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Fernando y Salva, ya juntos, en La Molinuca. E. C.

De dormir en Barajas a encontrar trabajo en Asturias: «Traje a Salva para cambiarle la vida»

Fernando Fernández, que regenta un hotel en Peñamellera Alta, vio a un joven narrar en la tele su dura experiencia como sintecho en el aeropuerto madrileño y no lo dudó: «Le ofrecí trabajo y llegó ayer miércoles»

Aida Collado

Gijón

Viernes, 23 de mayo 2025, 12:27

En plena polémica por la bunkerización del aeropuerto de Barajas, tras la decisión de limitar el de 21 a 5 horas con el objetivo de desalojar a las personas sin hogar que allí pasan la noche, cualquier acción que ayude, que avance en la dirección de buscar soluciones, es más que bienvenida. Y, esta vez, el rayo de esperanza que alumbra directamente a quienes conservan su fe en la humanidad parte de Asturias.

En el programa de televisión 'Espejo Público' de Atresmedia denunciaba Salvador Méndez, un hombre de 28 años que lleva desde 2022 durmiendo en el suelo de las instalaciones de Aena, la criminalización que sufren las personas sin hogar. Hablaba de la pescadilla que se muerde la cola, de las dificultades de encontrar un trabajo sin diario a ducha y lavadora. De la deshumanización que sufren las personas en esta situación y que permite al resto correr hacia su destino sin apenas prestarles atención.

Y escuchaba, no solo oía, al otro lado, Fernando Fernández, un empresario de Narganes, que vive en Panes y es propietario del Hotel La Molinuca en Llonín (Peñamellera Alta), quien el martes no dudó en ponerse en o con el programa para ofrecer a aquel vehemente joven trabajo de camarero de habitación, con alojamiento y pensión completa. El miércoles viajó a Asturias y, ayer, descubría una tierra «increíble», donde le aguardaba un techo, una cama, una oportunidad. Lleno de «agradecimiento», estrechó en persona la mano amiga de Fernando, que le esperaba con toda la paciencia del mundo y un primer consejo: «Ahora está muy eufórico, normal. Le he dicho que mañana las cámaras se irán y será su turno: tendrá que ponerse a trabajar. Tiene derecho a una nueva vida y hay que dejarle hacerla. Yo solo he puesto el camino, el que debe recorrerlo es él. Le traje para cambiarle la vida, pero ahora tendrá que trabajar como nos ha tocado a todos».

Fernando rehúsa situarse en una atalaya de superioridad moral, no es condescendiente, no actúa desde la caridad. Actúa desde un profundo sentimiento de justicia. «Yo sé lo que es pasarlo mal, verte sin nada –explica sin querer entrar en detalles de un pasado que le trae malos recuerdos–, sé lo que es necesitar ayuda», confiesa a El Comercio. Y eso, siempre –o casi– «te cambia el chip».

Así que mientras Rafa atiende a tantos medios interesados en su figura, Fernando coge el teléfono de la recepción consciente de que el revuelo pasará pronto y «luego, como en un matrimonio, tendremos que ir conociéndonos y viendo si todo funciona bien». Sabe que al joven le espera un duro trabajo de adaptación: «Está acostumbrado a la ciudad, al bullicio, y aquí estamos apartados de todo. Si quiere ir a algún sitio, tendrá que ir caminando o en taxi, porque autobuses solo pasan uno por la mañana y otro por la tarde». Igualito a vivir en el aeropuerto de una capital europea, vaya. Su segunda prueba será la de enfrentar su nuevo trabajo, «que todo el mundo piensa que limpiar habitaciones y hacer camas es fácil y físicamente es bastante duro».

No es nuevo Fernando en lo de poner su granito de arena . «Mi mujer y yo ya hemos hecho esto varias veces, pero nunca fue tan mediático». En pandemia ofreció las habitaciones de su hotel a los indigentes que necesitasen cobijo. «Tuvimos una chica italiana y uno marroquí, que cuando pasó el covid se quedó a trabajar con nosotros dos años».

Lo raro para este asturiano de 52 años es no actuar así. «No cuesta nada, si te sobran cien euros, cogerlos e ir a un bar con alguien que se haya quedado en la calle para que le den de comer una o dos semanas. A mí me están criticando en redes sociales, dicen que quiero tal o cual, pero no veo que esos que critican hagan nada».

De momento, a Fernando, su nuevo empleado le ha «caído muy bien» y no puede evitar enternecerse cuando le oye hablar por teléfono con sus familiares y amigos. A Salva le queda mucho por andar. Todo. Pero cuando las fuerzas le fallen, tendrá un lecho en el que recuperarse antes de volver al camino. Siempre.

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