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Los cementerios de Gipuzkoa vivieron este domingo una jornada tranquila. Nada que ver con las idas y venidas de lo que suele ser habitual un ... día de Todos los Santos. Cada 1 de noviembre la mayoría de las tumbas en casi todas las calles de los camposantos guipuzcoanos se llenan de flores, pero este 2020 el predominio de los grises ganó por goleada. El color fue más contenido y la afluencia de público también.
Las recomendaciones de no permanecer más de una hora en el interior de los cementerios, limitar los grupos a seis personas y la amenaza del virus entre las personas de mayor edad han hecho que la tradicional visita a quienes ya no están se deje para otro momento, o para otro año. Las advertencias para no generar aglomeraciones invitaron a pensar que las visitas que tradicionalmente se concentran en el primero de noviembre se distribuirían a lo largo de la semana, pero la realidad es «que la mayoría de gente ha hecho 'txanda pasa'».
Los puestos de venta de flores fueron el termómetro más fiable. Este año en la plaza cercana al cementerio donostiarra de Polloe había siete puestos. «Solo siete puestos», matizaba Lourdes Oiarzabal, que lleva cuatro décadas vendiendo centros florales a la puerta del cementerio. «Cuando empezamos hace 40 años, había unos 35». Pero no hace falta irse tan lejos. Para el mediodía habían vendido 30 ramos, «cuando en un año normal llevaríamos cerca de 80. Y los días previos tampoco ha habido mucho movimiento», lamenta esta mujer, quien reconoce que la edad media de los asistentes se ha reducido de forma considerable y «ha habido menos gente que nunca».
Dos agentes de la Guardia Municipal se encargaron de regular el poco tránsito en la entrada del Polloe. Unas flechas en el suelo indicaban que una de las puertas era para acceder y la otra, para abandonar el recinto. «La gente se está comportando correctamente, alguna duda sobre las direcciones, pero están respetando muy bien y por lo general, antes de llegar a la hora, abandonan el cementerio», señalaban los agentes.
Las dimensiones de Polloe facilitaron que pudieran mantenerse las distancias entre los pocos asistentes y les permitieron dedicar unos minutos a quienes ya se fueron, a los que lo hicieron hace años, pero también a quienes fallecieron en soledad durante la pandemia y tuvieron que esperar a tener una despedida en familia. «Ha salido un día bonito y radiante» decía una mujer frente a la tumba de su familia, sin poder ocultar la tristeza. Compungida confesaba que había ido a visitar «a mi hermana, mis padres, mi marido... Tengo a demasiada gente aquí ya», confesaba con la voz entrecortada. Entre familias con hijos y matrimonios que recorrían las calles del camposanto con flores en la mano, estaban Josefa y María, dos viudas sentadas sobre la tumba del difunto marido de una de ellas. Charlando y recordando viejos tiempos. Enrique, otro hombre que también se acercó a Polloe para «visitar a la familia» aprovechó el día soleado para recorrer el cementerio con calma. «Me doy un paseo y así voy viendo dónde voy a venir a parar», decía con cierta sorna.
La situación en otros cementerios de Gipuzkoa -Urnieta, Tolosa o Deba- fue similar a Polloe. En Irun, según informa Iñigo Morondo, las visitas al camposanto de Blaia se habían ido adelantando durante toda la semana, lo que contribuyó a que el cementerio irundarra viviera sin duda el 1 de noviembre más tranquilo en muchos años. El Ayuntamiento mantuvo la medida instaurada hace varios años de limitar el de vehículos privados a los de personas con problemas de movilidad y vecinos del entorno de Blaia y aumentó el servicio de transporte público añadiendo rutas y frecuencias.
Además, de manera especial para esta ocasión, se han incorporado medidas preventivas ligadas a la crisis sanitaria. Esas restricciones se han venido aplicando desde el pasado jueves para evitar aglomeraciones, separando el recinto en diferentes sectores y propiciando para cada uno de ellos entradas y salidas diferenciadas.
La imposibilidad de pasar de un sector a otro por el interior del recinto generó malestar en los visitantes. «Esto hubiera tenido sentido si hoy el cementerio estuviera lleno de gente, pero para los pocos que estamos aquí es ridículo, nos están haciendo dar vueltas a lo tonto», protestaba Javi Gómez. Era una opinión generalizada. «Para visitar dos nichos y un panteón no sé cuántas vueltas hemos dado, cargados además con los tiestos y las flores. No puede ser que vengas aquí a visitar a los familiares y llegues con este cabreo. ¡Si estamos cuatro este año!», lamentaba Ana, otra irundarra que acudió a Blaia.
En Eibar, tal y como detalla Alberto Echaluce, el recinto mortuorio tampoco recibió a mucha gente. Nada que ver con otros años. La medida del Ayuntamiento de abrir en horario continuado desde el pasado lunes tuvo su efecto positivo «porque la gente se ha adelantado y ha venido a visitar a los difuntos entre semana», decía el enterrador.
En la zona de nichos estaba Arrate Díaz, con su hija, colocando flores sobre la lápida de su padre Diego Díaz García. «Con esto de la pandemia no veníamos desde marzo y hemos aprovechado para limpiar los nichos también de mi madre y hermana que están en otra zona». Arrate recordaba que allá por el 2004 le plantearon en vida a su madre incinerar los cuerpos, «pero ella se negó con lo que no tuvimos más remedio que encargar nichos. Nosotros venimos en fechas indicadas como aniversarios y en Todos los Santos», contaba.
Otra eibarresa, Julia Gaspar, depositaba rosas en la tumba de su padre, Manuel, fallecido en 2008. Cumplía el rito anual de acudir al cementerio, además de la visita anual el día del cumpleaños de su padre, en el mes de septiembre. «Siempre acompaño a mi madre para ver a mi padre y colocar una flores». El nicho limpio como una patena muestra una frase repetida, 'Nunca te olvidaremos', y en su caso cumplida; «Le recordamos tanto que no faltamos a la cita nunca», decía Julia.
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