir... Les servimos mucho de apoyo emocional. Son personas que tienen otros problemas adicionales, gente deteriorada, y claro que fallecen en el proceso, no por las drogas en sí, sino por toda la vida que han tenido antes. Y esto es algo que nos afecta muchísimo».
Noticia relacionada
Irigoyen cuenta la experiencia de un paciente, de 53 años, que empezó a consumir heroína con 12 años. «La profesora pensaba que iba borracho al cole». Su padre era gerente de un club de citas nocturno y su relación con las drogas y el sexo se «normalizó desde su infancia. Nos solía decir: 'En tu casa desayunabas colacao; en la mía, heroína'. Son historias durísimas. Luego, cuando te paras por la calle a hablar con ellos, se sienten superorgullosos porque creen que te avergüenzas de ellos. Eso lo piensan muchas veces».
Las historias se suceden una detrás de otra, rodeadas de crudeza. «Tenemos otro que empezó a consumir heroína también desde muy pequeño. Yo conocía a sus abuelos, bellísimas personas y han sufrido lo indecible. Robaba dinero a sus padres para consumir hasta que ya no podían más y le echaron de casa. Estuvo un tiempo viviendo en la calle. Dejó embarazada a una chica, que también consumía, y tuvieron una hija». Al cabo de los años, cuando se incorporó al plan de metadona y «comenzó a estar mejor», quiso retomar el o con su hija, que acaba de tener un bebé. «Estaba muy arrepentido de lo mal que se había portado y cada año le compraba un regalo de cumpleaños. Él ahora es abuelo, sigue con la metadona, pero ya dentro de una normalidad. Ni él mismo se lo cree, está feliz».
Este programa de deshabituación de adicciones de Osakidetza se abrió a las farmacias en 1996 con la coordinación del centro Bitarte de Donostia. Según explica la farmacéutica Ana Irigoyen, que participa en este plan desde hace 25 años, «aquí se toman el 'chupito' –vía oral– sin la necesidad de tener que ir a otros centros» de tratamiento de toxicomanías.
El número de s y boticas creció de manera exponencial los primeros cuatro años desde su implantación en Gipuzkoa, cuando tan solo participaban 4 farmacias y 15 personas drogodependientes, y se dispararon en el año 2000, cuando se adhirieron 88 farmacias que atendían a 305 s. Desde entonces, las cifras se mantienen estables con tendencia a la baja en las nuevas incorporaciones de s. «Son personas que han tocado fondo en algún momento de su vida. Muchos llevan desde los 12-14 años consumiendo. Actualmente tenemos 7 pacientes y el perfil suele ser el de un hombre, de 40-54 años y con antecedentes delictivos para consumir», afirma Irigoyen.
El objetivo es, mediante dosis decrecientes de metadona que se dispensan en las farmacias, lograr la rehabilitación social. Pero, tal y como aclara el presidente del Colegio Oficial de Farmacéuticos de Gipuzkoa, Miguel Ángel Gastelurrutia, «este programa es de mantenimiento; es decir, no se persigue que la persona deje de usar la metadona, sino que se integre en el sistema sanitario, que es muy beneficioso, y siga con ella».
Este estupefaciente se utiliza en situaciones de dependencia a opiáceos y «es cierto que genera un síndrome de dependencia del tipo de la morfina», pero Gastelurrutia destaca la importancia de «la integración de los pacientes en la red asistencial sanitaria. Van a la farmacia como un más, utilizan los servicios sanitarios y esto es bueno, como cualquier otro paciente crónico».
La vía de al programa se realiza a través del centro Bitarte. A los pacientes que lo solicitan, se les realiza una valoración, rellenan un protocolo y el médico responsable es quien deriva al a la farmacia, para el seguimiento de su caso de forma coordinada. «Son personas que deciden dejar el mundo de las drogas y con ayuda de los médicos entran el programa de metadona de Osakidetza», señala Irigoyen, que califica la experiencia de «muy positiva y gratificante. Además, la persona está controlada, como un diabético. El médico puede ir reduciendo la dosis sin que ellos tengan el 'mono'. La idea es que vayan disminuyendo su consumo».
La coordinación con el centro de adicciones de Osakidetza, desde donde valoran y controlan la evolución clínica de los pacientes, es «muy importante. Cuando Bitarte nos llama para preguntarnos si aceptamos a un nuevo con dependencia, nos envían una receta especial, en papel, para la metadona, que nos indica la cantidad específica, ya que es personalizado: cada uno necesita una dosis diferente. Después se establece la frecuencia con la que tiene que venir a recogerla. A nuestra farmacia suelen venir una vez por semana, los viernes, porque nos resulta más cómodo prepararla de una vez», comenta.
Es en la propia farmacia donde realizan el preparado. «Nos llega un polvo y preparamos una solución madre, que es metadona disuelta con otros principios activos para que sea estable durante un mes. Ese líquido lo envasamos en un bote individual con la dosis diaria y así no tengan que istrársela ellos mismos durante la semana y no haya dudas ni errores de dosificaciones», apunta su compañera Olaia Erauncetamurguil, que añade las argucias a las que debían recurrir al principio para «evitar tentaciones». «Mezclábamos ese líquido con un concentrado de zumo, que tiene la pulpa del limón, y al ser conscientes de que eso no se puede inyectar, no se la juegan. También hay mucha picardía cuando empiezan el programa, la rehabilitación es muy dura, pero hay unas reglas y hay que cumplirlas. Por eso, una vez que utilizan los botes, que van etiquetados con el nombre del paciente, la fecha, el número de lote... los tienen que devolver en la farmacia para que nosotras controlemos que los han tomado. También desde Bitarte les llevan un control, como la toma de muestras de orina para ver si han consumido».
Pese a todo, la experiencia es positiva y «en estos más de 20 años, solo hemos rechazado a dos pacientes por muy conflictivos. Al final se crea un vínculo muy fuerte con ellos, somos casi sus confesoras». Ambas farmacéuticas destacan que «cuando vienen a por la metadona, procuramos darles cierta intimidad y discreción para que se sientan más a gusto. De hecho ellos prefieren que no les atendamos en el mostrador».
Aunque el objetivo final es que vayan reduciendo los consumos, «es muy difícil que se queden en cero. Si recibir el alta es que no consuman nada, habré tenido una persona en todo este tiempo. Para nosotros es un logro que vayan reduciendo la dosis de metadona, que consigan poco a poco una vida lo más normal posible y se reintegren en la sociedad. Eso es para nosotras una persona rehabilitada, aunque vengan a por su medicación cada semana, como otros tantos enfermos».
Irigoyen destaca de este programa los riesgos que evitan los toxicómanos. «Su calidad de vida mejora y delinquen mucho menos. Además se les tiene controlados, atendidos y evitamos otros problemas. Alguno logra reincorporarse al mundo laboral, son los menos, pero gracias a la metadona llevan una vida pseudonormal». Sin embargo, otros se quedan en el camino. «Los reincidentes son los menos pero hay algunos que entran en prisión, consumen ahí y se desestabilizan muchísimo y tienen que volver a enderezarse».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.